Plagas, alimañas y otras mascotas

Plagas, alimañas y otras mascotas
 

En la casa, en toda casa (y no expliques ahora que en la tuya no) hay un número importante de habitantes inesperados, y no nos referimos al novio nuevo de la nena ni a la tía Carlota, que te rompe bastante los esquemas. Hay plagas, alimañas, bichitos indeseados que no se amedrentan con una alpargata o con un productito de morondanga. No quería hacer esta nota. Pero apareció y se reprodujo.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Y bien: arañas, ácaros, bacterias de distinta calaña, virus reales, virtuales e inventados, monstruitos babeantes inventados por los publicistas para meterte miedo (esas cosas pegajosas que están listas para saltar sobre tu tierno e inocente bebé: si fuera así, no tengo idea de cómo sobrevivió la humanidad todo este tiempo, viviendo en ranchos, cuevas y demás), alacranes sotretas que te llegan por las cañerías apátridas; cucarachas antiguas que atravesaron vivitas y coleando todos los tiempos, jodidas hormigas de las grandes y rejodidas hormiguitas de las pequeñas, mosquitos, moscas, jejenes, murciélagos que son fantásticos para mantener el equilibrio bionosequé (sobre todo si no están en tu casa), topos, víboras, mamangaes, ratas y lauchas. Hay, ya lo saben, un montón de bichos, bichitos y bichejos que pululan y quieren convivir con vos y con tu gente, quieren estar porfiadamente en tu casa y no les interesa que les muestres el título de propiedad y los impuestos al día.

No nos referimos desde luego a las mascotas (perros, gatos, esposo, esposa, etc.), que son bichos que vos elegiste y que por lo mismo no deberías tratar de eliminar sin que sobre vos recaigan responsabilidades morales, éticas y legales. La familia de tu pareja puede parecerte una plaga, pero la supresión masiva no es recomendable, no tanto porque no lo merezcan, sino porque terminás en cana y lleno de piojos.

Hay muchas aristas para encarar este tema de los bichos que te disputan el espacio. Allí hay que comprobar leyes elementales de la física: ellos o nosotros. No pueden uno u otro ocupar el mismo espacio, no pueden dos cuerpos por más que uno sea mínimo y el otro rencoroso o moroso o amoroso- estar en el mismo lugar. Así que esas hormiguitas coloradas sobre el sándwich que con untable unción preparaste (y no comiste enseguida, ocupado en otros menesteres), no pueden estar allí. Deben ser eliminadas y para ello hay una generosa batería de productos (retirá antes el sándwich, marmota), no todos efectivos, no todos recomendables.

Entonces, en esta primera entrega de un tema prometedor (yo soy como una liendre: no largo fácil un filón; después vendrán quizás ramificaciones de ese tema troncal), más que enumerar plagas, con sus características y la percepción que de ellas tenemos, prefiero sobrevolar y atisbar las diferentes reacciones que asumimos.

Una de ellas es la negación. No tengo plagas en casa, no hay cucarachas, no hay nada de nada. La única plaga son tus sobrinos, te espetan muy frescamente. Y resulta que cuando estás en presencia de la prueba concreta, una cucaracha robusta y saludable, por ejemplo, ah no, esa no es de acá, es foránea, extranjera. Son los vecinos, que como se sabe son mugrientos, son de la vía o del baldío o vienen desde las cañerías, una construcción (y roguemos que no obstrucción) que no nos pertenece porque está debajo de la casa pero viene y va hacia otra parte.

Obviamente, la negación no es la mejor forma de solucionar problema alguno, básicamente porque no creemos tener un problema (si son hormigas, los problemas son muchos). Luego están todas las demás categorías: la resignación (y bueno mamita, esos bichitos también tienen que vivir; no jodenà), la ira (bicho de mierda, si te engancho te mastico), la impotencia (ya probé con todo y te juro que no sé más que hacer), la venganza (no sabe lo que le espera a esa laucha turra; no tiene ni idea de con quién se metió) y otras beldades.

Nos tenemos que ir. Veo en el jardín que los brotes nuevos del rosal tienen unos pulgones que no había advertido. No tienen ni idea de lo nervioso que me ponen los pulgones. Me suben instintos varios, la mayoría reprochables o abiertamente punibles. No sé si se los dije antes, pero soy un tipo de pocas pulgas.