TIEMPOS CRONOLÓGICOS Y PERCIBIDOS. UN RELATO

En desfase

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Estanislao Giménez Corte

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I

Ayer nomás había en la casa grande bellas personas en circulación perpetua, pequeñas muchedumbres trashumantes aquí y allá, amigos de amigos de hermanos, y hermanos, que hermosamente desfilaban, o dormían, o estudiaban, nómadas detenidos por unas horas, abducidos por un amistoso calor de gentes. En el día y en las noches caminábamos la ciudad y las veredas y las calles parecían abrirse a nuestros pasos de levitar, ajenos, distantes, tan fuera de las duras cosas de abajo.

Antes no había antes: ni horarios, ni límites, ni contratos, ni peso alguno. Apenas una leve despreocupación parecida a la felicidad y un discurrir que ahora mismo se antoja caudaloso y sonoro. Antes sólo había, si es que algo había, unas más bien modestas (pero denominadas grandilocuentemente) búsquedas, algunos hallazgos seculares, pocos pero decisivos descubrimientos en lo vivido, ofrecidos en todos los sitios imaginables. Todo el tiempo, todo junto.

Pero antes no había antes. Antes no conocíamos la postergación del deseo, sólo el deseo; ni la negación de la noche, sólo la noche; ni el temor de la mañana siguiente, sólo el perfume agridulce de la madrugada. Antes no nos deteníamos en la naturaleza de los actos, sólo los ejecutábamos; ni masticábamos la posible aridez de una palabra antes de decirla, sólo la pronunciábamos; ni estimábamos la conveniencia o el temor de un beso, sólo nos arrojábamos. Antes todo parecía un urgente presente elástico, un ahora dilatado que nos cubría, cálido en su apariencia de útero, suspendido en su fisonomía de burbuja, poblado por inconscientes y deliciosas personas en carácter de aislamiento voluntario. Pero antes no había antes ni peros.

II

Antes no había más que ansia y expectación, una desatención de los mañanas, una dura cosa lejana y fría llamada futuro. Antes no tenías esta impertérrita necesidad de escribir sobre el ayer, sólo lo vivías; ni la melancólica costumbre de recordar, sólo vivías; ni la cansina evocación exagerada de las vidas, sólo había vida, no esta reproducción mecanografiada que apurás esta noche. ¡Sólo había vida! Antes no había estas piezas con que armar qué, ni este anecdotario a exagerar para, ni estos pesados puños de recuerdos con que arrebatás el teclado. Pero antes. Antes no había antes ni peros. Antes no. Ahora hay peros, hay todavías. Ahora hay aún, aunque, hasta. Pero esta palabra, ahora, suerte de símil del tiempo puro, es acompañada en cada expresión, en cada oración, por una nube de palabras de apoyo, conectores, adverbios, énfasis, signos de admiración e interrogación. Como si toda una gramática, pesadamente, quisiera auxiliarla. Antes ninguna palabra necesitaba estas prótesis, estas anestesias, estas muletas. Estas compañías bienintencionadas que conspiran contra ella, sin embargo. Pero puede no estar acompañada: ahora. ¿Qué hacer, Dios mío, con esa palabra que nos observa, de pronto, desnuda? Ahora. Ahora ves a tu lado algunas fotos y el reflejo de tu ahora en la ventana lateral y pensás que sí, cuántas cosas que objetivamente fueron y son importantes y tantas otras que vinieron y, claro, cómo podría uno no considerarse ciertamente afortunado, y sí, todo esto tiene sentido y, además, es lo que debió pasar, porque ya sabemos de la patética existencia de los que pretenden simular que ahora es antes. Ahora, caminás hacia tu cama y decís que sí, que claro, que por supuesto, que obviamente, que estuvo bien vivirlo, que es justo que sea así, que no podés quejarte, que si pensás en aquel caso, y en aquellos otros. Ahora, la respiración se va haciendo espesa a medida que entrás en el entresueño. Sentís que te toman desde abajo las piernas y que te zambullen hacia abajo (serán los ángeles del sueño). Sentís que ese descenso es dulce y que la negritud todo lo abarca en el preciso momento en que el cuerpo cede. Ves, antes del negro definitivo, una frase pequeña como en letras blancas, un poco de lejos. Dice: “Sí, pero antes”.