Editorial

Armados en la escuela

  • Lo ocurrido esta semana refleja las profundas implicancias sociales y culturales de la violencia.

Durante la última semana y a raíz de una serie de hechos lamentables, las escuelas de la ciudad de Santa Fe se convirtieron en el escenario indicado para demostrar -una vez más- que la búsqueda de soluciones a la inseguridad y la violencia no puede limitarse a la mera respuesta policial, pues desde hace tiempo se ha convertido en una problemática de profundas raíces sociales y culturales.

El lunes, un alumno de la escuela de enseñanza media Nº 264 Constituyentes denunció que algunos de sus compañeros de aula estaban armados. Alarmados por la situación, los directivos del establecimientos llamaron a la policía. Cuando los agentes llegaron, revisaron pertenencias de los estudiantes. El hallazgo dejó a todos asombrados: encontraron un revólver calibre 32 en poder de un chico de 17 años e incautaron peligrosas facas de fabricación casera a dos varones y a una chica de 15 años.

Al día siguiente, la ministra de Educación, Claudia Balagué, anunció que, a más tardar en dos semanas, se daría a conocer un protocolo de actuación consensuado entre autoridades escolares y docentes, de modo que sepan exactamente qué hacer ante la aparición de armas en las escuelas.

Pero pocas horas después, en inmediaciones de otro establecimiento educativo del Gran Santa Fe, las armas y la violencia volvieron a hacerse presentes. Cerca del mediodía del miércoles, alumnos de entre 14 y 17 años de la Escuela de Enseñanza Técnica 399 Gastón Gori, ubicada en la localidad de Recreo, se trenzaron en una discusión que derivó en el uso de armas blancas. Uno de los chicos recibió una herida punzante en uno de sus pulmones y debió ser trasladado de urgencia al hospital Cullen, donde se recupera satisfactoriamente.

El problema no terminó allí. Las primeras atenciones a los heridos de menor gravedad se realizaron en el hospital Protomédico, donde los familiares de los alumnos involucrados también se enfrentaron ante la atónita mirada del personal del nosocomio.

Lo sucedido demuestra claramente la complejidad de la situación. El hecho de que tantos casos se repitan con esta frecuencia, refleja hasta qué punto se ha naturalizado el uso de armas para dirimir cuestiones personales a través de la violencia.

¿Qué ejemplos recibieron estos chicos a lo largo de sus primeros años de vida? Lo más probable es que, simplemente, estén repitiendo conductas aprendidas en sus hogares o en los barrios en los que les tocó crecer. Conductas violentas que no son necesariamente exclusivas de los sectores más postergados.

La redacción de un protocolo de actuación resulta una medida acertada. Sin embargo, no sólo se trata de saber qué hacer frente a la aparición de armas en las escuelas.

El verdadero desafío pasa por encontrar las respuestas para el día después: cómo tratar a ese niño o adolescente que considera natural portar armas y de qué manera actuar en el marco familiar de esos chicos, sabiendo que los alcances del Estado son siempre limitados puertas adentro de cada hogar.

La problemática es compleja. Se trata de un verdadero proceso de descomposición y fragmentación social que se fue gestando durante décadas, y por lo tanto resulta imprescindible pensar en salidas que apunten al mediano y largo plazo.

Las soluciones mágicas no existen. Y quien proponga supuestas recetas extraordinarias, simplemente está mintiendo.

Lo más probable es que, simplemente, estén repitiendo conductas aprendidas en sus hogares o en los barrios en los que les tocó crecer.