Juventud

María Teresa Rearte

Hoy los jóvenes viven en un contexto diferente al de las generaciones pasadas. Cuando digo “hoy”, me refiero a un enclave distinto, desde el cual crecen. E incluso se desenvuelven de cara al futuro.

Pero, ¿qué es la juventud? ¿Quiénes podrían definirla?: ¿los padres, los educadores, la psicología, la literatura, el cine...? Ya no se la ve como un paso a la edad adulta. Ser joven parece ser un proyecto en sí mismo, acerca de cómo verse, interpretarse y vivir. Sobre cómo vivir la libertad. E incluso experiencias algunas inéditas hasta el presente.

No se puede afirmar que la juventud en bloque ha dejado de lado los valores tradicionales. O que abandona la Iglesia, en medio de la particular diáspora que parece afectar a esta última. Lo que sí se advierte es que los jóvenes (y no son los únicos) han cedido a las ofertas seductoras de la sociedad de consumo. No es sólo la moda. Es también el alcohol. Es la droga. Y es también la legitimación de ciertas formas de banalidad, a las que los jóvenes no son ajenos.

Entre las últimas nombradas, la banalidad de la sexualidad no es la menor. Por lo que los jóvenes están llamados a comprender, “que la índole sexual del hombre y la facultad generativa humana superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de la vida...”. (*)

“Si en cada época de su vida -decía Juan Pablo II-, el hombre desea afirmarse, encontrar el amor, en ésta lo desea de un modo aún más intenso. El deseo de afirmación, sin embargo, no debe ser entendido como una legitimación de todo, sin excepciones”. (**) El joven también necesita que alguien le diga que “sí” y que “no”.

Pero aquí no acaba todo. Hay encuestas lo suficientemente difundidas que dan cuenta del elevado número de jóvenes que están completamente inactivos, porque no estudian ni trabajan. Pero tampoco buscan empleo. Si ser joven es un proyecto, con una economía de valoración del tiempo diferente a la que conocimos los adultos, ¿qué tan fácil, o por el contrario difícil, es elaborarlo y concretarlo? El planteo tiene en cuenta que las configuraciones económico-sociales no muestran efectividad, cuando de distribuir la riqueza se trata.

Está claro que el problema de la juventud es de índole personal, con fuertes condicionamientos socioeconómicos, políticos y culturales que lo influyen. Hay en los jóvenes un enorme potencial de bien que requiere salidas concretas. El que refuerza la importancia de la educación, no sólo en la tarea de socializar, sino principalmente en la formación de la persona en todas sus dimensiones.

La sociedad tiene por su parte una gran necesidad de la alegría de vivir que poseen los jóvenes. La tiene nuestro tiempo y la cultura, para encontrar en los jóvenes un reflejo de la alegría original que Dios tuvo al crear al hombre. Y aprender así el valor inviolable de la vida humana.

Las jóvenes generaciones necesitan buscar y encontrar el sentido de la vida, al que puede guiarlas la pregunta del joven en el evangelio a Jesús: “Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para alcanzar la vida eterna” (Mt 19, 16). Y así abrir camino a la esperanza.

(* ) Const.Gaudium et spes. 51.

(**) Juan Pablo II: Cruzando el umbral de la esperanza.