¡Mis pantuflas!

Pocas cosas posee el ser humano de las que puede jactarse. En un mundo cambiante, donde está todo en movimiento y es precario y no dura, las pantuflas propias te hacen el aguante. Hay tipos que desdeñan sin contemplaciones unas pantuflas nuevas: ya tiene las que tiene. Desde 1982. Hay notas que dejan huellas. Esta, no.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 
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La pantufla es un adminículo emblemático (total, empezar uno debe empezar por algún lado) que reina soberano en invierno. La comunidad pantuflera, igualmente, sostiene y extiende ese reinado todo el año, y así tenés tipos y tipas que siguen usando ese calzado en pleno verano: les chorrean las patas, perdonen la delicadeza. Pero no están dispuestos a sacrificar la comodidad de un calzado blando, ya domado. Como el sillón preferido, el lado de la cama propio y pocas cosas más, la pantufla lleva nuestra huella literalmente: somos nosotros, en definitiva.

Nacida, dicen, en Oriente, en Japón, la idea de un calzado para usar dentro del hogar se occidentalizó como una muestra de confort, de intimidad, de calorcito. Con los primeros fríos, aparecen las pantuflas confinadas en la primavera pasada en el fondo del ropero, o en un baúl o por ahí. Como si se tratara de un viejo amigo, la vieja pantufla (más respeto: más vieja será tu hermana) no necesita presentaciones y la amistad funciona sin preámbulos.

Ocurre que las personas que nos quieren, suelen regalarnos abrigos. Abrigar es sinónimo de cariño, de cuidado. Y es probable que en algún momento te regalen unas pantuflas. ¡Ja! ¡Ilusos! Las pantuflas de siempre, como el veterano ídolo histórico que ganó campeonatos, aunque ya no pueda ni moverse, no se tocan. Los códigos son códigos. Nada de cambio.

Así que a lo mejor para darle el gusto a tu pareja o a tus hijos te ponés un rato las pantuflas nuevas. Pero enseguida, ni bien se descuiden (las pantuflas tienen la ventaja constitutiva de la humildad: están allá abajo, pasan inadvertidas, excepto esas cosas con orejas de conejitos o garras, que son voluminosas y llamativas), vos volvés a tener las mismas pantuflas espantosamente escocesas pero bellamente nuestras, con el talón ya doblegado, amansadas y nuevamente en uso, como pasó en las últimas temporadas. Las nuevas: en capilla, que hagan las inferiores y que esperen a que el ídolo deportivo se jubile. O que se vayan a otro club donde tengan alguna oportunidad de jugar en primera, porque acá harán banco como locas...

Hay una suerte de relación para el diván con las pantuflas, porque no es un objeto cualquiera que usamos y tiramos. No aceptamos fácilmente su recambio. No hay problemas con una remera, una campera, unos zapatos. Las pantuflas, en cambio, forman parte del puñado de cosas inamovibles.

Puede ocurrir que, cansada tu mujer del estado deplorable, objetivamente hablando (gran error de percepción: las pantuflas demandan un “subjetivamente hablando”), de tus pantuflas viejas, y sabiendo que vos no tomarás la decisión de sacrificarlas, enterrarlas, desterrarlas o algo por el estilo, finalmente ella se encargue de tirarlas a la basura. Y de ponerte de prepo unas relucientes pantuflas nuevas en el sitio de las otras. Es causal de divorcio, contemplado en el nuevo código civil, artículo 18, inciso veintitrés: “Los cónyuges no pueden tomar decisiones sobre las pantuflas ajenas”. Las penas están igualmente tipificadas, por tipos que usan pantuflas y que se han dado cuenta del delicado equilibrio a preservar en el seno (o en el pie) de un hogar.

También hay excesos: hay tipos que van al quiosco en pantuflas; al súper en pantuflas, a todas partes: no hay que provocar a los dioses. Las pantuflas, como los problemas de cualquier hogar, se resuelven puertas adentro. No hay por qué andar ventilando (bueno, sí, en algunos casos sí: los pies, ahí adentro, transpiran y hay pantuflas que son más bien hormas...) o mostrándolas en público.

Y nos vamos. Este año, mis pantuflas (sin ellas, no empieza el invierno, así de simple se los digo) tienen un par de problemas: la derecha tiene un pequeño tajo en el talón; la izquierda empezó a descoserse a la altura de la uña del dedo gordo. Pero el Toco y me voy ya está hecho y las pantuflas ni se tocan ni se van. Apenas aceptan una cita al pie. Y punto: hasta el invierno que viene.