10 de noviembre, Día del Enfermo

El sufrimiento como pedagogo

P. Hilmar Zanello (*)

Hay un libro del obispo alemán Mons. Kepler titulado “En la escuela del dolor”. De allí que llamemos al dolor “pedagogo de la vida”.

El filósofo Descartes decía que descubría el sentido de sí mismo cuando pensaba. “Pienso, luego existo” (Cogito Ergo Sum); en la cultura moderna podemos ahora decir: “Sufro, luego existo” (Doleo Ergo Sum).

Cuando sufrimos, estando enfermos -sobre todo cuando la enfermedad se alarga o se hace crónica-, nos descubrimos como hombres mortales, hombres precarios, vulnerables.

No existe situación que nos ayude a descubrir conscientemente nuestra condición humana como el sufrimiento en una enfermedad. El sufrimiento tiene la función de intensificar y potenciar el conocimiento del propio ser. Tenemos una sensación tranquila del propio cuerpo que se hace viva y dramática en el dolor, porque en esa situación se revela lo profundo de nuestra existencia.

¿Qué nos revela la experiencia del dolor, de una enfermedad prolongada? En primer lugar, que somos mortales; tomamos conciencia de nuestra propia mortalidad.

¿Qué significa tomar conciencia de nuestra propia mortalidad para el sentido de nuestra vida? Escuchemos la respuesta del filósofo español Miguel de Unamuno: “El dolor nos dice que existimos; el dolor nos dice que existen aquellos que amamos; el dolor nos dice que existe el mundo en que vivimos; el dolor impulsa a la superficie lo profundo del misterio del hombre; este misterio lo capta una conciencia agónica”.

En el dolor el hombre se encuentra a sí mismo, y encuentra su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión. Por eso el dolor es parte de la vida humana y signo de su autenticidad.

La inautenticidad es la inconciencia, la incapacidad de percibirse a sí mismo.

El estado de dolor es un camino fuerte que nos introduce en una conciencia activa de nuestra manera de encarar o afrontar las verdaderas metas de la vida, pasando de una actitud de superficialidad como alienados o distraídos a una actitud de sensatez que da verdaderas respuestas a interrogantes en busca del sentido de la vida humana. “Porque el mucho padecer me ha dado el mucho entender” (S. Juan de la Cruz).

En situaciones de sufrimientos, en una enfermedad prolongada, surgen reflexiones, lamentos e interrogantes como por ejemplo: ¿por qué sufrir?, ¿la enfermedad es una desgracia, un castigo, una prueba que Dios me manda? Si Dios es bueno y todopoderoso, ¿por qué se calla ante esta situación agónica? Entonces ¿qué sentido tiene la vida?

La razón sola no alcanza para dar una respuesta plena a estos interrogantes que conducen al hombre a una verdadera oscuridad de su inteligencia.

Un escritor convertido desde su materialismo ideológico, Frosart, decía que “el sufrimiento y la muerte son dos rocas donde se estrellan las ciencias y las religiones”.

El filósofo luterano Sören Kierkegaard decía, ante esta limitación del razonamiento humano: “El hombre por sí solo no puede darse su salvación”.

Aparece frente a esta desgarradora realidad del sufrimiento y la muerte, la necesidad de una respuesta que vaya más allá. Santo Tomás de Aquino afirmaba: “Cuando el hombre se encuentra a sí mismo surge la necesidad de Dios”.

Para el creyente aparece la realidad de Dios que sale al encuentro del hombre, ofreciéndole una respuesta esclarecedora al misterio del sufrimiento y de la muerte del ser humano. Así surge una luz consoladora e iluminadora, que transforma toda desesperanza humana en un futuro alentador para el hombre, la luz de Jesús crucificado y resucitado.

(*) Asesor de la Pastoral de la Salud.

En el dolor el hombre se encuentra a sí mismo, y encuentra su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión. Por eso el dolor es parte de la vida humana y signo de su autenticidad.