De ciudad automotriz a la quiebra

Detroit: crónica de una lenta agonía

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Detroit ha sido víctima de un círculo vicioso provocado por la agonía progresiva de la industria, acompañado de numerosos casos de corrupción.

Foto: Agencia EFE

 

Agencias EFE/DPA

La quiebra de Detroit, la que fuera capital mundial del motor y una de las ciudades más prosperas del mundo, es la crónica de una muerte anunciada desde los años 90, cuando a la crisis industrial se sumaron la despoblación y gestiones corruptas.

El jueves se produjo lo que ya todos daban por inevitable, la petición de protección por bancarrota de la “Motown” por una deuda de 18.500 millones de dólares, la mayor suspensión de pagos municipal de la historia estadounidense, si la autoriza la justicia.

“La bola de consecuencias que Detroit ha acumulado durante décadas finalmente ha acabado con la ciudad en un tribunal federal de bancarrota; era algo inevitable”, abría al día siguiente el editorial del periódico local Detroit News.

Detroit ha sido víctima de un círculo vicioso provocado por la agonía progresiva de la industria manufacturera, que disparó un éxodo poblacional, que a su vez hundió los ingresos municipales y finalmente, acompañado de casos de corrupción, obligará a que los acreedores asuman unas quitas de hasta el 90 % y devaluar las pensiones ahorradas por los funcionarios municipales.

Épocas distintas

Desde los años 50, cuando Detroit estaba en la cresta de su particular ola de prosperidad tras varias décadas de crecimiento al abrigo de Ford y General Motors, los 1,8 millones de habitantes, la mayoría de clase media acomodada, ponían la urbe al nivel de otras como Nueva York.

Con 700.000 habitantes, alrededor de un 60 % menos que en los niveles de los años 50 y con casi un tercio de ellos que viven por debajo del umbral de la pobreza, el ayuntamiento de Detroit no ha visto otra salida que reestructurar su deuda y pedir una suspensión de pagos histórica.

La ciudad, administrada por el gestor Kevin Orr, podría verse obligada a vender muchos de esos monumentos o deshacerse de una impresionante colección de arte que incluye obras de Tintoretto o Matisse y que podría alcanzar en su conjunto los 2.500 millones de dólares.

Mientras tanto, los autobuses pueden tardar en llegar más de una hora, no hay suficientes ambulancias y los bomberos tienen que evitar utilizar escaleras hidráulicas porque no hay dinero para certificar su seguridad.

Las zonas verdes que no han cerrado se financian, al igual que los museos, con aportaciones de los vecinos de la más pudiente zona suburbana que rodea a la depauperada Detroit.

El crimen se ha disparado en la ciudad hasta tal punto que pueden verse negocios de cazarrecompensas, de los pocos que parecen florecer en una ciudad llena de escaparates rotos.

La aislada prosperidad de Detroit está limitada a las gigantescas torres de cristal de General Motors, que mantiene a orillas del estrecho que une el lago Erie y Hurón la sede de la mayor empresa mundial del motor, y al ambiente de los casinos del barrio de Greektown.

Detroit ha sumado a la traumática reconversión industrial la mala gestión, con 20 años bajo la batuta de Coleman Young, que antes de su salida en 1994 no pudo lidiar con las crisis, el crimen y los conflictos raciales que pusieron las bases del éxodo y el declive.

Tras Young, el nuevo edil, Dennis Archer, decidió mejorar las cuentas con la llegada de casinos, desarrollo inmobiliario y nuevos estadios de fútbol americano y béisbol, pero no consiguieron recuperar la economía municipal.

Entre 2002 y 2008 la ciudad se acercó definitivamente a la ruina bajo la gestión del alcalde Kwame Kilpatrick, plagada de acusaciones de corrupción rampante y escándalos que le llevaron a prisión.