¿A qué animal nos parecemos?

Arturo Lomello

Es sabido que los seres humanos nos parecemos por nuestra figura o por nuestros instintos a los animales. Es común oír “fulano es un perro” aludiendo a sus facciones o a su carácter endemoniado que hasta le arranca ladridos, o “Mengana es una gata”, refiriéndose a su astucia para conquistar beneficios. También está la comparación con vampiros para aquéllos que tienden permanentemente a aprovecharse del trabajo de los demás.

Y las comparaciones son inagotables. Recordemos una muy cruel que ofende la sensibilidad femenina de quien la naturaleza o por deficiencias dietéticas tiene varios kilos de más. Me refiero entonces al apodo de vaca, ballena o hipopótamo. Evidentemente las comparaciones con animales suelen ser sádicas y siempre cómicas, cuando están aplicadas a los demás. Pero, ¿se preguntó usted a qué bestia se parece? Entonces la comicidad cede para adquirir tonos dramáticos, porque por allí podemos encontrar un parecido a las víboras.

Lo cierto es que un zorro no tiene por qué ser una imagen despreciable. Después de todo no hace más que cumplir con lo dispuesto por el Creador del Universo, y por lo tanto, es más obediente que nosotros que solemos tener dos caras. Un zorro, bien mirado, posee una bella figura y sólo nuestra soberbia hace que veamos apenas de su presencia la astucia que, al fin y al cabo, es una perfección que por más que nos afanemos, no conseguimos nosotros.

Digamos lo que digamos, gracias a los animales, a la inagotable característica de las distintas especies, adquirimos una imagen de lo que somos los humanos, que de otro modo sería imposible obtener. Y sobre todo, una presencia concreta de la riqueza infinita de la creatividad inagotable del Creador del Universo.