editorial

Con mal rumbo

  • Para quienes estaban convencidos de protagonizar el mejor ciclo político de doscientos años de historia nacional, este desenlace debe golpear duro.

El año 2013 termina mal para la Argentina. La alfombra del Estado, bajo la que durante muchos años se barrieron los desatinos del gobierno kirchnerista, resulta definitivamente corta para seguir tapando el producto acumulado de acciones difíciles de comprender.

Al cabo de un decenio de gobierno familiar -extraño caso de presidencialismo dinástico en una democracia- la situación política y económica del país se muestra en espiral descendente.

Veamos. La falta de inversión en el crucial rubro energético se manifiesta en la cruda realidad de los apagones y los consiguientes padecimientos de la población. La ausencia de financiamiento genuino impulsa la imparable impresión de billetes sin respaldo que motorizan una creciente inflación devoradora de bolsillos. La teatralización de las relaciones exteriores nos indispone con el mundo en nombre de la supuesta defensa de los intereses nacionales. La sistemática adulteración del Indec perturba todas las series estadísticas y los indicadores de la economía. La desconfianza y la sospecha de la ciudadanía minan el piso de sustentación del sistema institucional. La morosidad de la Justicia deteriora la credibilidad pública. La designación de conjueces faccionales liquida cualquier noción de imparcialidad. La reducción de la compleja realidad sociopolítica del país a dos forzados polos antagónicos -los “nuestros” y los “contras”- divide al país como hacía décadas no ocurría. La designación de Milani como comandante en jefe del Ejército reintroduce el virus de la política en Fuerzas Armadas que se habían profesionalizdo después de enormes esfuerzos. El crecimiento de la pobreza a causa de la indetenible inflación crea un escenario de inestabilidad social y política. El constante aumento del costo de los subsidios corroe las cuentas del Estado y licua los beneficios que reciben los destinatarios de esos subsidios. Nada funciona bien. Los fundamentos iniciales del “modelo” están rotos, y sólo queda el deshilachado relato presidencial que levanta como bandera una gestión que juzgará la historia, pero que, como anticipo, hoy cuestiona la mayoría de la población.

Sin duda, para quienes estaban convencidos de protagonizar el mejor ciclo político de doscientos años de historia nacional, este desenlace debe golpear duro, máxime cuando se trata de egos reconcentrados. Pero así ha ocurrido una y otra vez en el devenir de los siglos con las figuras políticas narcisistas. Más grave es la cuenta que deberán pagar los argentinos, garantes finales de las deudas que generan y los descalabros que producen los gobiernos que sólo se escuchan a sí mismos.

Ahora se ve con nitidez el volumen del problema, cuando el conflicto interno crece y el bumerán de los errores externos se nos vuelve en contra. Imprevisión, imprudencia, impericia, inoperancia, impunidad, impudicia; los vocablos que comienzan con íes se amontonan en la caracterización de un gobierno que contó con todo a favor -en los planos interno y externo- para elaborar una sólida base de lanzamiento hacia el futuro. Sin embargo, en todo momento predominó un insaciable apetito de poder envuelto en el celofán de un ideologismo trasnochado, actitudes que en su conjunción bloquearon cualquier intento de diálogo productivo y redujeron a “los otros”, actores necesarios de una democracia moderna, a la categoría de enemigos.

Ahora se ve con nitidez el volumen del problema, cuando el conflicto interno crece y el bumerán de los errores externos se nos vuelve en contra.