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Pañuelos

Antes, un antes impreciso pero preciso (el momento en que lo descartable le ganó la pulseada a lo permanente), no podías salir de tu casa sin un pañuelo en el bolsillo. Y no me refiero a los pañuelos anudados al cuello del paisano o a los de seda que engalanan a una dama. Me refiero al pañuelo de mano, o de nariz si prefieren. Huelo una nota nostálgica. Y si lagrimean o moquean, busquen el rollo de cocina...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

 

Así como ahora ligás una tacita o una cartuchera o un monedero con tu personaje preferido, en los cumpleaños de antes no zafabas de recibir una caja con dos pañuelos. Eran dos pañuelos de tela blancos o celestes, prolijamente doblados, con algún motivo de rayas o geométrico, que venían en esas primeras cajas de un packaging primitivo, una suerte de plástico duro que, envuelto en el papel de regalo, te permitía igual intuir y precisar el contenido. La tía te regalaba pañuelos, tu viejo te regalaba pañuelos, los amigos te regalaban pañuelos. Éramos “mocosos”, literalmente. Y los pañuelos, que iban en el mismo cajón de los calzoncillos o las medias, se iban usando cotidianamente. Tu vieja tenía la precaución de guardarte siempre un par de pañuelos nuevos, sin uso, para ir a misa o a una fiesta especial. Y que en lo posible debían volver sin uso, sólo con las dos gotitas de “watteau” que tu vieja le dispensó antes de clavártelo en el bolsillo trasero de tu pantalón “de salir”.

La verdad, si pensamos en un resfrío normal, esa cosa -el pañuelo- con cuatro soplidos encima era una sucia colonia de gérmenes, un pegajoso y húmedo emplasto pegado a la nalga. Los pañuelos descartables vinieron a aportar una fugaz idea de higiene superadora.

Tu santa madre tomaba esas cosas pegoteadas, duras ya, y las zampaba en agua caliente para lavarlas y plancharlas con unción hasta que recuperaran su forma de pañuelo: un cuadrado de tela estratégicamente doblado que un caballero -incluso esos energúmenos que aspiraban a serlo- debía llevar siempre. Porque además te enseñaban que -podía suceder- debías auxiliar con tu pañuelo, más vale que limpio y perfumado, a una damita que requería consuelo. No vas a darle un pañuelo lleno de mocos, con perdón de la expresión. Y la dama, se llevaba el pañuelo, gastaba con sus narinas el perfume que de él emanaba, y luego de lavarlo y plancharlo casaderamente te lo devolvía impecable y quizás, sutilmente, con el perfume de la ya consolada niña.

Todo eso se perdió para siempre de un soplido.

Ahora vienen esas prácticas toallitas o pañuelos de tissue o tisú, que solucionan la cuestión. Ya están doblados y con un formato total que permite portabilidad plena tanto en el bolsillo del caballero como en la cartera de la dama.

Solucionan incluso la impronta natural de abono orgánico que practican algunos desaprensivos, tapando uno de los orificios nasales y soplando con fuerza hacia abajo. Es un moco escribir sobre esto, lo sé; pero sucede. No hay que ser chambones, hay que tener mucha técnica porque de lo contrario podés hacer una verdadera chanchada, tanto en tu remera como en tu -para conservar la misma familia de palabras- mocasín. Y puede que los dedos te queden también embardunados (porque en este caso no se te embadurnan: se te embarrrr dunan, que es más pegajoso) y que luego -todo es de tan sutil delicadeza que da pena registrar este bucólico momento- uno deba pasar los dedos por la pared del vecino o por el árbol cercano...

Las toallitas ya vienen incluso con simpáticos diseños (al pedo, pero simpáticos) y con perfumes varios, desde lavanda hasta peras a la menta, desde bouquet de flores de los Alpes (andá a comprobar vos si es así) hasta guiso de mondongo o locro: hay para todos los gustos o para todos los olfatos.

Y si no, en casa, para no andar gastando las toallitas (que son para salir, y que tienen formato y presencia “social”), uno tiene siempre a mano el práctico rollo de cocina (que a su vez reemplaza al repasador: jodido limpiarte los mocos con el repasador), que soluciona los problemas más variados con un simple corte de papel. Compren uno bueno, tacaños, porque el papel sencillo se humedece de mirarlo nomás. Y acá termino. No tenía demasiada aspiraciones con esta nota. Pero salió nomás, como por un tubo.