“Crímenes y jardines”

La última novela de Pablo De Santis

A_PABLO DE SANTIS (I).jpg

Pablo De Santis.

Foto: Archivo El Litoral

 

Por Raúl Fedele

La literatura policial resulta aficionada a los jardines, con o sin senderos que se bifurquen, de meticulosa y cuidada geometría o de siniestra decadencia, reflejándose en negros estanques. En “Crímenes y jardines”, De Santis aprovecha y compila esa tradición, basada además en tantos símbolos -el primero, desde luego, el del paraíso perdido por un delito, en el cual podríamos calibrar una trama policial, descubriendo que el arma fue una manzana; el móvil, la ambición; el detective, Dios (“¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol que te prohibí?”) y el culpable toda la humanidad.

Tras los sucesos y personajes que tenían como escenario la Exposición Universal de París de 1889 y la reunión de los doce mejores detectives del mundo, que Pablo De Santis contó en “El enigma de París”, vuelve en “Crímenes y jardines” a poner en escena al discípulo del famoso detective Craig, Sigmundo Salvatrio, y a sus aventuras. Fallecido el maestro, el joven resuelve aquí su primer caso, la seguidilla de asesinatos de un grupo de apasionados por los jardines.

Como explica un personaje, hay en la historia de la jardinería muchos modelos, pero sólo dos fundamentales: uno que propone el orden, la simetría, el artificio, y otro que busca imitar las desmesuras de la naturaleza. “Todos los jardines son variantes de estas dos formas. Y toman elementos de uno o de otro”. Y concluye con que esos dos modelos responden a dos ideales: el jardín natural que fue el Edén, y el jardín ordenado que fue la Atlántida. Pero los “filósofos de los jardines” creen en un jardín incluso superior a esos dos modelos: el jardín secreto en el que sólo pueden penetrar los iniciados.

Una cuasi secta, pues, con un millonario que hizo su fortuna con los saladeros de carne, procedimiento que ahora (estamos en 1894) ha sido ya suplantado por la refrigeración. La violación y consecuente locura de la hija de este “rey de la sal” en su propia mansión durante un encuentro de los cinco componentes de la secta, será el eje que disparará la serie de asesinatos con los que tendrá que lidiar Salvatrio.

Como es habitual en las tramas de De Santis, a una galería vivaz de personajes se suman historias y referencias que se abren y confluyen en la trama principal: la historia de un famoso hotel de suicidas, la historia de los saladeros, de la Atlántida, de la mitología relacionada con los jardines. Todo pautado por una justa dosis de humor y sentenciosidad. Chistes como el del médico forense, que ante el descubrimiento de un cadáver en un estanque, aconseja alejar a la esposa de la víctima: “Si se desmaya, no me va a quedar otro remedio que atenderla. Y he perdido la costumbre de tratar con pacientes vivos”.

O la publicidad en una revista de tenor policial, que anuncia un libro titulado “Fisiología de la muerte” y reza: “Todo lo que los cadáveres tienen para decir”.

O el encuentro en un bar con un estenógrafo que escribe con signos taquigráficos una dirección que necesita el detective, quien replica que él no puede leer eso. El estenógrafo dice, mientras llama al mozo con un gesto: “Otra ronda de grappa y se lo escribo en cristiano”.

O la mucama que un día de calor informa que una desconocida ha venido a buscar al detective: “Está vestida de negro. Si yo, con este calor espantoso, me vistiera de negro, sería de luto anticipado por mí misma, porque me caería muerta en la esquina”.

O la descripción de un aprendiz de detective asesinado: “Sabía todas las lecciones y sólo había desaprobado la más importante: sobrevivir”.

Con respecto a la aludida recurrencia de sentencias, valga este solo ejemplo. El “rey de la sal” explica por qué no avisó a la policía de aquel suceso en el que su hija resultó ultrajada: “No quería que saliera en los diarios. Puedo pagarle a la policía, pero alguien pagará más... Sé por experiencia que de las cosas que se pueden conseguir por sobornos, el silencio es la más cara, y la que siempre viene adulterada. El silencio se puede conservar mientras esté bajo techo; la intemperie lo arruina”.

O la frase que abre el libro y el último capítulo: “La historia de nuestra vida es la historia de nuestros miedos”.

“Crímenes y jardines” es una novela que atrapa con su doble rara capacidad: una estricta y nunca deshonesta (nunca arbitraria, desconsiderada o inverosímil) intriga, y siempre con un estilo fluido y una simplicidad difícil de conseguir.


B_IMG852.jpg