Las corrientes invisibles

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En la Patagonia. Foto: AFP

 

Por Enrique Butti

“Bestias afuera”, de Fabián Martínez Siccardi. Alfaguara y Clarín. Buenos Aires, 2013.

El hombre moderno es incrédulo, quizá no tanto en lo que atañe a manifestaciones increíbles e insulsas (increíblemente insulsas) como la publicidad comercial o la propaganda ideológica, pero sí sin duda con respecto a la aparición de espectros. El lector moderno, un buen lector moderno, sin embargo, sigue pensando como Poe: “Mi terror no estriba en la posibilidad de que pueda ver algo sino en la de que no vea nada”, eso pensaría, si está leyendo una historia de fantasmas.

Los grandes libros de fantasmas son escasos en la literatura actual. Los que se nos presentan bajo ese rótulo suelen ser de un suspenso adocenado, de tediosos golpes de efecto o de un detestable despliegue de morbosidades livianas, con mucha sangre chocolatada y banales hurgoneos en los meandros del sexo.

En verdad no hemos ido más lejos que los cuentos de fantasmas de Henry James. Sólo que en la ficción en general no hemos ido más lejos que Henry James. El autor de Otra vuelta de tuerca construyó sus historias de fantasmas sabiendo que sólo podía quebrar la incredulidad del hombre moderno respecto de los espectros acercándose a lo que Todorov estudiaría en el cuento fantástico: el juego con por lo menos dos opciones de interpretación y asentarse bien asentado sobre la realidad cotidiana y, con toques de orfebre, introducir a los fantasmas en cuestión. Si se logra en el lector el estremecimiento (supongo que primero alguna pesadilla tendrá que haber logrado estremecer al escritor), si se logra la vacilación de las certezas racionales, la cosa ha funcionado. Aunque sea uno solo el momento de la vacilación.

Bestias afuera logra varios de estos buenos momentos, no sólo en las situaciones clave en que el espectro aparece, sino, y ahí está la verdadera clave, en la tensión de la voz que nos relata los sucesos y nos describe una inundación, la estancia en la que se desarrolla la historia y los turbadores paisajes que la rodean.

Desde el inicio, desde el trayecto que realiza el narrador -un joven agrónomo- para investigar en una estancia perdida la presencia de pulgones que transmiten un virus en las planta de ajo, la voz que nos habla corresponde a lo que Edith Wharton, en un prefacio a sus cuentos de fantasmas, define como “la persona sensible a las corrientes invisibles del ser en determinados lugares y a determinadas horas”. De otra manera, la explosión de la cubierta del auto en el que viaja el narrador, en un camino que no recorre nadie, no sería más que un estruendo y un más o menos peligroso traqueteo o choque. Pero el perro fiel que lleva de compañía se esconde debajo del asiento y no recupera la calma, mientras comenzamos a recibir datos sobre un abuelo tan cruel, que hasta ha escondido el gato y la llave en cruz necesarios para cambiar la goma. Un abuelo que se hizo odiar hasta el momento final de su agonía.

En la estancia perdida vive el dueño enfermo, una mujer que lo sirve y asiste, y el hijito de ella. En el lugar no hay animales. El perrito del narrador no puede entrar en la casa porque, como advierte la mujer: “Las bestias afuera”. No hay animales desde que otro sirviente utilizó las peores torturas como medio para alejar a las bestias feroces que atacaban al ganado. Ese hombre ahora está muerto.

Sobre esta base Fabián Martínez Siccardi construye una novela atrapante, digna del Premio Clarín de Novela 2013 que supo distinguirla.

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Fabián Martínez Siccardi recibe el Premio Clarín de Novela 2013.

Foto: EFE