Señal de ajuste

Trapos viejos

a.jpg
 

Roberto Maurer

La televisión abierta, con los ojos bien cerrados, corre hacia el abismo. Las estadísticas de los últimos años revelan un drástico descenso de público, que huye hacia el cable y soportes varios. La tele se vuelve cada vez más generalista, a contrapelo de la tendencia actual de segmentación de la audiencia. El encendido de la televisión por aire baja y la ausencia de Tinelli durante la presente temporada no alcanza a explicar el fenómeno. Al respecto habría que destacar el estado de desnutrición que afecta a los programas de chimentos, cuyas largas horas de aire eran alimentadas por las ubres de “Showmatch”.

Hay que rascar el tarro. Sin este panorama de escasez, no se puede entender que aún se siga debatiendo un asunto del siglo pasado: el amor, la ruptura y las querellas entre Nazarena Vélez y Daniel Agostini. Se conocieron en 1999 y se separaron seis años después. Es decir, estamos en 2013, pero el periodismo de la farándula aún encuentra utilidad en esos trapos viejos.

Daniel Agostini pasó por “El diario de Mariana”, el magazine de Mariana Fabbiani, cuyo salto a El Trece fue muy promocionado. Puede recordarse que fue conductora de “El artista del año”, un enorme fracaso del cual ella salió ilesa: es una chica deliciosa y todos la queremos, incluyendo cada uno de los dientes que en gran número aparecen cuando sonríe.

Mariana Fabbiani fue salvada del naufragio haciéndose cargo de otro, el programa de Florencia Peña y Mariano Iudica (“Dale la tarde”). En el nuevo ciclo la acompaña un panel muy numeroso. En la tele hay cada vez hay más panelistas, se multiplican como conejos y es un trabajo para el cual no se pide ningún título, aunque se ha convertido en una profesión. Antes, los chicos querían ser aviadores, médicos, enfermeras o bomberos y ahora quieren ser panelistas.

NAZARENA EN EL RECUERDO

Daniel Agostini enfrentó a doce panelistas, en una situación semejante al Juicio de Nuremberg, pero con jueces amistosos. Le preguntaron todo el tiempo sobre su relación con Nazarena Vélez, como si no hubiera otra cosa en la existencia de Agostini, una figura en actividad y con familia. “Tengo veinte años de carrera”, se quejó, ya que el único dato de su paso por la vida parecía ser Nazarena.

Todavía permanecen algunas brasas encendidas, porque actualmente se discute a través de abogados la tenencia del botín bautizado Gonzalito, el hijo que comparten, y la venta de la casa.

Angel de Brito no se sienta entre los panelistas sino que permanece de pie junto a la conductora, como si tuviera un rango de gran sacerdote. Con los brazos cruzados y expresión grave, pregunta:

—¿Tenías buen sexo con Nazarena?-

Han pasado catorce años de la primera vez, y en la memoria de Agostini deben perdurar recuerdos de contornos borrosos. Más presente tiene un problema de hemorroides, que fue tratado en un breve desvío de la avenida principal de la conversación, a la cual se volvió:

—¿Qué sentís por Nazarena, ahora?

—Nada, respeto. Es la madre de mi hijo.

La arrebatada Mercedes Minzi nunca se da por vencida. Además, pertenece a la raza de los panelistas que sustenta la teoría de que “siempre-queda-algo”.

—Siempre queda algo... -persevera.

Agostini se mantiene firme. Hace catorce años que maneja esta situación.

UNA FIERA APLACADA

—¿Reconocés que ahora tiene otro perfil, que está más calmada? -se refieren a Nazarena como a alguien que viene evitando desde hace tiempo al Instituto Antirrábico.

—Claro que sí. ¿Qué quieren, quieren ver sangre? -reacciona Agostini.

—Ésa es la televisión que queremos -interviene rápidamente Tortonese, bromeando.

—Hay diálogo -dice Agostini.

—¿Pueden hablar por teléfono sin pelearse? -continúa el acoso.

—Estamos en un proceso en que no se puede hablar mucho, hablan los abogados. Avanzamos. Hubo un pacto de cerrar la boca -responde Agostini tratando de explicar una situación más compleja que una reunión del G-20.

—Dicen que vos la seguís amando a Nazarena...

—Amo profundamente a mi mujer y a mis hijos. Estoy en otro mundo-, responde. Sí, está en otro mundo, está en la tele.

—¿Te pagó el arreglo del auto?

Con su larga cabellera esta vez ceñida por una coleta, se pasa la mano por el pelo tenso de la cabeza. Agostini no está acorralado por enemigos sino por personas entregadas a una rutina que dedican su tiempo revolviendo tristemente una cacerola ya sin restos de comida, y sin conciencia de que forman parte de un mundo, la tele abierta, cuyo fin ha sido pronosticado.