Por qué el mundo no debería perder a Mandela

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Convencido de la igualdad de derechos en una sociedad que negaba toda alternativa a los negros; poseedor de una fuerza espiritual que le permitió atravesar con entereza 27 años en la cárcel; conciliador como primer presidente de color de Sudáfrica; humilde Premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela decidió seguir dando batalla, esta vez por su vida.

TEXTO. REVISTA NOSOTROS. FOTOS. EL LITORAL.

Ciertamente nadie vive para siempre. Ni aún las almas más puras, a pesar de que merecerían hacerlo.

Y es cierto que hablar de Nelson Mandela es hacer referencia a un hombre de 94 años por demás ricos en experiencia.

Sin embargo, el mundo entero hoy tiene su mirada fija en el hospital ‘Mediclinic Heart‘ de Pretoria, en el cual está internado y miles de personas rezan fervientemente por un parte médico con buenas noticias.

En la cultura thembu, a la cual pertenece Mandela, no se deja ir a una persona hasta tanto ésta no lo pida. Nosotros no estamos listos para dejarlo ir. Y Mandiba continúa batallando.

Y es que la vida de este gran hombre, es una vida de batalla.

“Una buena cabeza y un buen corazón son una combinación formidable”.

Nelson Mandela nació un 18 de julio de 1918 en Mvezo, dentro del clan Madiba de la etnia Xhosa, siendo uno de los trece hijos del Consejero de la casa real Thembu.

Cuando tenía tan sólo 9 años quedó huérfano y a cargo de su padrino.

Mandela asistió a una escuela de misioneros británicos y una vez terminados sus estudios secundarios, tuvo su primer acto de rebeldía al negarse a casar con la mujer que su padrino le había designado, la hija del Rey de una tribu cercana. Como consecuencia de su decisión, debió renunciar a todas las comodidades que le brindaba ser apadrinado por el regente de los Thembu y se mudó a Johannesburgo, donde comenzó sus estudios de Derecho y consiguió su primer empleo como cuidador de una mina de oro en las afueras de la ciudad y luego como oficinista en una firma jurídica, abriéndose las puertas a una profesión a la que muy pocos negros tenían acceso.

Desde siempre Nelson se sintió un privilegiado y una de sus preocupaciones fundamentales fue intentar igualar los derechos de negros y blancos, en un país y un tiempo en el cual las diferencias se trasladaban a todos los aspectos de la vida cotidiana.

Su lucha se profundizó cuando su país cayó bajo el régimen del Apartheid, la dictadura impuesta por los colonos Británicos.

“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión”.

Durante el Apartheid los negros no tenían derecho a casi nada, ni siquiera podían viajar en el mismo ómnibus o compartir una mesa con los blancos. E incluso eran forzados a vivir en un barrio periférico de Johannesburgo llamado Soweto, ya que las zonas residenciales y arboladas sólo podían ser habitadas por los blancos.

En ese contexto, Nelson Mandela junto a un grupo de compañeros creó el Congreso Nacional Africano cuyo fin sería luchar por la igualdad de derechos. Al resto de su día lo ocupaba digiriendo un despacho jurídico junto al abogado Oliver Tambo, con quien proporcionaban consejo legal de bajo costo a muchos negros que de otra manera no hubieran tenido representación legal.

Inicialmente comprometido con los métodos de resistencia pasiva y siguiendo la inspiración de Gandhi, Mandela fue detenido y condenado numerosas veces con motivo de su lucha por la igualdad de todos los ciudadanos sin distinción de raza ni color.

La última de estas situaciones y quizás la más famosa- se produjo el 12 de junio de 1964 cuando fue condenado a cadena perpetua en el centro de reclusión de Robben Island.

A partir de ese día -y durante los próximos 27 años de su vida- Nelson Mandela pasó a ser el recluso 466/64.

“En prisión uno está frente a frente con el paso del tiempo. No hay nada más aterrador”.

Cuentan que lo que lo mantuvo vivo dentro de ese infierno de 2 x 3 metros que era su celda, fue su gran fuerza espiritual. Mandela había practicado boxeo en su juventud y durante toda su estadía no hubo una sola mañana en la que no ejercitara trotando en ese pequeño reducto 30 minutos diarios como cuando entrenaba. La imagen del patio de la prisión, a través de una pequeña ventana, fue lo único que vio durante toda su estadía allí.

Pero el encierro, lejos de apagar su voluntad, no hizo más que engrandecer su figura. Por otro lado, las presiones locales e internacionales sobre el gobierno de Sudáfrica para dejar a Mandela en libertad, eran notorias y finalmente en febrero de 1990 Frederik De Klerk, presidente de la República por el Partido Nacional, cedió y comenzó a abrir el camino para desmontar la segregación racial, liberando a Mandela y convirtiéndole en su principal interlocutor para negociar el proceso de democratización. Mandela y De Klerk -gracias a su capacidad de pensar en el conjunto- compartieron el Premio Nobel de la Paz en 1993.

Las elecciones de 1994 convirtieron a Mandela en el primer presidente negro de Sudáfrica; desde ese cargo puso en marcha una política de reconciliación nacional, manteniendo a De Klerk como vicepresidente, y tratando de atraer hacia la participación democrática al díscolo partido Inkhata de mayoría zulú.

Como mandatario, Mandela generó más de una controversia, invitando a Fidel Castro y siendo recibido por el presidente de Libia Muammar Gadafi.

La victoria de Sudáfrica, país anfitrión, en la Copa Mundial de Rugby de 1995, sirvió para dar un mensaje de unidad. Mandela, fanático del deporte, presentó el trofeo al capitán blanco del equipo, Fançois Piennar, lo que fue interpretado como un gesto de hermandad por la minoría blanca.

Pero más allá de sus habilidades de líder, los desafíos eran enormes. Según sus críticos, Mandela no logró atacar de frente la pobreza endémica de la mayoría, especialmente la escasez crónica de viviendas en los poblados negros. Otros lo atacaron por ser autocrático y albergar en su gobierno a ministros incompetentes y corruptos.

Pero todos reconocen que logró persuadir a las grandes multinacionales a seguir invirtiendo y confiando en la Sudáfrica post-apartheid. También admiten que a diferencia de otros líderes africanos, no intentó aferrarse al poder.

En efecto, en 1999, luego de cinco años de gestión, Mandela entregó el mando y decidió continuar con su tarea pero desde un costado menos combativo y mucho más reflexivo.

Nelson Mandela es uno de los principales referentes de la lucha pacifica contemporánea. Ha recibido a lo largo de su vida alrededor de 50 doctorados honoris causa por distintas universidades del mundo. Junto a la Madre Teresa de Calcuta y a Khan Abdul Ghaffar Khan, ha sido el único extranjero distinguido con un “Bharat Ratna”, el premio civil de mayor prestigio de la India en 1958. Tanto peso tiene su figura en el planeta, que desde 2010 y por dictamen de la ONU, se celebra todos los 18 de Julio, el “Día de Mandela” en conmemoración a la lucha por la igualdad de Derechos.

“Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”.

En un mundo dividido, en el que todo últimamente nos enfrenta en un blanco contra negro, muy lejos parecen haber quedado las figuras ejemplares. Esas almas que han constituido sus vidas en testimonio, que quedarán para siempre grabadas en los altares más nobles de las letras de la historia y que hoy son más necesarias que nunca.

Nelson Mandela es una de estas almas. Un hombre que con su palabra, con su ejemplo y sobre todo con mucho amor, reparó años de dolor y logró lo que hasta entonces parecía imposible: el prometedor futuro de una nación unida.

Desde siempre Nelson se sintió un privilegiado y una de sus preocupaciones fundamentales fue intentar igualar los derechos de negros y blancos.

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En 1995, la victoria de Sudáfrica en la Copa Mundial de Rugby sirvió para dar un mensaje de unidad.

En 1999, luego de cinco años de gestión, Mandela entregó el mando y decidió continuar con su tarea pero desde un costado menos combativo y mucho más reflexivo.

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Un país diferente, con igualdad de derechos, es el que soñó Mandela para las generaciones que lo siguieron.

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Miles de personas se congregaron frente al hospital “Mediclinic Heart” de Pretoria, para pedir por la salud de Mandela.