Se quedó con un ejemplar de los 95 años que recibió con mucho cariño a los momentos vividos...

El Litoral con el Papa

  • El día previo a recibir a Messi y compañía, el Papa Francisco recordó por unos minutos aquellos dos años en Santa Fe, envió una bendición a todo nuestro pueblo y pidió, tal cual es su costumbre, que “recen por mí”.
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Bendijo a Santa Fe. El Papa Francisco también le envió un mensaje y sus bendiciones a todo el pueblo santafesino que recuerda con cariño. Al video se lo puede observar en el sitio web del diario, www.ellitoral.com

 

Enrique Cruz (h)

Enviado Especial a Roma

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Imagino ahora que debe ser muy fuerte para esos muchachos que hoy ya pasaron los 60 años, ver a su querido maestrillo de la escuela secundaria convertido en uno de los hombres más influyentes y famoso del mundo. La mayoría de esos muchachos aún están , otros ya no, pero a todos ellos, jóvenes alumnos del Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe en los inicios de los ‘60, los habrá desbordado en esa tarde de miércoles la única e incomparable emoción cuando sintieron que aquél Jorge Mario, técnico químico, filósofo y profesor, era elegido Papa de la Iglesia Católica. Santa Fe no ha pasado desapercibido para él y su recuerdo de aquellos 1965 y 1966 —años tan claves e importantes, casualmente, para el fútbol de Santa Fe— están todavía frescos en su memoria.

Pero contaré —un poco aún con la tremenda e incomparable emoción a flor de piel cuando redacto en la mañana de lunes romana este envío— de qué manera pude concretar el gran sueño de estrechar la mano del Papa, momento incomparable e inolvidable que vivirán mañana los jugadores de la selección y el grupo de dirigentes que estarán junto a Messi y compañía.

El contacto surgió a partir de uno de los secretarios privados del Papa Francisco. En realidad, el primer gran objetivo fue el de estar presente en la audiencia con la delegación argentina. “Será en la sala Clementina pero a solas y privada. A los periodistas se los ubicará en la Sala Stampa, donde se podrá ver lo que ocurra en la audiencia por un circuito cerrado. Es todo lo que le puedo ofrecer”, fue la respuesta del Padre Fabián.

Los mails continuaron porque el objetivo, más allá de poder conversar unas palabras con el Papa y tratando de impedir el descontrol de la lógica y natural ansiedad periodística frente a semejante líder, era el de poder entregarle un ejemplar de los 95 años de El Litoral en el cual, obviamente, el Papa Francisco tuvo su merecido lugar y recordación.

“A las 6.35 de la mañana del lunes tendrá que presentarse en la Puerta del Santo Oficio, desde allí los guardias suizos le indicarán el lugar para dirigirse a la Residencia Santa Marta, ya dentro del Vaticano, y participar de la Santa Misa. Luego de ella, podrá entregarle a Su Santidad lo que trae para él. No es una invitación en calidad de periodista”, fue el último mail recibido, cuando ya este enviado de El Litoral se encontraba en Roma. Obviamente, la respuesta no se hizo esperar y el despertador tampoco. A las 5.30 de la mañana del lunes, con una Roma calurosa que empezaba a desperezarse para iniciar la jornada laboral, llegó el momento de levantarse y empezar a comprender que podía vivir uno de esos momentos irrepetibles.

La Puerta del Santo Oficio está a un costado de la Plaza San Pedro, que a pesar de lo temprano del lunes no parecía haber recibido a tantos miles y miles de turistas en un domingo de más de 30 grados pero pleno y luminoso. Uno camina por ese empedrado tan particular (como el de la mayoría de las calles romanas), por ese espacio tan amplio y mágico, con una cúpula fácil de observar desde cualquier lugar de una ciudad que por algo la llaman “Eterna” (con los rasgos tan firmes de esas construcciones de cientos o miles de años que aún persisten como el mejor tesoro de la evolución de la Humanidad), que se siente metido dentro de tanta historia y caminando por el mismo lugar donde el mundo entero caminó. O por lo menos todos aquellos que tuvieron la dicha alguna vez de pisar Roma.

La Plaza San Pedro estaba tan impecable y lista para empezar a recibir otra vez a miles de turistas (en Italia, agosto es el enero de nuestro país), como impecable estaban esos guardias suizos con un atuendo que a las 6 y media de la mañana se soporta, pero que a medida que sube el sol al mismo compás de la temperatura, se debe tornar ciertamente “imbancable”. “¿Usted es ‘Erique’?” (así, sin la ‘n’), fue la pregunta de los guardias, ya avisados de la visita. “Pase hasta el próximo puesto”, fue lo que alcancé a entender en un italiano que a esa altura de la mañana, entre lo temprano y los nervios, se entendía muy a medias.

Tras el paso por el segundo puesto de vigilancia llegó el momento de dirigirse a la Residencia Santa Marta. Imaginaba una Iglesia. O en el peor de los casos, una capilla grande. Nada de eso. La capilla era más bien chica, con un piso que se asemejaba al mármol (confieso ser muy poco detallista y desconocedor de este tipo de cosas), bancos como los de cualquier Iglesia de barrio (aunque con acolchado para el momento de arrodillarse) y algunas banquetas al fondo. Imaginaba también mucha gente. Y también me equivoqué. Éramos apenas 9 personas, dos sacerdotes y el Papa. Y entre los 9, siete religiosas que partieron rápidamente luego de la Santa Misa hacia el lugar donde se dirigió Francisco, un muchacho de algo más de 30 años y quien esto escribe. Para los 9, el Papa Francisco ofició la Santa Misa.

Sabía que no iba a entrevistarlo periodísticamente —hecho que me habría encantado pero que no me imagino capacitado para sacarle todo el jugo deseado—, pero estaba convencido (porque así me lo hacía saber la gente que estaba allí), que iba a tener la posibilidad de entregarle lo que quería.

Termina la Misa y se van todos, pero a los pocos segundos vuelve el Padre Fabián y me dice: “El Santo Padre ya vuelve, quedate sentado aquí”. Nos quedamos en las butacas que estaban en el fondo de la capillita. En silencio, obvio. Sentía el sudor en las manos. Y nervios como casi nunca. Al lado, el Padre rezaba en silencio. No se movió. Menos mal, porque le habría hecho una marca hombre a hombre como el mejor stopper al más peligroso delantero. Hasta que volvió Francisco. De blanco, sencillo como lo demuestra, con esa cara de bueno que lo distingue, a sentarse en uno de los sillones para rezar, también en silencio. Habíamos quedado los tres en la capilla. El Papa, uno de sus secretarios y yo, a esta altura transpirando un poco más. Hasta que se levantó, caminó hacia el lugar donde nos encontrábamos y pasó de largo. Fabián, con una tranquilidad que yo no tenía, evidentemente, dejó que saliera de la capilla y lo llamó. “Santo Padre, el muchacho es el periodista de Santa Fe que quiere verlo”. Francisco, o Jorge, o aquel maestrillo de la Inmaculada, como prefieran, se dio vuelta y sonrió. Paz, mucha paz y cordialidad en ese gesto. Y nervios, muchos nervios adentro mío.

—Vengo de Santa Fe, Su Santidad. A darle este ejemplar de los 95 años del Diario El Litoral al que usted seguro que recuerda...

—¡Por supuesto! Recuerdo al diario que me acompañó en esos dos años, a la ciudad y especialmente a Gustavo Víttori, que es uno de sus directores y fue uno de mis alumnos. A él lo tuve en el ‘66. Se debe haber alegrado mucho por mí. Habrá hecho barullo el “Gordo”. ¿Venís al partido?

—Sí, claro.

—Mañana estaré con los muchachos y con los dirigentes. Por lo que han organizado, la audiencia es privada.

—Es lo que han dicho.

—Te agradezco tu gentileza, me llevaré el suplemento para leerlo y te pido que le mandes un saludo muy grande de mi parte para todo el pueblo de Santa Fe, que el Señor los bendiga, que la Virgen los proteja y les pido a los santafesinos que recen por mí.

Son casi las 11 de la mañana y Roma ya se calienta por el ritmo del lunes y por una temperatura que trepará hasta más allá de los 35 grados seguramente. La de ayer domingo fue una jornada muy especial en ese permanente codeo con la historia que uno siente al caminar por esta ciudad. Es que visitamos el Coliseo, esa maravilla arquitectónica de casi 2.000 años que encierra tanto mito e identifica como nada ni como nadie lo que fueron aquellos atrapantes tiempos del Imperio.

Sin embargo, al abandonar el Vaticano y luego de haber saludado al Papa, la sensación es otra, diferente, más humana, más grande, más nuestra. Es que Santa Fe es una parte muy importante para aquel maestrillo Bergoglio, o cura Jorge, como lo habrán llamado esos muchachos que hoy ya pasaron los 60 y se emocionan al verlo y oírlo. Pensar solamente en que habrá caminado por nuestras calles y hablado con nuestra gente, en sus bendiciones y en ese recuerdo permanente de este Papa futbolero hacia la ciudad, emociona y merecen estas líneas.

Es sólo una historia, chiquita, personal y compartible. Que llena de orgullo, porque tiene mucho que ver con la tierra de uno. No sorprende. En definitiva, Francisco hace honor con su papado a una de sus frases célebres: “Cuando más grande seas, más humilde debes ser. ¿Por qué?, porque el poder, el dinero y las alturas, son como una ginebra en ayunas..”. Bien a su estilo.