El Guernica

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Guernica en ruinas tras el bombardeo alemán e italiano del 26 de abril de 1937.

La obra de Picasso es sin dudas la pintura más famosa del siglo XX. Su historia me ha fascinado desde que la escuché por primera vez en los lejanos días de mi infancia. La vida me regaló la suerte, o como pueda llamarse, de poder admirarla dos veces y además haber estado en el mismo lugar donde se desarrollaron los fatídicos e irracionales acontecimientos.

TEXTO. ANA MARÍA ZANCADA.

 

Lunes 26 de abril de 1937, día de mercado en la Plaza Mayor de Guernica, un apacible pueblito de la provincia de Vizcaya. Algarabía, ir y venir de gente, hombres, mujeres y niños alrededor del gran roble varias veces centenario, donde históricamente se reunían las Juntas para impartir justicia. Ese árbol venerado, en pocos instantes sería testigo mudo de la sinrazón humana. Un poco más de las cuatro de la tarde comenzó a escucharse el zumbido de algo que se parecía a motores de aviones.

Alguien levantó sus ojos al cielo y, con desconcierto, alcanzó a percibir como manchas en movimiento que se dirigían hacia ellos. Asombrados, desconcertados, sin saber muy bien qué era lo que sucedía, comenzaron a sentir las explosiones. El infierno descendía de los cielos. Desconcierto, desesperación, las madres tratando de proteger a los niños, el pueblo entero, que minutos antes preparaba las vituallas para otra tarde de mercado, quedó inmerso en una confusión de gritos, rostros demudados y muerte, sí, la muerte que avanzaba sin compasión sobre un pueblo indefenso.

Más de tres horas de bombardeo, más de trescientos muertos, edificios derrumbados, un número increíble de heridos, incendios, el asombro ante lo inaudito. Cuando el humo provocado por las bombas comenzó a disiparse, se pudo ver que, asombrosamente, la Casa de Juntas Generales y el añoso roble, símbolo de la justicia vasca, estaban en pie. La tragedia había abierto sus puertas para que en pos de ella ingresase Guernica con sus mártires.

Luego se supo que los aviones pertenecían a la Legión Cóndor de los alemanes y luego, también, todo siguió su curso: Hitler, Franco, los protagonistas moviendo las piezas en el tablero de la existencia humana con una frialdad desconcertante, con la misma indiferencia con que generalmente los poderosos del mundo disponen a su antojo de la historia, sin pensar que el hombre no es omnipotente y que tarde o temprano la justicia llega.

LA DESESPERACIÓN EN BLANCO Y NEGRO

En ese momento nadie pensó que un detalle más en un mapa de escarceos militares sería el detonante para que un artista inspirado, aunque todavía no muy conocido, forjara una de las obras más emblemáticas del siglo.

Por esos días, Pablo Picasso residía en Francia, en París exactamente, utilizando la bohemia como marco para su excéntrico genio. Supo de la tragedia del pueblo vasco y al recibir el encargo de realizar una obra para representar a la España Republicana en la Exposición Internacional de París de 1937, comenzó a bocetar su dolor. En ese momento, su compañera de turno era Dora Maar, fotógrafa que inmortalizó la génesis de lo que sería la obra más famosa del Siglo XX.

Tenía que ser de grandes proporciones. Comenzaron los primeros bocetos. ¿Qué sentía? Rabia, dolor, impotencia. ¿Colores? No, la obra tendría que demostrar el profundo espanto ante la muerte sin sentido. Blanco, negro, gris, gritos, humo, sangre, desolación. ¿Una roja gota de sangre? No, la desesperación era en blanco y negro para mostrar toda la desnudez de la desprotección. Así lo describió:....”Gritos de los niños, gritos de mujeres, gritos de pájaros, de flores, de piedras... lluvia de pájaros que inunda el mar, que roe el hueso y se rompe los dientes... la huella que deja el pie en la roca”.

La noticia le llegó dos días después de sucedido. Ya el 1º de mayo había comenzado con los bosquejos. En siete días hizo catorce de ellos. Las imágenes ahora bombardeaban su mente: caballos con las entrañas desgarradas, madres desconsoladas cargando a sus niños muertos, bocas abiertas en un aullido mudo de dolor y espanto. Picasso no quería un simbolismo fácil. Los amigos invadían el pequeño departamento de la rue des Grands Augustins. El ya estaba poseído del inspirador instinto del genio. Para el 11 de mayo, la obra comenzaba a tomar cuerpo. Grandes dimensiones: tres metros y medio por casi ocho de largo. Un mural que representaba no sólo la creación de un artista, sino una especie de furia trasuntada en cólera y angustia.

Le llevó un poco más de tres semanas concluirla. Al contemplarla dijo: “No es un mural, es un hecho histórico”. Había sentido en ese momento la magnitud de lo que estaba por mostrar.

La obra fue expuesta en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París, en 1937, conmocionando a la crítica de todo el mundo. Cumplió el objetivo de atraer la atención mundial hacia la causa republicana. Luego Picasso no permitió que retornase a España hasta que Franco no abandonara el gobierno.

Siguiendo su voluntad, fue trasladada al Museo de Arte Moderno de Nueva York en custodia. Corría el año 1939.

EL REGRESO A CASA

En setiembre de 1981, exactamente el jueves 10, a las 8.30 de la mañana, un gigantesco Boeing de Iberia se posaba en Barajas, trayendo de vuelta la obra más famosa del S.XX. El Guernica retornaba a casa, respetando la voluntad de su creador. Pero, ¿dónde podía ser exhibida? Fue colocada en el Casón del Buen Retiro, anexo al Museo del Prado y abierta al público el 25 de octubre, centenario del nacimiento del artista malagueño. Durante muchos años, estuvo protegida por un vidrio antibalas. La apertura de la muestra atrajo a más de trescientos periodistas españoles y extranjeros, estrechamente vigilados por quince guardias civiles, armados con metralletas. Su presencia contrastaba con el palacete que en el S.XVII construyera el rey Felipe IV.

Allí lo pude ver por primera vez, conteniendo mi emoción. Pasamos por un detector de metales y una colección importantísima de bocetos nos fue poniendo en clima. Finalmente allí estaba, enorme, imponente, magnífico. Sentí el dolor, el desconcierto, la desesperación. No pude contener las lágrimas. ¿Qué era? ¿Deslumbramiento, temor, horror, admiración, certeza de contemplar una de las obras emblemáticas de la crueldad humana? Nunca lo pude definir.

Y ahora, nuevamente, la suerte me dio la oportunidad de ver esta obra única, en su nuevo hogar: el Museo de Arte Moderno Reina Sofía. Un palacete enorme, que en sus orígenes fue un hospital, convertido ahora en un imponente museo, en una de las zonas más hermosas de Madrid. Árboles, pájaros, movimiento, el bullicio del mundo que circula por las calles y el museo que guarda en sus entrañas las joyas más preciadas de la humanidad, esas que nacen del genio creador del hombre, ser tan controvertido que es capaz de crear y destruir en la misma medida.

Caminamos más de dos horas recorriendo salas y pinturas. Finalmente allí estaba, como lo recordaba, enorme, imponente, la síntesis del horror. Ahora los años me aportaron más conocimientos, pero la emoción fue la misma, ¿o tal vez más? Otra vez las imágenes en tropel, pero ahora iba desmenuzando los detalles: la llama del centro, simboliza la esperanza, ¿por qué la flor que nace de la espada rota? Sí, ahora estoy segura, el ojo del toro es el ojo de Picasso. El mismo dolor ante la madre con su niño muerto en brazos, confusión, espanto, siento los gritos, el asombro, el temor, la desprotección. Pero ahora, en mi vejez y con mis nietos de la mano, haciéndolos partícipes de esta experiencia increíble, vuelvo a agradecer poder contemplarla.

Ya no hay detector de metales, ni vidrio antibalas. Sólo un cordón y guardias que exigen un mínimo de distancia. Allí están, juntos, el genio y la sinrazón del hombre. La síntesis del horror.

Salimos del museo y mientras bajamos en el ascensor de cristal, con la imagen de Madrid a nuestro alrededor, un limpio y suave sol de otoño nos enceguece. Todavía tenemos la emoción provocada por la fuerza de las imágenes y la certeza de haber contemplado una de las obras maestras de la historia de la humanidad. Ya de vuelta en mi tierra, entre los papeles de mi archivo, encuentro las reflexiones del genio: “Variación no significa evolución. Si un artista varía su expresión quiere decir solamente que ha cambiado su modo de pensar, y esto puede ser para mejor o para peor. Mis diversos estilos no deben considerarse como una evolución y menos aún escalones hacia un desconocido ideal de pintura. Todo lo que he hecho ha sido siempre para el presente con la esperanza de que permanezca en el presente. Siempre he trabajado para mi tiempo. Nunca me he preocupado del espíritu de investigación, yo expreso lo que veo, lo que siento”. Pablo Picasso.

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Pablo Picasso, el genial autor de El Guernica.

El Guernica

La obra de Picasso, una de las más emblemáticas del siglo.

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En blanco y negro, así eligió el artista retratar la desesperación y el espanto.

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Dora Maar, compañera de Picasso y fotógrafa que inmortalizó la génesis de lo que sería la obra más famosa del siglo XX.