editorial

Defensas degradadas y río en crecida

Los seres humanos suelen asumir actitudes incomprensibles, casi autodestructivas. Lo que ocurre en los terraplenes de la costa es un claro ejemplo de ello.

Cuando en la década del noventa el gobierno de la provincia tomó la decisión de construir 21 kilómetros de terraplenes para proteger la zona de la costa de las crecidas del río Paraná, se produjo una verdadera explosión demográfica. A partir de entonces, el crecimiento poblacional fue constante, a punto tal que en estos momentos se calcula que allí viven más de 30 mil personas.

No fue para nada sencillo llevar adelante la obra. En primer lugar, porque implicó trabajar junto a un río que protagoniza cambios constantes. En segundo término, porque el proyecto representó una enorme erogación de recursos que fueron aportados por cada uno de los habitantes de la provincia, incluso aquellos que viven lejos de la zona y no tienen relación directa con la problemática.

El crecimiento fue caótico. En un principio, los Estados provincial y municipal no planificaron el desarrollo que inevitablemente se iba a producir en un territorio amplio, cercano al casco urbano de la ciudad y con manifiestas bellezas naturales. Recién en los últimos años las autoridades determinaron una serie de normas para garantizar un crecimiento más ordenado.

Sin embargo, los seres humanos suelen asumir actitudes que parecen incomprensibles, irracionales, casi autodestructivas. Con el paso del tiempo, muchos de los mismos habitantes que fueron beneficiados por esta obra se han encargado de degradarla.

El descuido, el vandalismo y los problemas de mantenimiento, conforman un cóctel de riesgo que se suma a la erosión provocada por un río caudaloso y cambiante como el Paraná.

Un informe recientemente publicado por El Litoral reveló que en San José del Rincón, más precisamente a lo largo del tramo que une el balneario con El Garello, existen grietas profundas que, en algunos casos, ya se convirtieron en socavones significativos.

Además, y a pesar de las expresas prohibiciones, vehículos y animales transitan de manera permanente por el coronamiento de los terraplenes, generando pozos, removiendo arena e impidiendo que se extienda la cobertura vegetal necesaria para compactar las defensas.

A esto se suma la construcción de viviendas prácticamente sobre los terraplenes. En algunos puntos, la “malla de geotextil” -clave para la estructura de la defensa- se observa expuesta y destruida, seguramente por la circulación de automóviles.

Entre 2008 y este año, la provincia destinó más de 30 millones de pesos al mantenimiento de las defensas y a la mejora de los sistemas de bombeo de los terraplenes. Recientemente, se licitó una obra de reparación general con un presupuesto oficial de 2,5 millones de pesos.

Sin embargo, de poco servirá este esfuerzo presupuestario, mientras los habitantes de la zona y los ocasionales visitantes no asuman el compromiso de proteger las defensas.

La última crecida importante del río Paraná se produjo en 1998. En aquel momento, los terraplenes resistieron el avance del agua.

Quizá esto haya contribuido a generar una errónea sensación de invulnerabilidad. Sin embargo, jamás se debe olvidar que la naturaleza no siempre resulta predecible y, mucho menos, controlable. Sin ir más lejos, de modo sorpresivo, fuertes lluvias en Brasil han hecho sobrepasar en el hidrómetro de Puerto Iguazú la marca de 32 metros de altura, registro que activa para Santa Fe un pronóstico de crecida de alrededor de 5.85 metros el 20 de julio. La Municipalidad ya declaró la Emergencia Hídrica e informó la necesidad de evacuar a familias que viven en zonas bajas y que no están protegidas.

Entre 2008 y este año, la provincia destinó más de 30 millones de pesos al mantenimiento de las defensas y a la mejora de los sistemas de bombeo de los terraplenes.