“BURKINA FASO” EN LA SALA MARECHAL

El amargo trance de una pareja al límite

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La obra dirigida por José Ignacio Serralunga se volverá a presentar los viernes 28 de junio y 5 de julio. Foto: Gentileza producción / Carolina Tarré

 

Juan Ignacio Novak

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El dramaturgo platense Daniel Dalmaroni se caracteriza, y así lo demuestra en “Una tragedia argentina” o en “Cuando te mueras del todo”, por proyectar miradas ácidas sobre grupos familiares que enfrentan situaciones extremas. En “Burkina Faso” medita, precisamente, sobre hasta qué punto una situación económica asfixiante puede vulnerar los códigos morales de una pareja de mediana edad.

Susana y Mario conforman un matrimonio de clase media sumido en una situación de miseria irreversible, que toma una decisión desesperada: matar a sus tres hijos y luego suicidarse. Se intuye, en la naturalidad con la que abordan el tema, que lo han considerado durante largo tiempo. Pero mientras perfilan y casi acarician esta idea, observan cómo la realidad se anticipa a sus acciones con implacable voracidad.

Las tribulaciones de estos seres, enfrentados al más íntimo desengaño, son expresadas con precisión por Erica Vázquez y Sebastián Terentino en la versión que se estrenó en la sala Marechal del Teatro Municipal, con dirección de José Ignacio Serralunga. Cada uno explora su personaje desde diferentes ángulos, que entran en tensión. La primera desde una contención que se traduce en miradas y ademanes hastiados; el segundo desde una exteriorización instintiva y vociferante de su dolor.

En la obra no se hacen sino unas pocas referencias explícitas a tiempo y espacio. Pero la “geografía” que logra reconstruir el espectador en base a los diálogos -casi siempre mordaces- de los personajes, no da lugar a equívocos. Las amarguras de la pareja pueden encontrar un contexto adecuado en cualquiera de las crisis económicas que padeció Argentina en los últimos años, que tuvieron como efecto el de pulverizar los sueños de miles de personas.

Hay fugaces momentos en los que tanto Mario como Susana navegan en ensoñaciones del pasado, como una forma de evasión, pero las resoluciones que piensan tomar se imponen de tal forma que, bruscamente, una mirada, un gesto o una inflexión en la voz los devuelve al abrumador presente. Estas situaciones son, además, un respiro para el espectador frente al peso dramático de la trama.

Convincente

En “Burkina Faso” el humor no proviene del histrionismo de los actores, la generación de gags o el uso de figuras retóricas para provocar carcajadas, sino más bien de una forma de abordar las situaciones tremendas, algunas tragicómicas, que enfrentan los personajes.

La puesta en escena es adecuada y convincente por dos cualidades. La austeridad de la escenografía, que es un perfecto correlato de lo que propone la trama. Y el tono intimista, que viene impreso en el texto y que tanto el director como los actores logran traducir con habilidad en el escenario.

En el imprevisible, abierto y hermoso -en tanto esperanzador- final, lo que en el tramo inicial de la obra era un síntoma de la lejanía entre los dos desgarrados seres, que parecía irremediable, se convierte en excusa para un necesario y ¿redentor? acercamiento. Atisbo también de la recuperación de una dignidad que parecía sacrificada y de algunos de los sueños perdidos, aunque sea aquellos más pequeños.