El no saber como prueba del poema

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“Nocturno”, de Benito Quinquela Martín.

 
 

Por Roberto D. Malatesta

“Poemas dispersos (rompa el vidrio en caso de emergencia)”, de Raúl Alberto Abeillé. Premio Edición José Rafael López Rosas 2012. Asde. Santa Fe, 2012.

El que no sabe, a diferencia del que cree saberlo todo, gana en poesía, o acaso, la poesía paga la humildad. El que no sabe e indaga “con una lámpara de minero por la vida”. El que se mueve con lenta precisión “hay que andarse con cuidado/ por el caldo oscuro/ de la noche”. El que busca tanto más las preguntas que las respuestas. “¿tiene sentido un grillo/ en la tarde de un hombre?”. Y si nacen conclusiones no forman parte de un volumen de sabiduría de bolsillo a modo de placebo: “El amor no se mata solo/ te mata de hambre/ te deja/ con el estómago agujereado”.

Sirvan los versos anteriores para ejemplificar este nuevo trabajo del rafaelino Raúl Alberto Abeillé, quien ya ha publicado El murmullo de la encina, Premio Publicación año 2008, Fondo Editorial Municipalidad de Rafaela, y 39 poesías.

En este nuevo libro, a usanza surrealista, prescinde de signos de puntuación, a excepción de los dos puntos, lo que lo obliga a usar versos cortos -casi todos ellos- como unidad de sentido. Ese corte surrealista le permite manejar enumeraciones donde la imagen prima por encima de la razón: “renacerás/ en la nieve espantada por el viento/ en el coche de seguridad/ en el café humeante del alba/ en la piel de un pollo mojado...”. No obstante, como decíamos en el primer párrafo, está el que conscientemente indaga, el que busca en la oscuridad, de esta forma la técnica no sobreactúa ningún efecto del subconsciente, por lo cual el anacrónico mote de “surrealista” tampoco encaja totalmente en su obra.

Precisamente, la mirada poética del no-conocimiento es lo que enriquece este libro, poesía del “no saber”, puesto que si desde este punto inexacto no es posible casi nada, a salvo persiste la poesía. De hecho que se puede hablar del alma sin haberla visto, y ése es el territorio de la poesía de Abeille: “Hay muchas palabras/ para dibujar el alma: / luz/ territorio/ norte/ límite/ medusa vidriosa”. Entonces las preguntas suscitan la palabra, “si supiera/ cómo cosieron las estrellas... si supiera/ quién tiró los dados”. Ese no saber entra en juego con toda la motivación del que mira fascinado, del que no sabe hacia dónde va: “Entonces yo/ estúpido hombre// contestaría/ adónde voy”, pero, al mismo tiempo, constata que la palabra lo hace hombre y que constituye su otro esqueleto.

En los seis o siete últimos poemas del libro, si bien la técnica persiste, hay un intento de conceptualización mayor, como los poemas “Vicent era un gran artista” o “Señor en constante pena” dedicado a Quinquela Martín, entre ellos aparece, y otra vez el gran enigma se resuelve en poesía, el poema “Uñas”, el que transcribo:

rasco el fondo del tarro

y sale una nube

rasco el fondo de la nube

y se escapa una paloma

hacia la boca de un gato

rasco el fondo de la vida

y al final

veo un embudo

A mi modo de ver, constituye el mejor poema, entre otros tantos buenos, que incluye “Poemas dispersos...”.

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“Riachuelo”, de Benito Quinquela Martín.