Los problemas de la educación en la Argentina

La enseñanza y los méritos para su ejercicio

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O SE ESTÁ COMPROMETIDO EN CUERPO Y ALMA CON LA UNIVERSIDAD o, salvo alguna singularidad, esta labor pasa a ser, en el mejor de los casos, una segunda prioridad en beneficio de otras mucho más rentables. fOTO: MAURICIO GARÍN.

 

Alberto Cassano

“Un hombre que nunca fue a la escuela puede robar un camión; el que recibió una educación universitaria, puede asaltar la totalidad de los caminos”. Theodore Roosevelt.

Una de las preguntas más difíciles de responder es la que refiere a quién debe estar a cargo de la enseñanza superior universitaria. En el tema se deben abordar los aspectos formales, los profesionales y los personales. Plantearé lo que considero la situación ideal. De allí en menos, la realidad muestra que todo es posible. Es obvio que en estas líneas no podré profundizar en las diferencias entre el ser y el deber ser, y mucho menos en sus aristas éticas. Por tanto, me ceñiré a un planteo de lo que debería haber y, por diferencias, se podrá deducir lo que no hay. Las conclusiones quedan pues a cargo del lector.

Aspectos formales

Creo que desde el punto de vista formal un profesor universitario tiene que cumplir las siguientes condiciones: 1) Tiene que tener un doctorado serio, producto de una tesis de probada envergadura y originalidad, requerimiento que generalmente lo asegura una buena universidad. En el mundo las hay de todos los calibres y para todos los gustos. Desde Harvard, el MIT, Oxford, Cambridge y las equivalentes, hasta las que, en los mismos países, entregan un doctorado con el mero pago de una cuota y no mucho más (con un costo que es inversamente proporcional a las exigencias). Entre ellos, están también los que se hacen por medio de Internet o por convenios entre universidades, la mayor parte de los cuales son poco serios, aunque lamentablemente más de una bien reconocida recurre a estos sistemas porque les aseguran buenos ingresos económicos. Y se debe saber que aun una muy buena monografía no es nunca una tesis doctoral. 2) Salvo excepciones, deben tener dedicación exclusiva. Creo que en esto hasta tengo el apoyo de la palabra evangélica pero que se reproduce en la vida cotidiana: no se puede ser fiel a más de un amo. O se está comprometido en cuerpo y alma con la universidad o, salvo alguna singularidad, esta labor pasa a ser, en el mejor de los casos, una segunda prioridad en beneficio de otras mucho más rentables. Por otra parte, la dedicación exclusiva a la universidad permite la verdadera participación en la vida académica y facilita, incluso, la colaboración con la gestión. 3) Debe ser un profesor-investigador. Toda otra alternativa, que no descarto -al igual que los fundamentos para justificarla-, debería constituir una rareza. Se puede ser un buen docente sin hacer investigación. Pero se corre el riesgo de la desactualización. No quiero significar con esto que ser investigador la garantice. Hay investigadores que son malos docentes fuera de algunos temas de su gusto. Pero la función docente exige un esfuerzo para lograr el objetivo de transmitir lo que se sabe y lamentablemente algunos investigadores carecen de la predisposición para ello o se dejan absorber por el cronograma de su proyecto. Cuando esta situación se configura, es probable que sus clases les representen una pérdida de tiempo, con el consiguiente perjuicio para los alumnos. Pero también es cierto que sólo el que sabe mucho de una temática puede hacer que las cosas difíciles aparezcan un poco más fáciles. Y lo peor ocurre cuando el que la conoce no la enseña porque es compleja. Este supuesto podría denominarse “demagogia pedagógica”.

Pero lo cierto es que salvados los aspectos didácticos que son particularmente críticos en los cursos de grado, un profesor debe también ser investigador. Cumple así con la segunda función más importante de la universidad que es crear y aplicar conocimientos. El que no lo hace está en falta aunque sea muy buen docente.

En las universidades de excelencia, lo que estoy proponiendo como situación ideal es usualmente un estado normal y no se concibe que no se satisfagan estos requerimientos. Aunque insisto en que en algunas ocasiones uno de los dos requisitos podría ser obviado como resultado de una circunstancia muy especial. ¿Que todo esto es muy difícil de satisfacer hoy en la Argentina? Es cierto. Pero los esfuerzos deberían apuntar en esta dirección como objetivo principalísimo.

Aspectos profesionales

Cabe que nos preguntemos: ¿si se cumplieran los tres requerimientos, tendríamos un buen profesor? No. Ellos se podrían consolidar con disposiciones estatutarias. Se debe además garantizar que la persona sepa. Y esto no lo asegura un estatuto. Y acá entramos en uno de los temas más críticos: los concursos. Se suele afirmar que en las universidades éstos tienen dos componentes: los antecedentes y las pruebas de oposición. En las muy buenas universidades, el formato es diferente, pero las funciones son las mismas. Lo primero parecería ser decidir cuánto debe pesar cada uno. No es así. Lo previo es entender qué significan. Luego se podrá determinar la proporción en que se debe dar valor a cada uno de ellos.

Se cree, en general, que los antecedentes son las publicaciones, presentaciones a congresos, la experiencia docente previa, las actividades de transferencia hacia el medio productivo o social, los cargos desempeñados de otra naturaleza y los premios y distinciones. Seguramente deben estar entre los más importantes. ¿Pero qué significan?, ¿cómo figura el postulante en el listado de autores de los trabajos publicados?, ¿es uno más del montón o es el principal responsable?, ¿qué trascendencia han tenido las publicaciones aunque hayan sido muchas?, ¿hay variedad y originalidad en su producción o es siempre más de lo mismo?, ¿publicó libros?, ¿qué tipo de libros?, ¿fueron de docencia?, ¿los congresos a los que asistió fueron nacionales o internacionales?, ¿en los congresos simplemente asistió y coleccionó diplomas?, ¿o fue un orador que expuso trabajos de cuya autoría participó?, ¿fue uno de los expositores de las conferencias plenarias reservadas para los máximos representantes de la disciplina?, ¿qué vinculación tienen los cargos previos con el motivo del presente concurso?, ¿cuántos de ellos fueron cargos políticos?, ¿los cargos fueron de docencia e investigación o corresponden a otra clase de actividades?, ¿tuvo cargos de gestión?, ¿fueron ad-honórem o remunerados?, ¿existen actividades de transferencia significativas?, ¿fueron realizadas mediante convenios documentados?, ¿tiene patentes de las cuales es uno de los titulares?, ¿las patentes están licenciadas y se están aplicando o son un papel más en la currícula?, ¿cuántos años de experiencia acumulados contribuyeron a conformar el listado de antecedentes? Porque no interesa solamente el volumen de la producción que se exhibe, sino también el tiempo dedicado a conseguirlo. Todos estos detalles contribuyen a configurar la importancia que pueden tener los antecedentes.

Es obvio que el orden de importancia, al menos en las ciencias exactas y las ingenierías, debería ser el siguiente: a) los libros de docencia, buenos (pocos profesores los acreditan); b) las patentes licenciadas (ídem); c) las publicaciones serias, originales y variadas con riguroso arbitraje previo de la labor científica o tecnológica realizada y las patentes no licenciadas; d) los libros o capítulos de libros científicos, principalmente previamente arbitrados, que documenten adicionalmente la labor ejecutada; e) las actividades de innovación en transferencia (para distinguirlas de las tareas de rutina, que se tendrán en cuenta, pero con muchos menos peso); f) las actividades docentes realizadas con anterioridad (es decir, la experiencia previa); g) la asistencia a congresos con presentación de trabajos de los que es autor (los demás casi carecen de valor, porque se estarían computando horas silla tanto de salones como de medios de transporte; así, debería distinguirse entre los congresos verdaderamente internacionales, los regionales y los nacionales); h) las tareas valiosas y sustanciales de gestión realizadas ad-honórem; i) los libros o capítulos de libros que no sean de docencia o de su investigación; j) los trabajos publicados que no se correspondan con revistas con arbitraje, y k) otros antecedentes que no estén incluidos en los listados hasta ahora, como podrían ser las direcciones de proyectos (a las que se le suele asignar un desmedido valor, cuando en realidad lo que importa son los resultados que se obtienen de ellos), las tareas de gestión remuneradas y la participación como jurado de concursos de distintas naturaleza, entre otros elementos de valuación. Es obvio que los premios siempre ocuparán un lugar destacado, pero también mucho depende de su origen (porque podría tratarse de un premio deportivo y en ese caso, su valor estaría muy restringido a una disciplina).

Si los primeros ocho no existen en una abundancia correlacionada con la edad del postulante, estamos hablando de un profesor de otro tipo de universidad; la que sólo nos debería interesar para cambiarla. Porque si no, no tendrían que aparecer lamentos cuando las nuestras no figuren bien posicionadas en las estadísticas de los rankings internacionales.

Si estos antecedentes se verificaran, deberían pesar aproximadamente el cincuenta por ciento de la evaluación del concurso. Si no existieran, en dicho rubro el puntaje debería ser cero. Y así, los que haya, se deberían valorar en proporción lineal desde cero hasta 500 puntos (sobre un total de mil) y donde a los primeros ocho le debería corresponder el 80/90% del puntaje (400/450 puntos). (Continuará).