Un paraíso en la Tierra

Un paraíso en la Tierra

Ya instalados en tierra de los Nambiqwara discurren nuestros días, entre tareas asignadas a cada uno, descansos y travesías y la cena compartida, una ocasión para escuchar historias y descubrir sabores jamás imaginados. les presentamos la última nota.

TEXTO Y FOTOS. HUGO MATTERI.

 

J nos comunicó a todos cómo repartiríamos las actividades, que luego él trataría de organizar con el Jefe, que se llamaba Xapiri, al menos así lo escribieron los médicos en la ficha. Gus y yo asistiríamos a Félix y Edimilson con las fichas médicas, L y el intérprete João y uno más de nombre Kleber, irían censando a los indios, mientras J y el miembro restante del grupo -Patrick- se las arreglarían para arrimar a la gente a nuestra oficina sanitaria improvisada debajo de unos árboles.

Comenzamos la tarea a medida que J, Patrick y el intérprete indio arrimaban a la gente. Gus y yo pensamos en todo momento que sería una tarea sencilla, de escribientes de lo que nos fueran transmitiendo los médicos. Bueno, no fue tan así; la primera complicación fue cómo escribir los nombres, muchos con sonidos guturales o con una orfandad gramatical exasperante.

João nos decía el nombre que le daba el intérprete indio, y en sus planillas registraban si habían nacido en esta aldea o en otra, la edad (esto fue todo un tema), sexo, si tenía hijos y cuántos, y una serie de datos por el estilo. Luego pasaba a los médicos que los revisaban y nos iban diciendo qué anotar en las fichas. De sencillo, nada.

Así nos fuimos enterando de los nombres de cada individuo. Un detalle: entre una gran cantidad de ellos, hay quienes no tienen apellido. Todos tienen un nombre que a veces hace referencia a algún acontecimiento del día en que nació, Axukiri (pájaro de la mañana), hijo de Erewa, y a su vez éste era hijo de Xapiri, hijo de... y así hasta donde recordaban. De alguna forma su apellido es el de la ancestralidad más remota que pueden citar. El problema es que esto es según a quién se le pregunte, ya que si la que contesta es la madre de Axukiri, cita a sus antepasados y no los del padre de la criatura. Esto nos causó un mareo de nombres bastante importante.

Otro detalle es que son polígamos o, mejor aun, no hay una regla fija en cuanto a esta cuestión. Si hay una pareja que de alguna forma convive, el resto la respeta; si se separan, cada uno por su lado puede engendrar hijos con otra persona sin necesidad de formar pareja, y todo el mundo feliz y sin mayor complicación.

En todos los días que estuvimos allí, nunca vimos una discusión o disputa con relación a este tema. Tanto varones como mujeres, alrededor de los 14 ó 15 años, pueden formar pareja y procrear si la naturaleza se los permite. Vimos varias mujeres con no más de 16 años y con bebés en brazos. Nada parece obligatorio dentro de este orden natural, y parece funcionar bastante bien. Al menos no existen los celos, ni la culpa. Una gran ventaja. Para los varones, la mayoría de edad llega con su primera cacería de un animal grande, acompañando a los mayores.

LA RUTINA EN PLENA SELVA

Al mediodía J propuso una pausa, hacía mucho calor y debíamos comer algo. La selva se acalla, hasta los animales salvajes hacen una pausa, como nuestra siesta. El almuerzo consistió en unos marlos hervidos, unos pescados asados, y frutas. La actividad retornó cerca de las 4 de la tarde, pero ya todo mundo estaba en la aldea. La tarea de un grupo de hombres era la limpieza y preparación de lo cazado o pescado, mientras otros arrimaban troncos y palos al fuego. Las mujeres, en grupos, tejían redes anudando unas fibras de hoja de palma, arreglaban algún taparrabo o limpiaban la maloca con hojas de palmas a modo de escoba.

Así fueron transcurriendo los días, más o menos con esta disposición de cosas. Todas las mañanas censábamos y revisábamos a la gente; por las tardes, descanso general y al atardecer la cena grupal. Si no fuera por nuestra presencia y la tarea que hicimos, puedo decir que un día es igual al anterior o al siguiente, sin solución de continuidad. Aquí las diferencias las pueden marcar una gran lluvia, un nacimiento o una muerte. Para nosotros, si bien mantuvimos en cierta forma la monotonía de este orden, las diferencias sobrevenían con la cena. Nos atajaron con la carne de tapir, pero hubo en esos días monos, peces, hormigas, yacarés y mulitas. Vencimos nuestro condicionamiento cultural y probamos todo. Puedo decir que nada de lo que comí me pareció incomible: muy por el contrario.

Lo más fuerte fue la cena con hormigas asadas que miden más de un centímetro, negras y gorditas. En la tablita de corteza vino una parva de hormigas cocidas, L se reía. Probamos, un poco frunciendo la cara, y la verdad, tengo que confesar que nos sorprendimos. Crocantes, de gusto saladito y con un dejo a chocolate. Fue toda una sorpresa. Mi plato preferido era un pescado llamado piraputanga, parecido al dorado de forma y tamaño, pero de carne magra y muy sabrosa.

Una tarde, J nos juntó después del descanso y nos sentamos todos con Xapiri y otros tres indios, el intérprete local Arasiwe, Sisiwe, hermano de Xapiri, y Kekura, que a su vez eran los más ancianos de la aldea. Xapiri comenzó a contarnos la historia de su pueblo. Su padre había conocido al Mayor Cándido Rondón cuando fueron contactados por primera vez por los “kayaugidu”, (así llaman a los blancos en su lengua). Ellos, su gente, son los “nagayandu”, incluso llaman así a los animales ya que consideran que somos hermanos e hijos del mismo padre creador.

Otro día acompañamos a un grupo en el que iban Arawise y Kekura a la selva, a cazar y recoger miel. Las víctimas fueron varios monos, que costó mucho cazar.

Una tarde nos invitaron a concursar con las cerbatanas; el blanco era un inmóvil árbol, a unos diez metros de distancia. Considerando que la cerbatana tiene aproximadamente un metro y medio de lago, el árbol estaba a no más de ocho o nueve metros. Sólo digo que no es sencillo acertarle, y esto siempre y cuando la flechita llegue hasta el árbol. Todas estas actividades nos fueron dando cada vez más confianza e integrando a sus actividades diarias.

Fueron muchos días, con muchas actividades: el censo, las revisaciones médicas, la caza, la pesca, jugar en el río, y disfruté cada una de ellas. Podría haberme quedado mucho más tiempo sin extrañar absolutamente nada de la civilización. Pero lo que más disfruté, asimilé y vivencié fueron las charlas con Xapiri o Sisiwe.

LA PARTIDA

Así fueron transcurriendo los días, hasta la última noche, en la que, a diferencia de las anteriores, hubo una especie de fiesta. Antes de la cena, J nos reunió en el lugar acostumbrado para cenar, y todos estaban ahí, pero se habían decorado para la ocasión: tocados de plumas, argollas en las orejas, rostros y brazos pintados con líneas y trazos geométricos. En verdad era una fiesta para nosotros.

En un momento, Xapiri dijo algo, y hombres y mujeres hicieron una larga fila, comenzaron a cantar y moverse hacia adelante y atrás acompasadamente con la canción. Arawise nos tradujo a Xapiri diciendo que ya no éramos más kayaugidu, que ahora éramos nagayandu, que éramos hermanos de su gente. Todo nuestro grupo estaba conmovido, aunque nadie lo expresara.

Un grupo de hombres con unos cuencos en mano se nos acercó y con unas finas varitas comenzó a pintarnos caras y brazos, como ellos estaban decorados. Xapiri vino acompañado de otro grupito, y uno a uno nos tomó con ambas manos por la cabeza haciendo que la bajáramos un poco y apoyó su frente con la nuestra. Nos fueron dando algunos presentes. A mí me tocó una cerbatana chica con unas pequeñas tallas romboidales como decorado, y un tocado con tres plumas azules.

Fue una noche larga, de charla en la orilla del río que compartimos con Arawise y Kekura; me sentía lleno, feliz y en paz. Había viajado para esto, y con mucho había sobrepasado mis expectativas.

Terminaba el viaje, faltaba la despedida y todo el mundo estaba ahí, parados frente a nosotros, en silencio. Xapiri, como el primer día, fue quien se acercó, esta vez no con su antebrazo extendido. Volvió a repetir la ceremonia de unir nuestras frentes. Cuando llegó mi turno, Xapiri dio un paso atrás, se llevó sus manos al cuello, se sacó su collar y me lo puso. No pude evitar llorar. Su único gesto era una gran sonrisa. Un momento demasiado especial.

La partida no fue triste, pero había un dejo de nostalgia. Todos seguían parados en el mismo lugar y de a poco las lanchas se fueron alejando; nosotros, todos con los brazos en alto, como queriendo extender un puente invisible con nuestra nueva gran familia.

Con un abrazo infinito, dejábamos atrás dos semanas de vivencias muy fuertes. L se notaba sentido también, nadie estaba feliz con la despedida.

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Sonrientes y agradecidos

Podría haber contado muchas más anécdotas de este viaje. Durante nuestra estadía con los Nambiqwaras nació un nuevo integrante de la gran familia, vimos formarse nuevas parejas, convertirse en mujeres a niñas, y en hombres a niños. Félix y Edimilson curaron a varios y vacunaron a muchos chicos. Infinidad de situaciones cotidianas.

Muchas cosas vividas me hicieron pensar y replantearme conceptos, hoy absurdos para mí. ¿Cuál sería el motivo para llamar salvajes a esta gente? Son infinitamente más humanos y solidarios que nuestra civilizada sociedad. No vi un reto, un grito, una voz levantada, menos aun un golpe a un niño. Por el contrario, siempre los vi sonrientes, relajados y agradecidos. No tienen urgencias, ni sobresaltos; como ya dije, un paraíso en la Tierra. Sólo espero que la FUNAI pueda estirar ese paraíso por tiempo infinito. Se lo merecen.

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