LUIS MARÍA PESCETTI

El poeta de los changos

  • Ayer, trajo su música y humor a Santa Fe, en el marco de la Expo Día del Niño, donde cientos de personas disfrutaron de su show: “Él empezó primero”.
LUIS MARÍA PESCETTI

Pescetti los trata de igual a igual, pero respetando siempre los límites del juego; quizá ése sea el secreto de la identificación que logra con chicos de todas las edades.

Foto: Guillermo Di Salvatore

 

Natalia Pandolfo

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Él aparece en el escenario del Predio Ferial, pantalón blanco y remera negra con el logo del pez que identifica su nuevo trabajo. Acomoda los papeles sobre el atril, pero nadie parece tomarlo muy en serio. Hay bullicio, gente dando vueltas, los últimos que no terminan de acomodarse, chicos que piden a gritos que les compren.

Empieza a cantar y se interrumpe. Vuelve a empezar y a interrumpirse. Y otra vez. A la cuarta, los que daban vueltas ya clavaron los ojos en el escenario y los pibes que gritaban congelaron la mueca: este tipo es raro. A los diez minutos, el público entero está saltando con la contagiosa “Pelotita de ping pong”, una invitación a moverse imposible de rechazar.

Un cóctel de chistes en plan “Mamá mamá, en la escuela me dicen...” termina de distender los resortes de los rostros más duros. Finalmente, llega la Canción del Campamento, a solas él con su guitarra:

Hola mamá te estoy llamando de muy lejos

ya llegué al campamento

no me hables que es muy caro, por favor.

Sí, sí, ya sé que quieres preguntarme cosas

pero oye un minutito que esto cuesta un dineral.

Durante el viaje no moví ni una pierna

el autobús estaba lleno de salvajes animales como yo.

Fuimos cantando a los gritos todo el tiempo

y, quizás, fuera por eso que el chofer se suicidó.

Esto es bien padre, no hay horarios

y comemos porquerías

con las manos en cacharros sin lavar.

El director del campamento está ligando

a una profesora nueva que es casada, yo lo sé.

Nunca me baño y la casa de campaña huele a peste

que los moscos se mueren al entrar.

Mis pantalones ya se paran y caminan

y si vieras mis calzones ¡son como un arma nuclear!

El comedor del campamento está negro y

los cacharros tienen grasa

de otros grupos que pasaron por aquí.

Pero los baños, eso sí que es sorprendente,

uno siente, de repente, que si entra va a morir.

La enfermería tiene alcohol y merthiolate

muchas gasas y algodones y también un bisturí.

Esto es muy útil porque aquí hay perros salvajes,

y animales peligrosos que nos suelen atacar.

Como te digo, esto es bien padre, paso frío,

toda mi ropa está húmeda y perdí mi sleepeeng bag.

Las excursiones son geniales y es probable

que, si encuentran al perdido, regresemos pronto allá, chau mamá”.

El tironeo

En “Él empezó primero”, Pescetti está acompañado por una banda. Los presenta a su estilo: “Por ejemplo, si vos un día vas a recibir en tu casa a la chica que te gusta y la querés impresionar, vas a mercadolibre y te comprás un saxo. Después vas a youtube y buscás ‘cómo aprender saxo en tres clases’. Y entonces te pueden pasar cosas como ésta”, introduce, antes de abrirle el paso a Martín Rur, quien también toca el clarinete. Así, mezcladas entre chistes y anécdotas, pasan las presentaciones del resto: Martín Telechanski, en guitarras; Diego Pojomovsky, en bajo, y Gabriel Spiller, en batería.

El show es un tironeo constante entre los cantos de siempre y los del nuevo disco. Así, entre risas y provocaciones van pasando los diversos climas del espectáculo. Desfilan clásicos como “El vampiro negro”, “Bua ja ja ja ja!”, “No quiero ir a dormir” o “Ahí viene mamá pato” con temas incorporados en el nuevo trabajo, como “Papá monstruo vuelve del trabajo y juega”, “Cinco ranas con pequitas”, “Pican pican los mosquitos”, “Hola mi nombre es Juan” y “Sirenita de la mar”, entre otros.

Para esa altura, la fiesta es un gran campamento, con chicos y grandes moviendo caderas. Los minutos se pulverizan y llega la hora de la retirada. Despedida, gritos para retenerlo, saludo general y el escenario queda vacío. Pasan eternos segundos hasta que vuelve, y entonces sí es la gloria. Él camina unos pasos, busca la botella de agua que había olvidado y vuelve a retirarse. La provocación surte efecto: los chicos se vuelven locos de rabia y él regresa triunfal, nuevamente con los músicos, para cantar “La balsa”.

Les dice que están feos, que son horribles e imposibles; sube al escenario a tres nenas que quieren bailar y las bautiza como Marta, Susana y Berta y las hace bajar rápido para que no lo eclipsen; charla con alguno, se burla de los padres que no cazan un paso. Y después saluda y se va, con su botella de agua bajo el brazo, muy campante, a hacer lío a alguna otra parte.