editorial

Priebke, en busca de una tumba

  • El ex oficial nazi había participado en la masacre de las Fosas Ardeatinas ocurrida el 24 de marzo de 1944 en las cercanías de Roma.

Eric Priebke, el ex oficial nazi que participó en la masacre de las Fosas Ardeatinas ocurrida el 24 de marzo de 1944 en las cercanías de Roma, murió en esa ciudad a los cien años de edad mientras cumplía una condena domiciliaria emitida por el tribunal que lo juzgó luego de haber sido extraditado desde la Argentina en 1994. Como se recordará, Priebke ingresó ilegalmente a nuestro país en 1946, vivió en Buenos Aires hasta 1951 y luego se trasladó con su familia a Bariloche donde residió alrededor de cuarenta años, es decir, hasta el momento en que las investigaciones de un periodista norteamericano verificaron que el pacífico vecino que integraba algunas de las instituciones civiles más representativas de la ciudad había sido un criminal de guerra.

En su momento, se discutió acerca de la imprescriptibilidad de los crímenes cometidos por los nazis, una opinión aceptada mayoritariamente, pero que periódicamente suele ser objetada por algunos nostálgicos del nazismo o en nombre de un humanismo de dudosa identidad. Las inevitables polémicas del caso no impidieron que Priebke fuera extraditado y juzgado en el país donde participó de la matanza de indefensos prisioneros políticos que, a diferencia de él, no tuvieron la oportunidad de ejercer su derecho de defensa.

Como se sabe, el ex oficial de las SS fue condenado, y atendiendo a su edad se le dio la oportunidad de cumplir la condena en una casa, decisión que molestó a muchos, pero que se cumplió al pie de la letra. Priebke no sólo vivió en su casa; también estaba autorizado a dar paseos por la vía pública, un derecho que le correspondía, pero que para muchos italianos y descendientes de las víctimas de 1994 resultaba injusto e irritativo.

Priebke vivió casi quince años en esa condición y da la impresión de que con el paso del tiempo sus críticos fueron suavizando sus observaciones o se resignaron a una realidad impuesta por el derecho y los valores del humanismo occidental. Sin embargo, su muerte volvió a instalar el debate acerca de sus derechos, un debate que ahora gira alrededor del lugar donde deben ser depositados sus restos mortales. En principio, las autoridades políticas de la ciudad de Bariloche expresaron que no estaban dispuestas a recibir sus restos, voluntad que él dejó expresada en su testamento y que es compartida por los familiares que residen en esa ciudad.

La posibilidad ser enterrado en la ciudad alemana donde nació, también ha sido descartada porque -según sus autoridades- se quiere clausurar cualquier posibilidad de que esa pequeña ciudad pudiera llegar a transformarse en un santuario de los neonazis que hoy asuelan a Alemania con su vandalismo y sus actos de violencia racial. Por su parte, Roma ha dicho que no corresponde que sus restos descansen en alguno de sus cementerios. En definitiva, por un motivo u otro sus familiares y amigos no saben a ciencia cierta qué hacer con su cadáver.

En consecuencia, más allá de las objeciones municipales y de los argumentos morales y jurídicos esgrimidos para oponerse a recibir sus restos, no deja de llamar la atención que surja un conflicto de esta naturaleza ya no con una persona que cometió crímenes atroces, sino con un cadáver, al que el más básico criterio de civilización debería acordarle una tumba para ser enterrado.

No deja de llamar la atención que surja un conflicto de esta naturaleza ya no con una persona que cometió crímenes atroces, sino con un cadáver.