“RAZAS”, GRUPOS Y ETNIAS EN FACEBOOK: LA COMPULSIÓN POR CONTAR

Nota sobre la desaparición del acontecimiento

Nota sobre la desaparición del acontecimiento
 

Estanislao Giménez Corte

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Entro. Alguien me cuenta que esta mañana comió tostadas con su sobrino. Alguien maldice gravemente a un periodista local. Alguien me invita a sumarme a una campaña de donación para los hambrientos de Uganda. Alguien, olímpicamente desconocido, quiere ser mi “amigo”. Alguien me muestra sus vacaciones.

En tiempos recónditos y en mitos de asombroso poder narrativo, se sostenía que la fotografía captaba, más que la fisonomía o el físico de alguien, su alma. Aquella magia de la técnica, empero, podría tener como pavoroso resultado una suerte de mecanismo de sustitución o de traslación por el cual el sujeto fotografiado “perdía” su alma; o bien, ésta era asumida por la propia imagen. Sin caer en los derroteros de aquel maravilloso pensamiento mágico, podríamos sostener que toda exposición discursiva o corporal muestra, además de la cosa ostensible (una palabra, un dibujo, una foto) “algo” de nosotros que se nos escapa. Sí, somos lo que hacemos, nos dirá alguien con jactancia. Cualquier manifestación artística, pero antes cualquier manifestación a secas, entonces, correspondería al desarrollo de una cierta técnica determinada, orientada a la representación de algún aspecto de esa inmateria informe e imprecisa que nominamos “alma”.

II

En los ‘90 se decía que, para “existir”, había que “estar” en la TV. Esta suerte de silogismo brutal se aplicaba a actores y conductores, lógicamente, pero también a toda persona con intenciones de tener alguna relevancia “en el mundo” (la exageración es intencional). Cándidamente, profesionales, políticos, economistas, deportistas ascendieron a los cielos de la TV como un símil del éxito y la fortuna en una década, la menemista, que nos exime de adjetivos. Con todo, eso no era entonces, ni ahora, lo más importante. Lo notable, creemos, fue la lenta, progresiva, fortísima tendencia a contar en revistas, en programas de TV, en todos lados, pequeñísimas cuestiones cotidianas (mínimos actos privados), que se movió desde el star system a todos los ámbitos de la vida. Fue el triunfo de los programas de la farándula, que colonizó todo y se expandió a los lados, como una mancha de petróleo. El slogan broadcast yourself (“publícate a tí mismo”), del sitio You Tube, símbolo de estos tiempos, ilustra ese cambio monstruoso.

III

Las redes sociales, los canales de video, los blogs, las páginas personales han hecho implosionar bolsas de teoría sobre la relación de difusión y poder editorial de los medios tradicionales, y han echado un poco de concreto para la edificación de nuevas reflexiones a propósito de ello. Ahora mismo, razas y etnias pululan en las redes con conductas y modos expresivos que harían las delicias de un congreso de psicólogos. Abundan, errantes, etiquetadores compulsivos, comentadores tarifados, violentos consuetudinarios, nostalgiosos incorregibles. Y otros: adictos que tiernamente nos hacen partícipes de cada uno de sus movimientos, como en una suerte de “Truman Show” interactivo, y nos informan sobre el momento en que toman un café y el color de la remera que le compraron al cuñado. Polemistas, que disfrutan en la costumbre de elaborar corrosivos posts y que buscan deliberadamente generar controversia, regodeándose en interminables discusiones, orgullosos de sus enemigos, a quienes muestran como carta de presentación y que, con esa simulación de polémica, colman su apetito pendenciero. Enigmáticos, que elaboran y difunden mensajes encriptados del modo “¡qué alegría!” o “qué lástima”, esperando, como botella al mar, la consecuente necesidad de explicitación. Solidarios, que convocan a diestra y siniestra toda aparente campaña de consciencia social.

IV

Sobre todos ellos se proyecta una sombra: es la cada vez más indomable necesidad de publicar, de mostrar, de contar, que se va apoderando de nosotros, usuarios, sin anteponer a ello un sentido, una intención, una reflexión. Como si un reflejo condicionado, un ansia extraña, una compulsión que nos corroe, explicara estos movimientos. Corrijo: de publicar, de mostrar y de “ver” qué es lo que los otros publican, comentan, etc. Como en el panóptico foucaultiano, a menudo recorremos sin ninguna pretensión especial páginas y redes sociales. Sólo queremos observar, sin intervenir y sin ser vistos, lo que otros hacen. Ese vouyerismo y esa compulsión por contar son dos de los rasgos más notables del uso de estas tecnologías. El otro rasgo, acaso el determinante, es lo que podemos llamar la desaparición del acontecimiento. El acontecimiento, desvanecido, se traviste en mera imagen, en cosa tan común, normal y cotidiana, que rechaza aquel concepto ¿o no? Quizás, simplemente, ahora todo es acontecimiento: la caída del diente de un niño, la finalización de los estudios de un joven, la comida de una persona. Hermosamente, esas postales mínimas, hogareñas nos acercan, pixeladas e intangibles, a tantas personas (a quienes vemos o no en el mundo físico). Y, en algún punto, nos reconcilian con ciertos aspectos de la existencia. Esas pequeñeces, publicadas, devienen algo. ¿Será eso el acontecimiento, esa mueca de verdadera empatía que se nos marca en el rostro al ver, en el universo virtual, tan lejos y tan cerca, a tantos rostros conocidos, recordados, que nos ofrecen una instantánea de sus vidas, un ápice de su alma?