Tribuna de opinión

La hija de quienes secuestraron a mi padre

Arturo Larrabure

En estas próximas elecciones, Josefina González es segunda candidata a diputada nacional por el Frente para la Victoria santafesino.

Su abuela, Amorosa Brunet de González, y sus padres, Dardo Rosetto y Ruth González, mantuvieron secuestrado durante 372 días a mi padre, el Cnel. Argentino del Valle Larrabure, en condiciones infrahumanas de cautiverio que, por sí mismas, constituyen tortura.

Por unanimidad, los peritos integrantes del Cuerpo Médico Forense de la Corte Suprema de Justicia dictaminaron que finalmente mi padre fue estrangulado.

Sus secuestradores no luchaban contra ninguna dictadura; pretendían derrumbar al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón para imponer una dictadura marxista leninista que hubiera ocasionado innumerables víctimas.

En su memorable artículo Los Riesgos de una Memoria Incompleta, publicado en La Nación el 8/12/2010, Tzvetan Todorov manifestó que en 1975, en Camboya, una dictadura de la misma ideología mató al 25 por ciento de su población.

Sé bien que no corresponde a los hijos cargar con las culpas de sus padres, pero no es aceptable que sirva como fundamento para postularlos a prominentes cargos públicos, luego de la sangrienta trayectoria de quienes combatían contra la democracia y despreciaban el sagrado valor de la vida.

Respetando el dolor de Josefina González, comparto que pese a los gravísimos delitos cometidos, sus padres debieron merecer un juicio justo que respetara la ley y la vida.

Quisiera algún día dialogar con ella para que pueda comprender el dolor de los otros hijos, ése que se silencia, se ignora, se menosprecia, convirtiendo a sus padres en meros objetos, sin valor alguno. Quisiera que entre ambos pudiéramos escribir una historia completa que abarcara todo el dolor y todas las culpas.

Ignoro si en su alma reina o no la lógica de violencia que abrazaron sus padres. Es imprescindible que lo esclarezca a los ciudadanos que pretende representar.

Felizmente nada puedo reprochar a mi padre. Siento el profundo orgullo de ser hijo de un hombre que soportó con heroísmo su calvario, cantando diariamente el Himno Nacional; fue fiel a su patria y a su ejército hasta el último día; rechazó la vil oferta de canjear su libertad por la fabricación de explosivos y, lo más importante, me pidió perdonar a sus asesinos.

El país debe estar profundamente enfermo para que los hijos de los secuestradores sean postulados a diputados, mientras los de los secuestrados, torturados y asesinados por la guerrilla son convertidos en desaparecidos de la memoria pública y confinados a las periferias existenciales donde pocos concurren a aliviar su dolor.