Con la técnica del puzzle

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Georges Perec.

Foto: Archivo El Litoral

 

Por Augusto Munaro

“Lo infraordinario”, de Georges Perec. Traducción, prólogo y notas: Jorge Fondebrider. Eterna Cadencia. Buenos Aires, 2013.

¿Qué intenta indicarnos Georges Perec (1936-82) con ese recorte obsesivo por el detalle casi imperceptible al narrar estos textos reunidos? ¿Tiene sentido describir el movimiento minucioso de la rue Vilin a lo largo de cinco años; transcribir las 240 postales enviadas a su amigo, Ítalo Calvino; o el listado íntegro (!) de todo lo que él ingirió durante 1974? Felizmente para la historia de la literatura, sí.

Como ocurre con todo autor esencialmente innovador, los ocho textos que conforman este libro ponen en relieve un procedimiento de escritura. Activan una idea singular ya que con ellos se articula el esquema de un pensamiento único. Perec escribe en “¿Aproximaciones a qué?”, artículo con que se inicia el libro: “Lo que pasa realmente, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? ¿Cómo dar cuenta de lo que pasa cada día y de lo que vuelve a pasar, de lo banal, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual? ¿Cómo interrogarlo?, ¿cómo describirlo?”.

Para responder dichas indagaciones, Perec pareció cumplir al pie de la letra lo que Julio Verne hizo decir a través de uno de sus personajes novelescos, Miguel Strogoff: “Abre bien los ojos, mira”. Y observó, como ningún escritor lo había hecho hasta entonces. Una mirada orientada a lo ínfimo, pues es precisamente en lo minúsculo, donde examina y asimila la verdadera potencialidad de sus propiedades espacio/temporales. Sus hallazgos conjeturales no fueron insignificantes. Un mismo lugar estudiado en sus sucesivos años, ¿continúa siendo el mismo sitio?; ¿cómo se nos presenta ante nosotros la realidad?, ¿permanece, en verdad, siempre inalterable? Así es como su escritura teje una insólita combinación de ficción y ejercicio de la memoria. Una operatoria que eslabona las cosas, como si se tratase todo de un puzzle.

Su mirada indiscreta recuerda, por el modo riguroso de almacenar datos, al registro de una caja negra; donde no hay juicio, sino descripción desnuda. Un enorme caudal de datos que debió llevar considerable tiempo compilar, pero que no intimidó a quien fue, durante años, archivero en un laboratorio de investigación neurofisiológica del hospital Saint-Antoine (la indicación aquí no es gratuita). Ver, clasificar, pensar a través de una lógica permeable a lo lúdico. Acumular y asociar información como si se tratara de una manía, un fetiche de la memoria. De este modo, Perec fue puliendo un pulso personal.

Se forja otro modo de percepción, a menudo subvirtiendo aquellos conceptos comprendidos como espacio y tiempo, ya que Perec hace “tiempo” en el espacio y viceversa (y es aquí donde su propuesta resulta fuertemente vinculable con algunos aspectos pregonados por la Nouveau Roman, en especial Nathalie Sarraute).

Hoy, iniciada la segunda década del siglo XXI, podemos afirmar que nada de aquello fue en vano; que Lo infraordinario fue el audaz laboratorio de pruebas que Perec mantenía en paralelo a su inagotable La Vie mode d’emploi (obra maestra que le valió el Premio Médicis). Novela donde aplicó todo lo hasta entonces ensayado, ratificando la irrefutabilidad de su prodigiosa apuesta. Una mirada que se formó estudiando cada partícula de la realidad hasta confirmar el complejo sistema que constituye la concatenación de nuestra existencia. Estos textos perecquianos cifran el método para horadar esa realidad siempre profunda y expansiva. Por ello, es necesario hacer la advertencia: este libro es un viaje de ida.