editorial

El Cullen, zona de riesgo

  • Se produjo un nuevo episodio de violencia con armas de fuego dentro del nosocomio. Las autoridades de Salud y Seguridad deben encontrar una solución al problema.

Hace años que las fronteras del delito comenzaron a desdibujarse en la ciudad de Santa Fe. Tanto es así, que ya no quedan lugares seguros donde el ciudadano común pueda sentirse resguardado frente a esta escalada de violencia que parece desenfrenada.

Pocos minutos antes de las cuatro de la tarde del jueves último, el sonido de un disparo de arma de fuego retumbó dentro del hospital Cullen. Un joven de 23 años resultó herido a pocos metros de la Sala 7. La policía intervino y logró detener a dos adolescentes de 18 años y a un hombre de 38. En un primer momento, se habló de un robo, pero con el correr de las horas comenzó a tomar fuerza la hipótesis de un ajuste de cuentas.

Resulta paradójico. Los profesionales de la salud que día a día trabajan para salvar vidas ajenas, deben esforzarse para protegerse ellos mismos frente al contexto de violencia dentro del hospital y en los dispensarios barriales.

No es la primera vez que en un nosocomio como el Cullen aparecen armas de fuego. En otras oportunidades, las víctimas fueron los médicos y enfermeras, por lo general amenazados por familiares o amigos de algunos pacientes con antecedentes policiales frondosos.

El 24 de abril de 2011, El Litoral daba cuenta de lo que había sido una noche de gravísimas agresiones en las que participaron decenas de personas que convirtieron la sala de terapia intensiva y el sector de quirófanos en un verdadero campo de batalla.

Cerca de las 21 de aquel sábado -que aún es recordado por los empleados del nosocomio-, ingresó un joven con heridas de bala. Poco después, se desató el descontrol: otro hombre se presentó en terapia intensiva y comenzó a increpar a los médicos. Los gritos se transformaron en lucha cuerpo a cuerpo, hasta que la guardia policial logró detener al violento.

Pero lo peor estaba por suceder. Alrededor de cien personas que aguardaban en el playón de acceso del Cullen, se abalanzaron contra los policías y médicos. Destrozaron todo a su paso y llegaron, incluso, hasta el área de los quirófanos.

Éste fue un punto de inflexión en lo que se refiere a la violencia dentro del hospital. Mientras los empleados relataban lo sucedido ante los medios y suplicaban por algún tipo de medida de prevención, las autoridades del nosocomio le restaban dramatismo. Hoy, todos están de acuerdo en que esta situación es insostenible.

En estos momentos, se discute la posibilidad de instalar un sistema de cámaras de monitoreo en los pasillos del nosocomio.

También se habla de colocar detectores de metales en los ingresos del Cullen. Desde el gobierno advierten que la instalación de estos dispositivos llevaría tiempo. Pero éste no parece ser el principal inconveniente: las camillas y el instrumental médico, son artefactos metálicos. Y en casos de emergencia, difícilmente se pueda perder tiempo en controlar a quiénes entran o salen de las áreas críticas del nosocomio.

Custodiar un hospital como el Cullen no parece una tarea sencilla. El edificio ocupa prácticamente toda una manzana, existen diversos puntos de ingreso, se encuentra abierto durante las 24 horas del día y por él deambula todo tipo de personas.

Sin embargo, se impone la necesidad de que las autoridades analicen a la situación y encuentren los mecanismos necesarios como para garantizar la seguridad de un hospital que cumple con una tarea clave en la atención de la salud de gran parte del centro y norte de la provincia.

Los profesionales que día a día trabajan para salvar vidas ajenas, deben esforzarse para protegerse ellos mismos dentro del hospital.