Tribuna de opinión

Entre la oportunidad para todos y la posibilidad para pocos

Sabina Laura Moya (*)

A decir de Remedi (Identidades y Relaciones Interculturales- Bs. As. 2002), “hoy, las ciudades latinoamericanas son menos transitables, más inabarcables, más desconocidas y, por lo tanto, se han vuelto fuente de miedos y diferencias insuperables”.

Paulatinamente, fueron transformándose en organizaciones espaciales de desigualdades globalizadas, dando lugar a sociedades fracturadas en zonas de distintas clases sociales o culturales. Así fueron levantándose muros reales y mentales; muros infranqueables que impiden no sólo encontrarse, sino incluso imaginarse y pensarse como pares, vecinos y conciudadanos.

En este nuevo escenario, del que Santa Fe no escapa, la vida cotidiana, la convivencia colectiva y la integración social son estadíos muy difíciles de alcanzar, más allá de que deseemos, desde nuestra utopía e idealización, otra sociedad.

La población de los barrios de la zona noroeste de la ciudad no escapa a estas dificultades y conflictos que se presentan cuando se interactúa socialmente, en cualquier ámbito que se precie de tal.

Por ello, si bien reconozco el ambicioso proyecto llevado adelante por docentes comprometidos con la continuidad de una oferta educativa terciaria en el barrio Yapeyú, quiero plantear mi posición al respecto como docente con 26 años de desempeño en establecimientos educativos del cordón noroeste de la ciudad, que no puede celebrar con plena satisfacción este logro, debido a que disiento en la afirmación de que redundará en beneficio de toda la población de “la zona noroeste de la ciudad”.

No puedo dejar de preguntarme, ¿la igualdad de oportunidades para acceder a una formación académica terciaria sería abarcativa a toda esa población si se establece el instituto de formación en un barrio alejado de las principales arterias de comunicación?

Y esta pregunta obedece a que quienes trabajamos y hemos interactuado con los alumnos, sus familias y los contextos barriales, sabemos que cada barrio tiene su idiosincrasia, su identidad, y un sentido de pertenencia e identificación con sus pares, que se manifiesta a través de conductas y actitudes imperceptibles y muchas veces invisibles para quienes no pertenecemos a ellos, pero encasilladas en estructuras rígidas de coincidencias que los identifican.

La fractura social y cultural, que analiza Remedi, enraizada en la sociedad en general, se instituye en estos barrios en particular, que también han construido muros de protección, tan concretos como intangibles y que se caracterizan tanto por la identificación y reconocimiento dentro de los mismos, como por la confrontación y desconocimiento fuera de ellos.

Por eso, me pregunto, ¿cuántos de los alumnos que enfrentaron adversidades, que se esforzaron haciendo sacrificios para finalizar sus estudios secundarios y por ser oriundos de la zona concurrieron a los establecimientos educativos de los barrios de Acería, de San Agustín, de Nuevo horizonte, del Abasto, de Los Troncos, de Cabaña Leiva, Santa Rita, o de la ciudad de Recreo, Monte Vera o Ángel Gallardo, estarán dispuestos a concurrir a las 20, 21, 22 hs. a estudiar a un instituto terciario que funcione en el núcleo de otro barrio? ¿Y cuántos preferirán tomar una línea de colectivo que los acerque al centro, más allá del tiempo y la distancia?

¿Cuántos de los docentes terciarios estarán dispuestos a concurrir a un barrio a dictar clases a las 19, 20 hs, saliendo a las 22,23 hs. para atravesar Av. 12 de Octubre, Av. Coronel Loza, Hugo Wast o Av. Cafferata, hasta llegar a la Av. Blas Parera al 9000?

Aclaro expresamente que esta sectorización no es privativa de un barrio en particular, sino que es consecuencia de la fragmentación social en la que estamos inmersos, donde se pierden, debilitan o confunden identidades y referencias.

El sentido común y mi experiencia docente en escuelas urbano-marginales me indican que la verdadera barrera educativa de estos alumnos, no está dada por la distancia geográfica, sino por la falta de expectativas futuras, las dificultades económicas y en consecuencia, la imperiosa necesidad de trabajar para solucionar el “hoy”, coartándose la posibilidad de destinar tiempo para sus estudios y proyección personal.

Esto es fácilmente demostrable si observamos que tanto los institutos terciarios como las facultades de la ciudad están concentrados en sectores urbanos alejados de la mayoría de los barrios santafesinos y aún así, se presentan desbordados, pero en su mayoría de “otros” alumnos.

Por lo que, desde mi humilde rol docente, considero que si el objetivo de la oferta educativa es dar las mismas oportunidades a jóvenes con carencias económicas y vulnerabilidad social, un beneficio verdaderamente provechoso, estaría dado en el otorgamiento de becas para autogestionarse económicamente los estudios y tarjetas gratuitas de transporte que les permitieran el traslado a dichos institutos y facultades; teniendo, de esta manera, la posibilidad de socializar con pares que presentan diferentes costumbres y realidades, pero que en definitiva, tienen los mismos intereses y objetivos.

Esta interacción les posibilitaría aprender a aceptar y reconocer al “otro” como un semejante, respetando la diversidad de quienes no presentan sus patrones culturales o similar idiosincrasia.

Y si el objetivo esencial es brindar mayores ofertas educativas, acortando distancias y costos a partir de una mejor accesibilidad a institutos terciarios, instalándolos en la zona noroeste, debido al gran crecimiento poblacional de este sector de la ciudad, ¿qué mejor solución que ocupar los espacios de los grandes establecimientos educativos que se encuentran emplazados en la Av. Blas Parera, principal arteria que comunica toda la zona noroeste, y por la que pasan cinco líneas de colectivos? Además, de ese modo, se permitiría la integración de la población estudiantil de las localidades que limitan con el norte de la ciudad (recuerdo, que hoy las instalaciones de la escuela Paulo Freire ubicada en Av. Blas Parera, se encuentran desocupadas).

Es por estos fundamentos que no puedo celebrar con genuina alegría la concreción de un sueño tan anhelado por todos los que estamos involucrados y comprometidos con las comunidades educativas de estos barrios, porque tengo temor que en vez de resolver o disminuir la grieta de oportunidades educativas, se profundice al estar imposibilitados muchos de poder concurrir al establecimiento por su ubicación espacial y quedar sectorizado este beneficio a alumnos y docentes de una porción barrial exclusiva, temiendo que esta ansiada posibilidad de acceso a una oferta educativa superlativa, destinada a todos los educandos de una de las zonas más desprotegidas y vulnerables de la ciudad, como es el cordón noroeste, haga equilibrio para no atravesar la delgada línea que divide la conformación de mayores oportunidades de la construcción de “un gueto” que profundizará la brecha de segregación educativa en la que ya están inmersos.

Prof. p/niños en riesgo social. Lic. en Pedagogía Social

El sentido común y mi experiencia docente en escuelas urbano-marginales me indican que la verdadera barrera educativa de estos alumnos no está dada por la distancia geográfica, sino por la falta de expectativas futuras.