Fenomenología del árbol

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Foto de Miguel Grattier

 

Por Ana Bugiolacchio

“Esas ramas altas”, de Jorge Isaías. Editorial Ciudad Gótica. Rosario, 2013.

La geografía del árbol le permite a Isaías provocar las imágenes más bellas y encaramarse en la más luminosa tarea poética en un entorno tan natural como secreto: el espacio del juego.

El árbol es nido en las ramas más altas y es el caer de las gotas en la intensa lluvia, también, movimiento violento en las tormentas. El árbol es talado en algún momento y las ramas más altas y olorosas son deseadas por remotas y extremas.

En la geografía del árbol, hay abundantes sonidos, espacios habitados por pájaros que nos distraen de un largo sueño. Son pájaros que no vuelan ahora pero hay allí todo lo necesario para desplegar una melodía perpetua matizada por cuerdas y vientos. El alma se entrega al intermitente canto y el cuerpo espera acuclillado poder trepar aún más alto. La celebración de la más absoluta intemperie y el vértigo donde todo es abandonado al resguardo del viento y del azar.

Defender el particular espacio habitado de un árbol como lo hace Isaías en Esas ramas altas invita a pensar a la poesía como un caleidoscopio, un espacio bifurcado y distinto, laberíntico e inexpugnable que sólo puede ser habitado por niños y pájaros. Vigías eternos y guardianes de todo peligro.

No se trata aquí de revisar la capacidad que tiene la palabra poética de nombrar los espacios y los nudos de la geografía, aunque esta capacidad resulte tan importante para la memoria colectiva de un espacio feliz como el de la infancia. Se trata, más bien, de establecer en qué modo la literatura ilumina espacios recónditos que hemos habitado alguna vez y tal vez sigamos habitando mientras traigamos el verso y la palabra.

Y con la palabra y la melodía, sacar de la zona oscura aquellas experiencias que tienen que ver con el habitar y el cobijar, es decir con la solidaridad más cósmica y extrema. Formas de permanecer en sitios inexpugnables y mucho más entrañables que las forzadas arquitecturas de una ciudad en la que los árboles se reducen a paisaje o a simples adornos de los lugares que ocupamos.

Esas ramas altas, ese eco de un grito, ese fuego rumoroso se estremece en la más absoluta espera agazapada. Todo es transgresión y juego. Todo es el afuera-mundo o el adentro-árbol en la intemperie que conecta cielo y tierra.

Este modo de materializar un espacio deseado y perdido en el presente es posible mediante formas verbales que permiten hacer oír la voz salvaje e ingenua de la infancia. Desde esa pequeñez, aferrados o alados, sin miedo siempre en el juego- y con infinitas ganas de llegar a ese lugar inalcanzable: esas ramas altas, peligrosas, quebradizas, esquivas.

Desde arriba, la memoria se repliega e inicia un silencio que se fuga en un aleteo repentino y seco. Los pájaros saben dónde se fugó el viento. Saben del destino de las mariposas y los cañadones hondos, saben de las casuarinas que vibran al son de un verso que repiquetea todavía en el andén vacío de trenes. Saben que en el trepar se va poco a poco diluyendo la vida.