editorial

Venezuela busca la suprema felicidad

  • Se trata de un nuevo obsequio discursivo de la revolución bolivariana a una sociedad que enfrenta diarias dificultades para conseguir papel higiénico.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, anunció con la grandilocuencia kitsch que lo distingue, la constitución del Ministerio de la Suprema Felicidad del Pueblo. Se trata de un nuevo obsequio discursivo de la revolución bolivariana a una sociedad que enfrenta diarias dificultades para conseguir papel higiénico. Quizá sin saberlo. Maduro confluye en este punto con la denostada figura histórica de Cristóbal Colón, quien a fines del siglo XV imaginó que en las nacientes del río Orinoco podía encontrarse el Paraíso Terrenal, único y mítico lugar donde la Suprema Felicidad es posible.

El televisivo anuncio de Maduro evocaba alguna escena tropical surgida de las plumas de Carpentier, Asturias o García Márquez; o una imitación banalizada de ese clásico de la literatura que se titula “1984” y que alude a la naturaleza de un régimen totalitario que se propone, entre otras cosas, regimentar precisamente la felicidad del pueblo.

Desde el punto de vista estrictamente político, la teoría ha arribado a la conclusión de que pertenece al arsenal ideológico de los regímenes totalitarios regular lo sentimientos subjetivos de los hombres, motivo por el cual se ha diferenciado el ámbito público del privado, preservando para este último un espacio de libertad y autonomía que no puede ser avasallado por la política. En este sentido, las experiencias del siglo veinte han sido aleccionadoras, una certeza que el autodenominado “socialismo del siglo XXI” parece no haber tenido en cuenta.

Venezuela es, en la actualidad, un país con gravísimos problemas políticos, económicos y sociales que ponen en duda la legitimidad del gobierno. Las tensiones sociales crecen en intensidad y el desbarajuste económico coloca al país caribeño en la antesala del colapso, mientras un presidente pintoresco sube día a día la amenazante temperatura de sus mensajes.

Son estas condiciones las que deben tenerse en cuenta a la hora de evaluar el anuncio de Maduro a favor de la felicidad, una palabra sobre cuyo significado y alcance los filósofos no se han puesto de acuerdo, en tanto que pareciera referir a un estado de ánimo o a un singular sentimiento de armonía referido a un individuo o grupo más que a una sociedad.

Justamente lo que diferencia a estos sentimientos es su carácter íntimo, personal que lo excluye de la política, la que por naturaleza y definición tiene que ver con cuestiones de orden general e institucional. Asimismo, “felicidad” es una palabra de connotaciones positivas que remite a sensaciones a las que nadie puede oponerse, pero a la vez abierta a la imprecisión de sus alcances y vivencias.

Es esa ambigüedad que habita el concepto de felicidad lo que estimula a dictadores y aspirantes a tiranos a recurrir a ella, estímulo distintivo en las sociedades de masas modernas donde la “felicidad” se asimila a un escenario de multitudes movilizadas en la calle adhiriendo a un líder, caudillo o duce.

De todos modos, se suponía que luego de las experiencias del fascismo, el comunismo y el nazismo, estas maniobras demagógicas estaban agotadas, pero como la realidad pareciera empecinarse en cuestionar las conclusiones más sólidas, el presidente de Venezuela desempolvó del archivo de los grandes manipuladores de la historia esta consigna que ahora encarnó en un ministerio cuyos objetivos prácticos tienen mayor relación con la cruda propaganda que con objetivos de gestión gubernamental.

El país caribeño desempolvó del archivo de los grandes manipuladores de la historia esta consigna que ahora encarnó en un ministerio.