“Éste es el Sacramento de nuestra Fe”

Solemnidad de Corpus Christi

Solemnidad de Corpus Christi
 

Monseñor José María Arancedo presidió la Santa Misa frente a la Catedral Metropolitana.

Foto: Luis Cetraro.

En el lema de este año, se afirma lo que Jesucristo “nos dejó como testamento de su presencia”.

 

De la redacción de El Litoral

Como cada año, la Iglesia celebró la Solemnidad del Corpus Christi, en esta ocasión bajo el lema: “Éste es el Sacramento de nuestra Fe”. El arzobispo de Santa Fe, monseñor José María Arancedo, sostuvo en su homilía, entre otros conceptos, que “hoy la Iglesia nos convoca para celebrar el misterio de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, bajo el lema: ‘Éste es el sacramento de nuestra Fe’. En él afirmamos lo que Jesucristo nos dejó como testamento de su presencia y que la Iglesia lo conserva con gratitud, lo celebra con devoción y lo predica con alegría. El primer testimonio de esta voluntad del Señor en la vida de la Iglesia, nos lo trasmite el apóstol San Pablo: ‘El Señor Jesús, nos dice, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en conmemoración mía’ (1 Cor. 11, 23-24). Esto es lo que hemos recibido y que hoy queremos celebrar y agradecer públicamente”.

La Eucaristía -destacó Arancedo- es “fuente y culmen” (L. G. 11) de la vida cristiana, porque en ella la Iglesia celebra a Cristo que ha querido quedarse como signo de comunión con Dios y entre nosotros. Y, como alimento, es el sacramento que mantiene el nivel de esa vida nueva adquirida en el bautismo y madurada en la confirmación. No la podemos, por ello, separar del camino de la Iniciación Cristiana.

Historia del amor de Dios

“Ella es el ‘pan del peregrino’ que da sentido y esperanza a nuestro caminar. Como los discípulos de Emaús sentimos la necesidad de decirle: ‘Señor, quédate con nosotros’, y él, como ayer, volverá a sentarse a la mesa y nos hará sus comensales. En la Eucaristía llega a su cumbre la historia del amor de Dios, que ha creado y redimido al hombre. No recordamos un hecho del pasado, celebramos su presencia actual. Desde Ella nuestro tiempo dominado por el cansancio y la fragilidad se convierte en tiempo de esperanza, porque nos hace participar del tiempo definitivo de la Pascua de Cristo. Ella permanece en nuestra historia como un principio de transformación que nos sana y compromete. No nos saca de nuestra realidad cotidiana, pero la ilumina y le da un sentido, porque es el sacramento de la Alianza definitiva del hombre con Dios. Cuando vivimos este significado profundo, nos descubrirnos como parte única de esa historia del amor de Dios que nos hace partícipes de la vida de su Hijo, miembros de la Iglesia y peregrinos de su Reino”, advirtió Arancedo .

Más adelante, el arzobispo puntualizó que “es, también, el ‘pan que nos hace hermanos’. La Eucaristía fortalece esa conciencia de fraternidad que nace de nuestra condición de hijos de Dios. Ella es ‘fuente y culmen’ de esta verdad que tiene su origen en Dios Padre y se profundiza en la comunión con su Hijo, que ha venido para recrear nuestra condición de hermanos. La Eucaristía no nos puede aislar en una intimidad con el Señor que nos haga ajenos a la necesidad de mis hermanos. ¡Qué triste la imagen de un cristiano que participa de la eucaristía, y no se descubre en esa relación de amor y de servicio para con sus hermanos! ¡Qué triste, también, la vida de un cristiano que participa de la eucaristía, pero no se siente llamado a formar parte activa de su Cuerpo, de la Iglesia! No podemos hacer de la Eucaristía un objeto de consumo privado, sino el gozo de participar en la vida de Jesucristo, con todo lo que implica de presencia y compromiso misionero en el mundo”.

Del Papa Francisco

A continuación, Monseñor señaló: “En este sentido, me permito leerles parte de un texto que nos enviara el Papa Francisco a los obispos argentinos. Les pido, nos decía, que ‘tengan una especial preocupación por crecer en la misión continental. Que toda la pastoral sea en clave misionera’. Gracias a Dios en nuestra Arquidiócesis hemos iniciado este camino, pero ella aún necesita de una presencia más comprometida de todos. Una Iglesia que no sale, agregaba, ‘a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada, concluía, es la autorreferencialidad; mirarse a sí misma, estar encorvada como aquella mujer del Evangelio’. Creo que estas palabras del Santo Padre nos orientan a vivir y a revisar nuestra participación en la Eucaristía. Ella debe ir formando en nosotros y en nuestras comunidades ese estilo misionero y de servicio de Jesucristo ‘que no ha venido para ser servido, sino para servir’ (Mc. 10, 45)”.

“Celebrar la Eucaristía -dijo el arzobispo- es actualizar nuestra Fe en Dios, que se hizo presencia en Jesucristo y principio de transformación del mundo a la luz del Reino de Dios. ¿Cuáles son las notas de este Reino, que deben guiar nuestro compromiso cristiano? La Palabra de Dios lo define como un: “Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia; Reino de la justicia, el amor y la paz”. Esta vida del Reino de Dios tiene su fuente y su fuerza en Jesucristo, y desde él estamos llamados a iluminar la vida de este mundo creado y amado por Dios...”.

Finalmente, Arancedo solicitó que “en el Año de la Fe, el gozo de esta celebración se convierta en una fuerza que nos transforme, para hacer de Jesucristo el centro y la fuente de nuestra vida, que nos lleve a renovar el compromiso de ser con nuestra vida su presencia viva en este mundo. Que María Santísima, Nuestra Madre de Guadalupe, oriente nuestra mirada y compromiso para celebrar en toda su riqueza el Sacramento de nuestra Fe. Amén”.