REEDIción

Ficción de espanto real

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Estanislao Giménez Corte

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Los suicidas ocupan un rol central en la literatura. Los hay personajes, los hay autores; hay escenas, hay preguntas y una cierta fascinación por la muerte autoinfligida. El caso de los Baron Biza-Sabattini se enmarca en una tragedia personal, generacional, que los tiene en primer plano. La anécdota, mejor dicho, la pesadillesca secuencia, puede resumirse así: en 1964, Raúl Baron Biza (escritor, millonario, político) rocía el rostro de su esposa Clotilde Sabattini (profesora, pedagoga, funcionaria) con ácido. Y se suicida. Desfigurada, ella es internada e inicia una lenta recuperación. Pero no puede salir de esa condena fisonómica, de esa condena existencial. Y se suicida. El hijo, Jorge Baron Biza (periodista, corrector), acompaña a su madre en el largo periplo y, a cuestas con la terrible historia, escribe “El desierto y su semilla” (reeditada por Eterna Cadencia en 2013). Años después, se suicida.

En “El origen de la tragedia”, Nietzsche escribe que “(...) el arte avanza como un dios salvador que trae el bálsamo saludable, él sólo tiene el poder de convertir esa náusea, ante lo que hay de horrible y absurdo en la existencia, en imágenes que ayudan a aportar la vida”. Ello no alcanzaría, consideramos, a este caso. Engullido por la tragedia, Jorge la cuenta como crónica (detallada, lenta), como descripción (de un rostro destrozado), como libro de viajes (la visita a médicos y especialistas), como diario íntimo (sus memorias de infancia). Es una autobiografía, pero también es una biografía de sus padres. Muchos autores invierten su vida en encontrar una tragedia. La buscan, la desean, pero porque la ven como objeto a ser narrado, no como experiencia a ser vivida. Aquí el caso es muy otro: el acontecimiento se le impone al autor y no lo deja salir, ni recuperarse, ni escaparse. Él es eso. Puede, apenas, contarlo. Y luego, seguir el destino terrible de sus muertos.