ARTISTAS EMPARENTADOS Y COINCIDENCIAS INESPERADAS

Todos dicen he muerto

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"Baila con la Talaca", de Luis Jiménez

 

Estanislao Giménez Corte

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I

Es una bella y vieja idea, un poco naive quizás, incomprobable por cierto, pero es bella, ésta que reza que el ojo atento puede hallar, advertir, descubrir, por entre las creaciones de autores de aquí y de allá, relaciones más o menos secretas, un algo que los liga y que aparece en la superficie apenas al ajustar el ceño, un algo que los acerca en un plano que es difícil de nominar (¿en el de la inspiración, en el espiritual, en el existencial?).

Es una vieja idea bella -insisto- ésta que parte de suponer que existen y que se muestran por ahí unas inexplicables coincidencias, por allá unas extrañas similitudes, asombrosas repeticiones que pudieran parecer llanamente un plagio, y que a veces son justificadas como “homenajes”, y que a veces son descarados robos, y que a veces -la mayoría, queremos creer- son esencialmente accidentes, consecuencias naturales de un trabajo de embate sobre el texto, felices encuentros de personas que van limpiando de letras de más los versos para decir, en síntesis, muy parecidas cosas. Un algo que se manifiesta erráticamente al encontrar, entremezclados unos y otros en nuestra memoria, empujados tal vez por fuerzas similares, a gentes que dicen palabras muy próximas, pero en épocas alejadas, que dicen giros más o menos equiparables, pero en geografías muy diversas, que dicen escogidos adjetivos que los acercan, pero ignorantes entre sí.

II

Es una bella cosa -¡lo grito!- que un día cualquiera en el auto, en la tv, en la pc, en la lectura de un diario o de un texto, en un cartel, en una canción, veamos por primera vez, detenidas en un segundo por una cierta modesta revelación -que congela la percepción como en una fotografía, que pone sonido donde no había sino un recóndito murmullo monocorde- esas relaciones. Así, nos admiramos de que un viejo poeta del siglo XIX dijera algo cuyo eco todavía resuena, parecidísimo, en una novedosa canción pop; y que el literato cual aludiera a alguna noche solitaria con palabras exactas que encuentran reverberaciones en un novel autor tal; y que el líder de una revolución cultural dijera a su tiempo una cierta desesperación con palabras insólitamente cercanas a las de la poetisa que se encerraba a escribir todas las noches en un diminuto departamento de un alejado país.

Así un día el difundido verso de Amy Winehouse -“We only said goodbye with words/I died a hundred times” (“Sólo nos dijimos adiós con palabras/He muerto cientos de veces”) nos llevó automáticamente al fragmento de Horacio Ferrer para “El gordo triste”: “Por gracia de morir todas las noches/jamás le viene justa muerte alguna” y éste nos trajo a la consabida frase de Silvia Plath: “Morir es un arte como cualquier otro/yo lo hago extraordinariamente bien”. Y ello a la tensión poesía-muerte, que podría abrir un abismo de posibilidades.

Así un día recordamos los versos de Lennon “Please, help me, lord, yeah, yeah/Help me to help myself” (“Por favor, ayúdame, señor, sí, sí/Ayúdame a ayudarme a mí mismo”) y no pudimos menos que caer en el recuerdo de Alejandra Pizarnik: “Manos crispadas me confinan al exilio/Ayúdame a no pedir ayuda/Me quieren anochecer, me van a morir/Ayúdame a no pedir ayuda”.

Habrá, como estos, innumerables casos. Pero lejos de nosotros el querer atosigarnos de citas inútilmente, pecado recurrente de escribas que buscan una roca sólida donde asentarse, sin advertir la peligrosidad de que la mole, más antes que después, los termine aplastando, obturando la posibilidad de decir algo más que la exposición de ejemplos y nombres buscados con espíritu detectivesco y expuestos como garantía de autoridad.

III

Aquí se podrían habilitar muchas otras cosas: la primera, que la propia natur leza de la poesía -su materialidad física, las palabras- hace que exista una suerte de falencia de base, limitando de algún modo la originalidad creativa por la propia imposibilidad del recurso o soporte: con unas mismas y pocas palabras se ha dicho toda una enorme y hermosa literatura. Esa limitación no está, claro, en el talento creador de los autores, sino en la compleja labor de hacer cosas diferentes, novedosas, originales, con una materia sobre la que cada uno viene imprimiendo lo suyo desde hace tanto. Se me responderá que las posibilidades son infinitas y que no habrá agotamiento alguno. Sí, pero (podríamos decir) sí habrá fatalmente repeticiones y reiteraciones. Quizás ello no ocurre con la música.

La segunda es que el tema de la muerte (la muerte como objeto de elaboración poética) representa una fascinación lógica, una seducción repetida ante lo desconocido y un desafío a los modos de abordarla en un texto: para decir la muerte, pero esencialmente para decir la muerte en vida, los autores apelan a adjetivos varios que tiñen su decir. Así la noche, así el frío, así la soledad, así lo oscuro, así el negro, son modos de decir la muerte. Lo insólito, lo sorprendente, es que estos decires tan lejanos parecieran provenir de un mismo lugar y asimismo ir hacia un mismo sitio que, a falta de una mejor palabra, llamaremos ‘lo poético’. Allí estarán, amuchados, el ignoto poeta de provincia y la estrella industrial, el consagrado referente y el hombre de oficina que le da sus horas de sueño a la proyectada novela inconclusa, el amante de García Lorca y el seguidor de Bob Dylan. Hacia allá van morosamente unos y otros. Sin saberlo, van a encontrarse en las lecturas de gente dispersa, en pequeños hallazgos con que alguien se tropieza al escucharlos o leerlos, en un sonido que a lo lejos identifican porque es, más o menos lo que ellos dijeron, cantaron, escribieron, pero en la boca de otros.

Un algo que se manifiesta erráticamente al encontrar, entremezclados unos y otros en nuestra memoria, empujados tal vez por fuerzas similares, a gentes que dicen palabras muy próximas, pero en épocas alejadas, que dicen giros más o menos equiparables, pero en geografías muy diversas.


Así la noche, así el frío, así la soledad, así lo oscuro, así el negro, son modos de decir la muerte. Lo insólito, lo sorprendente, es que estos decires tan lejanos parecieran provenir de un mismo lugar y asimismo ir hacia un mismo sitio.