Artificio autorreferencial

1.jpg

Ricardo Piglia. Foto: Archivo El Litoral

 

Por Fabricio Welschen

“El camino de Ida”, de Ricardo Piglia. Anagrama. Buenos Aires, 2013.

El regreso de Ricardo Piglia (uno de los autores que, junto con César Aira, Hebe Uhart entre otros, se encuentra entre los escritores actuales de la literatura argentina que son considerados los más relevantes) viene de la mano de su última obra El camino de Ida, una novela policial; o, por lo menos, que así aparenta serlo a simple vista. Si en su anterior novela, Blanco nocturno (2010) que fue ganadora del premio Rómulo Gallegos la historia transcurría en un pueblo rural de la provincia de Buenos Aires durante la década del setenta, en El camino de Ida se llevará a cabo un traslado que situará la historia en un campus universitario de Estados Unidos, en el transcurso de la década del noventa, y con un ya maduro Emilio Renzi (personaje recurrente y alter ego del autor) que adopta el rol de narrador y protagonista.

La estancia de Emilio Renzi en una universidad de Estados Unidos tierra pródiga en asesinos en serie y asesinatos masivos y lugar, además, en donde la violencia emerge en cada rincón para dictar un curso sobre W.H. Hudson será el disparador de la historia durante la cual el protagonista mantendrá una relación amorosa con una colega, la brillante profesora Ida Brown. La sospechosa muerte de ésta, que ocurre en el marco de una serie de atentados en campus universitarios perpetrados por un terrorista neoludista que recibe por nombre Recycler, alterará los planes de Renzi. Durante el discurrir de esta historia policial tendrán lugar algunas disquisiciones de índole política acerca de la sociedad estadounidense y sus factores político-económicos (por ejemplo: Renzi que, tras reflexionar acerca de los asesinatos masivos, llega a la conclusión de que a los Estados Unidos le hace falta un poco de peronismo, la propuesta anticapitalista de Recycler, la constante alusión al actuar de las guerrillas en la Argentina, etc.)

Esta es la historia que por momentos presenta algunos tramos desdibujados que dejan entrever el montaje artificioso de la novela. Es lo que sucede cuando Piglia presenta a algunos de sus personajes: por ejemplo, el caso de Ida Brown, uno de los principales, que de día es una estrella del mundo académico que corre por izquierda a la deconstrucción derridiana, fascinando a los departamentos de Literatura, y por la noche muta en una femme fatale que consume droga y bajo sus efectos realiza, junto a Renzi, las fantasías sexuales que jamás habrían podido imaginar. O el caso de personajes secundarios como el detective privado Ralph Parker que es un buen profesional pero cuya vida personal es un desastre y tiene una ex esposa, Marion, a la que espía e intenta reconquistar; o Nancy Culler, la chica cyberpunk que es hacker, delgada, con el pelo en cresta teñido de azul y piercings en la nariz. La composición artificial de estos personajes y su naturaleza estereotipada termina constituyendo a la trama policial de El camino de Ida, como una excusa convencional para que Piglia pueda centrarse en lo verdaderamente esencial de la novela: la autorreferencialidad literaria.

La historia de la investigación de la muerte de Ida y el intento por comprender las motivaciones de Recycler se encuentra condicionada al marcado sustrato metaliterario de la novela. Es por eso que cuando Recycler comienza a entrar en contacto con la policía mediante cartas (evidenciando, al emular a Jack el Destripador y al Asesino del Zodíaco, su fidelidad a la tradición del asesino en serie) se puede encontrar una referencia al Finnegans Wake de Joyce. O, por el mismo motivo, la novela The Secret Agent de Conrad resulta clave, puesto que Recycler se sirve de esta obra para basar su accionar (lo cual lleva a Renzi a establecer la previsible comparación con Alonso Quijano): “No era la realidad la que permitía comprender una novela, era una novela la que daba a entender una realidad que durante años había sido incomprensible”; tal como evidencia el citado pasaje, lo literario sirve como fuente para lo que en el contexto ficticio de la novela se presenta como la realidad.

Pero, posiblemente, este condicionamiento metaliterario no quede más en evidencia que en el personaje Don D’Amato, ex combatiente de la Guerra de Corea y gran estudioso de Herman Melville, cuya particular característica es tener una pata de palo. El condicionamiento es tal que, incluso, a la hora de pronunciar algunas palabras para despedir el año académico el personaje no puede reprimir su naturaleza y comenta que los últimos acontecimientos le hacen recordar a Bartleby, el escribiente. En este sentido, el personaje D’Amato es mucho más fiel a la impronta autorreferencial de la novela que el personaje Nina Andropova (¿Nina Berberova?), la vecina rusa de Renzi. La novela hace gala de constantes guiños intertextuales; baste citar el momento en que Renzi reproduce inscripciones de lápidas antiguas (de la guerra civil y anteriores), que no son más que algunos versos iniciales de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters.

Como se sabe, la autorreferencialidad literaria no es algo extraño en Piglia. Esta impronta se encuentra claramente presente en su novela Respiración artificial (1980), aunque hay excepciones como Plata quemada (1997), concebida en forma netamente narrativa, con un centro de interés que se desplaza de la erudición literaria a la historia policial en sí. En el caso de El camino de Ida, Piglia logra hilvanar correctamente una historia a partir del material que le provee la tradición literaria.