En Familia

¡Sí, juro!

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Rubén Panotto

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Décadas pasadas, era usual y popular reclamar el juramento, cuando de defender su propia verdad se trataba. La fórmula “ te lo juro por...” era suficiente para cerrar cualquier controversia que pusiera dudas sobre la propia honestidad y honor. Recordemos los juegos de niños, cuando surgían dudas de trampas infantiles, y el damnificado exigía al contrincante un: “jurámelo”, que era respondido con malabares de dedos en cruz sobre la boca, a lo que algunos agregaban trazar una cruz con el pie sobre el piso, etc., etc., para terminar el acto mencionando por quién se juraba. Lo más frecuente era jurar por Dios y la Virgen. No obstante, como a muchos no les conformaba lo intangible, exigían el respaldo de algo más visible, más terrenal. Así aparecían, sin ser consultados, los padres, parientes, mascotas, cuando no se incluían las partes del cuerpo más valiosas como la vista, el habla, hasta llegar -en los casos que se requería gran contundencia- a jurar por la propia vida.

El juramento

¿Qué significa un juramento? Es tanto una promesa como también una declaración de la verdad sobre un hecho, poniendo a Dios, a otro, o algo importante como testigo y respaldo de tal manifestación. Tiempos ha, se desconocía la aplicación del juramento, pues era suficiente la sencillez y honestidad entre los humanos. El juramento nace al mismo tiempo que se incentivan la mentira y el engaño dentro de la familia y la sociedad. El poeta griego Hesíodo escribió: “La discordia, hija de la noche, lleva consigo las querellas, las mentiras, los embrollos, las palabras capciosas y por último el juramento”.

Se trata de una acción que pretende exhibir los valores morales y la confiabilidad de la persona que jura. De alguna manera busca dar valor de pacto a la declaración verbal de una promesa o un hecho difícil de comprobar. Pero, sucede que este acto se ha banalizado de tal manera que en lo cotidiano ya nadie exige ni confía en el juramento de otro, porque aun los documentos y pruebas escritas y firmadas pueden llegar a ser apócrifas, muchas veces armadas con el apoyo de la tecnología cibernética.

Con relación al juramento público, siendo un acto solemne, consagrado en nuestra Carta Magna, en su Art. 67 para senadores y diputados, y en su Art. 93 para presidente y vice de la República, los actores deben jurar “desempeñar debidamente el cargo, y obrar en todo de conformidad con lo que prescribe esta Constitución”. La fórmula más común durante muchos años fue la de “juro por Dios, la Patria y estos Santos Evangelios”, la que también se ha banalizado, y hoy se jura con expresiones políticas, ambiguas, sin riqueza alguna que haga creíble el correcto desempeño del nuevo funcionario. Es común escuchar la observación de la gente, que critica el jurar sobre los Santos Evangelios, a libro cerrado y desconociendo el contenido ético universal de la Biblia, como la ley madre de todas las leyes éticas y morales en la convivencia humana.

¿De qué manera podríamos transformar este acto deslucido y no confiable? No existe otro camino que observar con severidad moral el estilo de vida de nuestros familiares, políticos y profesionales, exigiendo y denunciando las faltas a su responsabilidad y compromiso pactado.

En este tiempo, ¿no cree que es imperioso dialogar con nuestros niños, adolescentes y jóvenes, para volver al valor de la palabra dada? ¿No le parece magnífico volver a resolver situaciones con un apretón de manos y mirada sostenida a los ojos? Dice la Biblia: “Por cuanto el rey menospreció el juramento y quebrantó el pacto, y no cumplió aun después de jurar que lo haría, no escapará. Esto dice el Señor Soberano: tan cierto como que yo vivo, lo castigaré por no cumplir mi pacto y despreciar el juramento solemne que hizo en mi nombre”.

(*) Orientador Familiar