Desde el Evangelio

El cura Brochero

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José Gabriel del Rosario Brochero fue un verdadero pastor con “olor a oveja”, como dice el Papa Francisco. Foto: Archivo El Litoral

Mons. José María Arancedo (*)

Hoy 14 de septiembre vivimos, como Iglesia y como argentinos, la alegría de la beatificación del Cura Brochero. Es un acontecimiento de gratitud y compromiso con el testimonio de su vida. José Gabriel del Rosario Brochero fue un verdadero pastor con “olor a oveja”, como dice el Papa Francisco. Nació en Santa Rosa de Río Primero en 1840. Se formó en el Seminario de Córdoba y fue destinado como cura párroco a Traslasierra. Fue un pastor dotado de gran espíritu de sacrificio y extraordinaria caridad pastoral y social, sirvió a la gente más pobre del campo, compartió su vida y promovió en ella la elevación humana y religiosa, especialmente a través de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Tuvo una profunda y cálida devoción a la Virgen María. Como ella, en las Bodas de Caná, también Brochero supo decir a Jesús: “No tienen agua”, “no tienen educación”, no tienen caminos”, “no tienen medios para encontrarse como hermanos y comercializar sus productos”. Y él hizo lo que Jesús dijo: ayudó a todos sus contemporáneos a escuchar esa misma voz que abre las cataratas del amor de Dios y que se vuelca en el servicio a sus hermanos: abrió escuelas, proyectó el ferrocarril, entre todos hicieron caminos, acequias, diques y la misma Casa de Ejercicios Espirituales. Evangelizó al hombre promoviéndolo, y lo promovió evangelizándolo.

En el Mensaje al Pueblo de Dios que los obispos publicaron, continúan diciendo: Él no fue un cristiano triste. Sabía de la alegría que da Jesús y la quería contagiar. Por eso al visitar a la gente en sus casas les decía: “Aquí vengo a darles música”. La música de saberse amados por Dios. Hoy esta alegría que nos trasmite la beatificación de Brochero, le permite multiplicar sus brazos, sus pies, su corazón, a través de cada uno de nosotros, y nos invita a ser discípulos y misioneros de Jesucristo: “Si en mi corazón no llevo la caridad, ni a cristiano llego”, decía él. Brochero nos anima a salir a las fronteras, “de tal manera que la unción llegue a todos, también a las periferias, allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora” (Papa Francisco). Nos invita a compartir la certeza del amor de Dios. Esta beatificación es una nueva llamada para responder a la vocación a la santidad que todos recibimos en el bautismo. El beato Juan Pablo II, al comienzo del nuevo milenio, nos decía: “Preguntar si quieres recibir el bautismo, es lo mismo que preguntar si quieres ser santo”. Y el Papa Benedicto XVI nos recordaba que: “Los santos no son representantes del pasado sino que constituyen el presente y el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Son como las caras de un prisma, sobre las cuales con matices distintos, se refleja la única luz que es Cristo”.

La beatificación de nuestro querido Cura Brochero, en el marco del Año de la Fe, la debemos vivir con gratitud y compromiso por todo lo que ello significa para la Iglesia en la Argentina. Sé que hubo una larga historia de personas que han trabajado y rezado por esta causa, sólo quiero recordar al cardenal Francisco Primatesta que con tanto amor a la figura sacerdotal de Brochero esperó este momento, fue un entusiasta y decidido promotor de su beatificación. De ello soy testigo.

(*) Arzobispado de Santa Fe de la Vera Cruz

Él no fue un cristiano triste. Sabía de la alegría que da Jesús y la quería contagiar. Por eso, al visitar a la gente en sus casas les decía: “Aquí vengo a darles música”. La música de saberse amados por Dios.