ENTREVISTA CON EL PSICÓLOGO Y ESCRITOR ISIDORO VEGH (II)

Pulsiones, libertades, palabras

Pulsiones, libertades, palabras

El descubrimiento darwiniano es la segunda gran herida al narcisimo de la humanidad. La tercera, es el psicoanálisis. La irrupción del lenguaje, al mismo tiempo que nos da una ganancia en libertad, también nos arruina la relación a esa fuerza fija que llamamos instinto.

 

Estanislao Giménez Corte

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En julio de este año publicamos la primera parte de una extensa entrevista con el reconocido escritor y psicólogo Isidoro Vegh. En aquel momento, el anuncio de la visita de este prestigioso profesional a nuestra ciudad estaba enmarcado en el seminario “El Acto Analítico” (organizado por Litoral Agrupación Psicoanalítica de Santa Fe y Secretaría de Cultura de UNL). Por razones de índole meteorológica, Vegh no pudo llegar a Santa Fe y su participación en las jornadas se pospuso. No obstante, este diario publicó la primera parte de la entrevista mencionada. Ahora, se ha dado a conocer la nueva fecha de su intervención: está programada para el viernes 11 de octubre, de 16 a 19, y el sábado 12, de 9.30 a 12.30, siempre en el Foro Cultural UNL (9 de Julio 2150). Los interesados en asistir al seminario pueden escribir a [email protected]. Consideramos conveniente dar a difusión la segunda parte del intercambio con Vegh. Aquí presentamos esa síntesis.

—Mucha gente cuestiona, por un lado, el “éxito o fracaso” del tratamiento psicoanalítico en la actualidad: ¿qué se puede decir de estas nociones o categorías aplicadas al análisis? Y, por otro lado, desde hace un tiempo ha surgido una fuerte corriente de cuestionamiento al psicoanálisis y a la figura del mismo Freud. ¿A qué cree que se debe?

—El psicoanálisis desde sus comienzos tuvo enconados adversarios que aún sin conocer qué decía ya lo rechazaban. Más aún desde el momento en que advirtieron que su propuesta, la propuesta del psicoanálisis, era, como muy bien lo advirtiera Freud, su descubridor, una tercera herida al narcisismo de la humanidad. La primera herida, decía Freud, había sido el descubrimiento copernicano de que el sistema ptolomeico no coincidía con lo que la astronomía demostraba: no era la Tierra el centro del Universo sino que nuestro glorioso planeta, nuestra morada, la única que tenemos, no era más que un pequeño planeta que giraba alrededor de un Sol que no era más que una estrella de cuarta magnitud, en medio de una galaxia perdida entre millones y millones de galaxias. Ese descentramiento implicó una herida enorme para quienes, desde una perspectiva religiosa, creían que había un buen Dios que había elegido para nosotros el centro del Universo. La segunda gran herida, según recordaba Freud, había sido el descubrimiento darwiniano de que el ser humano no era una excepción en el amplio y generoso desarrollo producido a través de millones de años de la sustancia viva, no era más que un producto en una serie de eslabones, en una de las tantas cadenas porque hay otras, por ejemplo la de los insectos o la de los vegetales, de una larga evolución que llevaba a lo que conocemos como el Homo Sapiens. El descubrimiento del inconsciente es pues la tercera gran herida narcisística: pone al descubierto que nuestra razón consciente, a la cual creemos la dueña de los actos en los que nos reconocemos en la vida, no es más que la punta de un iceberg -así lo decía Freud-, cuya base más amplia y determinante es el inconsciente. En realidad, Freud no hizo más que descubrir y dar las leyes de algo que cualquier vecina de barrio sabe muy bien cuando dice, por ejemplo, que el amor es ciego, que hay algo de nuestra razón que es desbordado en sus decisiones y en sus resultados. Freud descubrió que ese algo era una estructura que tenía sus leyes, homólogas a las del lenguaje, constituida por palabras que llegaban desde el Otro, que se articulaban con reclamos que venían del propio cuerpo, y a la cual llamó inconsciente. El rechazo a esta determinación que pone en cuestión a nuestro Yo consciente ha existido siempre y hoy también. Pero debemos señalar que en nuestro país, a pesar de la resistencia que se ha generado y se seguirá generando, el psicoanálisis muestra una difusión como jamás ha tenido. Hoy hay psicoanalistas que atienden en consultorios privados, en clínicas privadas, en hospitales públicos, en dispensarios, y podemos encontrar psicoanalistas desde un extremo a otro de nuestro país. Así como existen las resistencias, la experiencia del psicoanálisis con esos síntomas que la medicina no puede resolver ha permitido que se abriera su camino y hoy forma parte de nuestra sociedad y de nuestra cultura.

—En uno de sus textos se encuentra la frase “(...) la irrupción del lenguaje, encarnado en el Otro, arruinó el instinto”. ¿Podría desarrollar un poco esta idea?

—Cuando Sarmiento nos propone en su texto clásico “Civilización y barbarie”, puede llevarnos a una idea equivocada por la cual la civilización sería lo que pone freno a la barbarie, entendida ésta como lo natural que nos habita. Sin embargo, tenemos que decir que así planteado el problema nos sume en un error. Si hay barbarie, ésta no pertenece al reino de la naturaleza, sino que es un producto de la cultura. Jamás se ha visto a un tigre torturando a un cervatillo. Lo ataca porque está en su naturaleza, lo come, pero no ejercita el goce sádico, por ejemplo, de la tortura. El ser humano sí está disponible para ello. ¿Qué es lo que permite que el ser humano haga cosas que llamamos barbarie, como los campos de concentración, las torturas, los asesinatos, las violaciones, las estafas, el uso de las drogas, las adicciones, los fenómenos modernos de anorexia y de bulimia que muestran que hasta las funciones primarias como la de la alimentación pueden hacerse contra-natura? Se debe a la irrupción del lenguaje. La irrupción del lenguaje en el ser humano -no se conoce ninguna comunidad humana, ni de hoy ni de antaño, en la que el lenguaje no fuera parte de la comunidad y de cada uno de sus integrantes- nos otorga por un lado una enorme libertad para ampliar nuestro menú. Sólo un ser humano, cuando va a un restaurante, antes de encargar su comida pide un menú, una variedad de opciones posibles que el orden simbólico, constituido en las reglas de la mesa y de la cocina, fundados en la existencia del lenguaje, le otorgan. Opción que una vaca, por ejemplo, no tiene, la vaca come pasto y con eso se satisface. Y no dice al cabo de tres o cuatro días de comer su pasto: “¡Qué aburrida que estoy! O me dan algo distinto o dejo de comer”. Para un ser humano, aun la comida más exquisita si se repitiera más allá de un cierto tiempo sería insoportable. ¿Qué es lo que nos indica eso? Que el ser humano no está habitado por instintos sino por pulsiones. En alemán la distinción se dice con dos términos: Instinkt o Trieb. ¿Cuál es la diferencia? El instinto, como podemos verlo por ejemplo en la hormiguita, es una fuerza que sabe el objeto que le conviene. La pulsión es una fuerza que se origina en nuestro cuerpo pero que anudada a las palabras que el otro le ofrece -tomemos otra vez el modelo primario del alimento: el Otro primordial, la madre, le dice al chiquito, “acá te traigo tu lechita, acá te traigo tu papilla”, etc.- va adquiriendo la opción, la posibilidad, de encontrarse ante una variedad de elecciones en relación a lo que come o deja de comer. Entonces nos encontramos con que el ser humano es el único que come en exceso o come de menos, come lo que no debe o no come lo que debiera comer. La irrupción del lenguaje, al mismo tiempo que nos da una ganancia en libertad, también nos arruina la relación a esa fuerza fija que llamamos instinto. Fija, en cuanto a que sabe dónde buscar su satisfacción, cuál es el objeto que le conviene. He allí la razón principal tanto de los hallazgos y las creaciones que el ser humano ha hecho como de las peores atrocidades que la historia de la humanidad nos ha ofrecido.

En nuestro país, a pesar de la resistencia que se ha generado y se seguirá generando, el psicoanálisis muestra una difusión como jamás ha tenido.