Un paseo por el paraíso

Un paseo por el paraíso
 

El Cristo Redentor custodia al pueblo en secreto, al tiempo que convoca feligreses y curiosos de todo ámbito.

La Cumbre, un paraíso serrano en la provincia de Córdoba, configura un lugar ideal para toda la familia, ya que conjuga una vida nocturna de calidad con actividades al aire libre y la mansedumbre propia de los pueblos de altura.

TEXTOS y fotos. JOSÉ VITTORI.

A 94 kilómetros al noroeste de la ciudad de Córdoba y a 435 kilómetros de la ciudad de Santa Fe, este poblado se oculta separado de la ruta que peregrina por el valle de Punilla. La amabilidad de sus calles salpicadas de refrescantes sombras, el exquisito refinamiento de la arquitectura inglesa, que combina sin conflicto con los típicos chalets serranos y los asombrosos caserones de potentados bonaerenses, la elegancia de súbitos bosques personalizados en jardines que expresan un profundo silencio verde, otorgan a La Cumbre un semblante armonizador que escasos pueblos conocen.

El nombre se vincula a su situación geográfica, ya que hasta que los ingleses lo atravesaron con el ferrocarril, el breve villorio se llamó San Jerónimo. Como la vía se alza allí a unos 1.129 metros sobre nivel del mar, el sitio de mayor altura en su recorrido de Córdoba a Cruz del Eje, los británicos lo bautizaron “la cumbre”, nombre que luego le fuera consagrado por la legislatura cordobesa.

La potente herencia británica, suma a su elegante arquitectura una extraordinaria cancha de golf de 18 hoyos. Planificada, desarrollada y cultivada pacientemente por un nutrido grupo de aficionados, tomó algo más de 30 años de maniática disciplina retirar las piedras que entorpecían sus fairways. Actualmente, participa orgullosa de calendarios nacionales que la incorporaron definitivamente en la década de los ‘80.

Pero la distinción no concluye en el paisaje: la oferta gastronómica de sus pocos restaurantes y el encanto de sus hospedajes trasladan la experiencia del habitante ocasional a otra dimensión. Desde casonas con historia devenidas en hoteles boutique, como el castillo de Fritz Mandl, hasta coquetas hosterías de conmovedora simpleza, componen una amplia colección de ofertas que se corresponden con un público variopinto en gustos y billeteras. Y para que el gusto se solace también con sabores, texturas y colores será propicio disfrutar un arroz al curry al estilo tailandés en el diminuto Kasbah, unos sorrentinos de calabaza con salsa azafrán en el panorámico Aeroposta de La Cumbre, o un lomo rockero en Rapsody.

Sin embargo, más allá del aspecto físico que le confirió la acción humana a través del tiempo, es la bondad de su clima lo que definitivamente proporciona el reclamado descanso vacacional. El aire, fresco, limpio y aromatizado por la fronda verde, concede un sueño fácil y reparador, y a la vez, un insumo de extrema calidad para devorar los senderos a pie, en bicicleta o a caballo.

Es también el mismo aire que eleva los parapentes en Cuchi Corral, donde se puede acceder a emociones fuertes mediante vuelos bautismo; que nos acaricia apaciblemente mientras descendemos por la aerosilla de Los Cocos, o que alimenta nuestra sangre cuando nos aventuramos a un trote por el Camino de los Artesanos. La Cumbre es, en fin, el destino para aquellos que saborean pausadamente la contundente belleza de lo simple.

“... Siempre soñé con un lugar así, apartado y cercano, y los monasterios sucesivos que poblaron mis monólogos -y el principal de los cuales se hallaba también en Córdoba, en las proximidades de Nono- fueron solamente anuncios del que por fin encontré en ‘El Paraíso’...”

Manuel Mujica Laínez.

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Los platanos de la Av. Argentina amparan al paseante del fervor diurno y vivifican la escena con el aleteo excitado de sus hojas.

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El castillo de Fritz Mandl usurpa las miradas de todos y gobierna el paisaje serrano desde un emplazamiento privilegiado.


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Aladeltismo y parapente en Cuchi Corral. Desde el mirador de este paraje se lanzan a los caprichos del viento los aventureros de la vela. Sus vuelos los suspenden en divertidas maniobras sobre el valle del río Pinto.

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Caballos pastando mansamente en los faldeos camino Ascochinga.