Hay que salvar los ingredientes

Hay que salvar los ingredientes

¡Alerta naranja, violeta, amarilla, roja, la madre de las alertas!: se está generalizando peligrosamente la idea de que el liso viene liso, sin nada, sin ingredientes. Deben pronunciarse ya mismo desde la Cervecería local hasta los dueños de los bares, desde el Bureau de Turismo hasta la Municipalidad. Pero por las dudas, me expreso como usuario. Esta es una nota con muchos ingredientes.

TEXTOS. Néstor Fenoglio ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

El primer duro golpe fue la ruptura de la paridad un peso igual a un porrón. Eso parece la prehistoria en este país “sin inflación”. Pero no hace tanto tiempo. Y en breve se romperá también la paridad diez pesos un porrón, cosa que ya sucede en los kioscos. Otro mazazo tiene que ver con el tamaño del vaso del liso: lo fueron corriendo aquí y allá y ahora hasta nos engrupen, con lindas copitas esmeriladas, que en realidad la medida es menor que la que tenemos registrada en nuestras retinas y en nuestros gargueros desde siempre.

Todo ello lo fuimos aceptando con espumosa resignación. Pero que ahora en los bares te tiren el liso pelado (suena feo, pero estoy enojado y cuando eso pasa disminuye la función estética del lenguaje y prima el neto peso específico del mensaje, carajo), sin un pororó de morondanga, sin una aceituna arrugada, sin un manicito húmedo, sin un lupín arrojable, es una afrenta que, al menos yo (y sé que también unos cuantos como yo, somos en este tema un universo de yoes) no estoy dispuesto a aceptar sin pataleo.

Así es que este artículo se concentra en tres aspectos del producto: precio, tamaño y dotación. Del precio no me ocupo hoy; el tamaño no importa, sobre todo cuando éste tiene un mínimo asegurado (y hablo del vaso para liso, mis chiquitos, cero segundas interpretaciones); pero en los ingredientes, me planto.

Antes, un liso traía un almuerzo casi para acompañar la bebida: cinco platitos o platinas (y más también). Los buenos bares competían respecto de las bondades del acompañamiento, descontando que ya tenían un señor liso bien frío y bien tirado.

Mondonguito a la provenzal, porotos a la vinagreta, algún escabeche de algo, lengua a la vinagreta, queso, maní, lupines (¡cómo vamos a quedarnos sin los patinosos lupines y la posibilidad de tirarle un lupinazo a un amigo ubicado cinco metros más lejos, con el solo bello arte de apretar el pellejo para que salte la munición interior..!), masitas hojaldradas, pororó bien hecho y un montón de otras “menudencias” integraban ese súper menú desplegado ante los ojos del bebedor, que repetía el ritual varias veces.

Después, en algún momento, la dotación bajó a tres platitos y sólo con el primer liso. Y ahora, mezquinos, cretinos, jodidos, y otros idos, directamente algunos te traen, te tiran un lisito liso, sin nada de nada. ¡Qué tristeza, qué afrenta, qué provocación y qué humillación para la ciudad del liso, para la que tiene más consumo de cerveza per cápita del país!

Así que, sin humildad alguna, propongo que los que tienen que intervenir o que tienen algo que decir en este tema, con una generosa representación de una asociación de usuarios que todavía no creé (pero estoy en eso, estoy en eso...), acuerden las características de un liso santafesino. Tamaño del vaso, cantidad de líquido elemento, centímetros y milímetros de espuma (con un mínimo rango de error) y, fundamentalmente, cantidad mínima de ingredientes que acompañen nuestro dorado manjar; son algunos de los puntos propuestos que deben definirse. Y que luego deberán ser cumplidos por los bares de la ciudad, liberando por supuesto a quien quiera darle valor agregado. No tienen ni idea cómo tres lupines más constituyen valor (o al menos lupín) agregado.

Incluso en mi caso (es un sacrificio, una inmolación, lo sé, pero no soy de los que esquivan el cuerpo a las responsabilidades), me ofrezco como inspector ad honorem para la verificación del efectivo cumplimiento de lo acordado. Alguien tiene que hacerlo.