A 50 AÑOS DE LA PUBLICACIÓN DE “RAYUELA”, DE J. CORTÁZAR

Revisitando a la Maga

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Cortázar en Paris. foto: archivo

Estanislao Giménez Corte

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I

El tiempo (la historia, las modas, el desarrollo tecnológico, lo que eso signifique) suele ser impiadoso. Nada escapa de su mano helada; tampoco las producciones artísticas. Es impiadoso, arriesgamos, no con el arte, pero sí con el concepto de novedad en el arte, con ciertas pretendidas innovaciones, con algunas anunciadas vanguardias. Es impiadoso, arriesgamos, con aquellas vanguardias que no saben o que no pueden transformarse, con el tiempo, en clásicos. Es decir, con las que quedan como meros gestos, como rictus de un momento, como un golpe en la mesa, congeladas en forma de un arrebato inesperado de un día o un capricho. En algunos casos, una fatal obsolescencia que tarde o temprano les llega a publicitados hallazgos puede derivar en una mirada entre piadosa y patética hacia lo que alguna vez se hizo y se presentó como “novedad”. A medida que nuestra mirada se aleja de la coyuntura en que ésta tuvo lugar, lo que queda es una gestualidad provocadora, un saltito, un niño que grita pidiendo atención. Vemos, así, pasados los años y con cierta ternura, como algo inofensivo y lábil a aquel objeto o pieza que se nos presentó antes como revolucionaria, provocadora, rupturista.

Alguna vez se dijo o pensó que “Rayuela” representaría una “renovación” de la novela en español. Se dijo y repitió que era innovadora, experimental, y los etcéteras que el lector quisiera agregar. ¿Qué queda de ello ahora mismo, a 50 años de su publicación? ¿Ha envejecido, ha rejuvenecido? ¿ha devenido en un panfleto generacional o, a su favor, ha trascendido estas discusiones para pasar a ser, sencillamente, una buena, o bella, o inteligente novela?

II

“Rayuela” es muchas cosas. Es un soliloquio (un poco exagerado en su extensión, en el que varios alter egos del autor van modelando una pseudofilosofía). Es una acumulación de citas y referencias (una pátina intelectual un poco forzada que atosiga un texto que discurre en una atmósfera fuertemente “cotidiana”). Es una discusión sobre qué es una novela o qué debería ser (un fuerte cuestionamiento a propósito de la literatura y sus procedimientos de construcción). Es una referencia al modo de vida de una generación (sustentado en la disyunción nunca resuelta irse/quedarse). Es una historia de amor. Eso, en fin, y muchas cosas más. Pero todo esto se ha dicho hasta el cansancio, y cansadamente, en textos críticos un poco mecánicos que pretenden “meter” (perdón por la procacidad del término) la literatura en esquemas un poco rígidos, o en protocolos, o en conferencias ceñidas a patrones algo automatizados. Tímidamente proponemos, desde el llano del lector, no desde ninguna exégesis, desde ningún lugar que no sea el de volver sobre ese mamotreto después de cuántos años, decir algo sobre el emblemático libro de Cortázar.

III

En “Rayuela” todo parece fluir. Quizás este sea uno de sus rasgos más notorios, al menos hasta la instancia de los famosos “Capítulos Prescindibles”. Allí, las notas “morellianas” funcionan como una discusión de corte metafísico, pero conforman asimismo uno de sus principios rectores. Aquél que se sintetiza en una frase de Virginia Woolf que Cortázar toma como axioma literario: “hay que poner todo en la novela”. “Todo” aquí significa la obra y las notas a pie, la obra y los cuadernos, las correcciones y lo corregido, casi (en el caso de un músico, se podría pensar en la publicación de una obra que incluyera todas las grabaciones realizadas para la ocasión. Así, un disco promedio de 12 temas tendría 35, por caso).

“Rayuela” fluye como una conversación o como la transcripción de un pensamiento. Es el pensamiento de un lector que a partir de su propia reflexión sobre la vida va dejando caer opiniones, nombres propios, relatos de situaciones diversas. Esa fluidez está atravesada por ciertas ideas-fuerza que se repiten notablemente: de sus páginas se desprende mucha humedad, mucho tabaco, mucha música (jazz, obviamente), y una atmósfera más o menos opresiva, algo así como lo que se siente al estar en un pequeño departamento junto a mucha otra gente -como sucede, de hecho, en muchas de sus escenas-. Esa otra gente (Gregorovius, Babs, Pola, Ronald) busca desesperadamente un sentido a sus existencias o a la existencia y, conscientes de la imposibilidad esencial de hallarlo, se dedican a referir esas búsquedas, a contárselas, a decirse unos a otros el absurdo.

Esa metáfora podría darnos alguna clave: los personajes viven la misma asfixia en sus vidas que la que siente el lector al saberlos amuchados en un monoambiente parisino lleno de tabaco, humedad y cansancio. Ese cansancio ¿moral? al que refiere el propio autor: “los cansancios en que lentamente se va sacando del bolsillo del chaleco la bandera de la rendición”.

IV

El famoso Tablero de Dirección, una suerte de procedimiento precursor sobre papel del hipertexto actual (aunque se podría decir algo similar de todo texto que incluya citas y referencias a otros autores y textos), en realidad no representa otra cosa como no sea ese carácter de novedad. Es decir, no parece más que una de las tantas propuestas lúdicas del autor, novedosas y entretenidas, pero sólo eso. Habrá que entender lo que ello supuso en 1963, pero esos juegos visuales o textuales (podemos pensar en los caligramas de Girondo o más atrás en los de Mallarmé), pueden pasar por meros “divertimentos” o devenir formas provocativas que no tienden a forjar una alteración de fondo (en todo caso el aporte a la literatura de Girondo está en sus textos y no en las disposiciones espaciales de éstos sobre la página). Que la novela se pueda leer “de dos modos” tampoco representa, en realidad, más que la posibilidad intertextual que se limita a ir de la primera parte a los “Capítulos Prescindibles” o de la segunda a éstos (ir y volver). Si se lee del modo convencional la única modificación sería ésa. Es decir, que quedarían en una tercera parte las notas a pie de la novela.

V

“Rayuela” es muchas cosas. Es una teoría, o más bien, una serie de referencias sobre el modo que concibe Cortázar de desmontar la naturaleza del relato narrativo tal y como lo entendemos nosotros desde siempre. Claro que no es una teoría al modo convencional. Son las opiniones sueltas de un ejecutor de novelas (no de un teórico, sobre lo que llamaríamos los problemas de procedimiento o de género). Cortázar escribe “Rayuela” y al tiempo va reflexionando sobre esa escritura y contándolo. No es el primero ni el único autor que lo ha hecho (quizás el caso más resonante sea, mucho después, “Si una noche de invierno”, de Calvino).

El caso de Cortázar es quizás más notable por las numerosas alusiones a la cuestión. Cuestiona, critica, ironiza sobre la novela, las palabras, la literatura pero ¿qué otra cosa es concebible en él sino la escritura de una novela sobre eso? (así escribe, por ejemplo, “¿(...) para qué sirve un escritor si no para destruir la literatura?”).

“Rayuela” es un juego de tensiones entre el o ‘lo intelectual’ (Horacio) y la vida o ‘lo vital’ (La Maga). De allí ese hermoso pasaje: “Hay ríos metafísicos, ella los nada (...) Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada”. O éste: “(La Maga) le cortaba la metafísica a Gregorovius”. O éste: “(...) también eso podía ser una explicación (del mundo), un brazo apretando una cintura fina y caliente”.

“Rayuela” es una suerte de museo imaginario (la nominación es de Andrés Amorós) que deviene, podemos inferir, de las lecturas y la vida del propio autor. Escritores, filósofos, músicos de jazz, políticos argentinos, desfilan en las palabras del autor o en boca de Oliveira o de sus amigos, todo el tiempo, conformando lentamente una suerte de mapa cultural de mediados del siglo XX.

“Rayuela” es un lenguaje o idioma o código: el glíglico, suerte de palabrería sugestiva a base de sonidos (“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y le caían en hidromurias”). Es una suerte de novela collage (algo que el autor profundizará en “Último Round” pero que aquí aparece sólo en lo textual, en base a esta combinación de textos diversos). “Rayuela” es la biografía de un ‘perseguidor‘, aunque no se trata aquí ya de Johnny (o Charlie P.) sino del propio Oliveira (“Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito, razón de los matadores de brújulas”).

“Rayuela” es una reflexión sobre el lenguaje, sobre las palabras (“perras negras”, según la denominación del autor) y sus límites (“sin palabras llegar a la palabra”). Es una crítica a la razón (abundan las referencias críticas a ‘lo cartesiano‘) y una apostura melancólica sobre el paraíso perdido (“(el) complejo de la arcadia, retorno al

gran útero”). Es una experimentación que se ejemplifica por caso, en el texto de líneas salteadas del capítulo 34.

Es, finalmente, un libro de bellas frases. Una: “Del sí al no, cuántos quizás?. Todo es escritura, es decir fábula”. Dos: “Y ahí, a los veinte años, dijimos nuestra palabra más lúcida”. Tres: “La vida, como un comentario de otra cosa que no alcanzamos, y que está ahí al alcance del salto que no damos”. Es todo eso. Pero es todo eso antes que una innovación. O todo ello es mejor que la posibilidad de ser una renovación de algo. Y es todo eso porque ésta es la obra de un escritor, no de un inventor de formatos. Un escritor, no un descubridor de novedades. Un escritor, no un malabarista de índices, notas a pie y recorridos de lectura.