“Woody Allen: el documental”

La eterna lucha por la trascendencia

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El realizador entrevistado en su lugar de escritura, junto a la máquina de escribir alemana que le costó 40 dólares y en la que creó toda su obra. Foto: Gentileza Whyaduck Productions

 

Ignacio Andrés Amarillo

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“¿Quién puede ser bueno durante cinco, diez años? Él ha sido bueno por 40”, dice Chris Rock al principio de la película, luego de unos créditos allenianos en tipografía Windsor. Y ése es uno de los misterios que Robert B. Weide se propone desentrañar. Una respuesta posible sale de la propia boca de Woody Allen: quizás produciendo un filme al año, por la “teoría cuantitativa”, llegue en algún momento a hacer algo más o menos bueno. Es decir, algo que sea superior a todas las creaciones que vienen haciendo reír y llorar a generaciones, y que son parte de la historia grande del cine.

Esa combinación de tenacidad y autoestima por el piso (un oscarizado, amado por Cannes, que no entiende por qué alguien haría un documental sobre él, y por qué alguien pagaría la entrada para verlo) se revela como uno de los motores de tanta creatividad. Pero también aparece otro: la crisis ante la finitud de la vida, la trascendencia de la obra como forma de gambetear a la muerte, y el humor como salida a la angustia. “Es como Albert Camus pero con humor”, dirá el sacerdote, teólogo y estudioso del cine Robert Lauder, uno de los que ve estos temas desarrollados una y otra vez en su filmografía.

Pero otra vez la mejor definición viene del propio Allen, esta vez desde un diálogo de “Recuerdos” (presentada como su primer tropiezo):

—Si nada tiene sentido, ¿en vez de hacer películas no debería ser misionero o algo así?

—No eres del tipo misionero. Si quieres ayudar a la humanidad, haz bromas que los hagan reír más.

Arriba y abajo

Hay una pretensión de recorrido cronológico, pero como esquema general: Weide se deja llevar por los comentarios de Allen y de sus allegados, incluyendo a Letty Aronson, su hermana y productora desde “Disparos sobre Broadway”, así que todo el tiempo hay anclajes en el presente y definiciones claves.

Hay que tener en cuenta que lo que estamos presenciando es un recorte de una versión más larga de cuatro horas de duración (realizada para la televisión), basada a su vez en mucho material registrado para la ocasión pero también de archivo: es desde allí que aparece la voz de la madre de Allen (entrevistada por él), y varias declaraciones suyas en cada época, como para contrastar (o ratificar) desde su voz en el presente.

Pero Weide sale airoso recortándose a sí mismo, buscando lo esencial y aludiendo a veces tangencialmente a otros momentos. Así, luego de sus inicios como “el chico que mandaba chistes a los diarios”, aparece un Woody poco conocido hoy: el stand up comedian algo extraño pero muy gracioso que tuvo que aprender a enfrentar a su audiencia, y el invitado estrella de los programas humorísticos televisivos.

De allí al guionista de “¿Qué hay de nuevo, Pussycat?”, que juró no volver a hacer cine si no tenía el control pleno. Y lo tuvo con “Robó, huyó y lo pescaron” y “Bananas” (aparición de Diane Keaton, una de las presencias más importantes en su vida) y el salto a la profundidad con “Annie Hall” y “Manhattan”.

“La rosa púrpura de El Cairo”, “Hannah y sus hermanas” y “Crímenes y pecados” muestran la relación afectiva y artística con Mia Farrow, muy elogiada por Allen en el presente, etapa que terminó con “Maridos y esposas” y el escándalo por la separación acaecida tras el romance del realizador con la hija adoptiva de Farrow, Soon-Yi Previn (que sigue siendo su esposa y madre de dos hijos adoptivos, por cierto). Zozobra de la que salió con “Disparos sobre Broadway” para entrar en la etapa en la que todos decían que se repetía, y de la que resucitó como el Fénix con “Match Point”, inicio de un nuevo ciclo más “europeo” (“Scoop”, “Cassandra’s Dream”, “Vicky Cristina Barcelona”, “Medianoche en París”, “A Roma con amor”) mechado con ámbitos más familiares (“Que la cosa funcione”, “Conocerás al hombre de tus sueños”).

De allí salen las declaraciones de nuevos actores y nuevas musas, como su preferida Scarlett Johansson o Penélope Cruz, quien afirma: “Ha escrito algunos de los mejores personajes femeninos, conoce a las mujeres neuróticas”. “Descubrí que la mirada femenina era más interesante; se lo debo a Diane Keaton”, acotará Allen.

Pinceladas

Como Keaton, que reconoce haber hecho todo lo posible por enamorarlo (“no lo logré, pero estuve alrededor bastante tiempo”), Weide hace todo lo posible por asir a este personaje tan peculiar, a quien acompaña a recorrer las viejas calles, la odiada escuela, el viejo cine hoy convertido en centro de cirugía ocular, en un esfuerzo más por tratar de atrapar al mito que trata de no serlo (“Todo lo que se dice de mí era totalmente mitológico o falso. Claro, una parte era cierta”).

Así, el documental se construye entre el seguimiento al personaje (incluyendo momentos de rodaje, o de presentación en festivales), el archivo televisivo, los extractos de filmes, las entrevistas con sus colaboradores y los aportes de críticos y estudiosos de su obra: un cóctel tan ecléctico como el sujeto estudiado (clarinetista de jazz, comediante, fanático de Fellini y Bergman, niño feliz que descubrió la mortalidad a los cinco años, y mucho más).

Como Keaton, quizás tampoco logre su cometido, pero consigue estar alrededor lo suficiente para delinearnos en algunas pinceladas al hombrecito incansable que se levanta todos los días con la esperanza de hacer una película que valga la pena.

Muy buena

 

  • “Woody Allen, A Documentary” (Estados Unidos 2012, hablada en inglés). Dirección y guión: Robert B. Weide. Fotografía: Neve Cunningham, Anthony Savini, Nancy Shreiber, Bill Sheehy y Buddy Squires. Edición: Karolina Tuovinen y Robert B. Weide. Duración: 110 minutos. Apta para todo público. Se exhibe en Cine América.