Señales

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En los prólogos reunidos en “Biblioteca personal”, Jorge Luis Borges concentró su mirada crítica y su amor por la literatura.

Foto: Archivo El Litoral

 

Por Carlos Catania

“No sé si soy buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector” (Jorge Luis Borges)

Todos los años planeo un reencuentro con dos viejos amigos: Borges y Cervantes. Del segundo hablaré más tarde; quiero decir del reencuentro, de los pensamientos que intercambiamos, de las modificaciones sufridas en ambos y de los nuevos puntos de inflexión que mantienen mi constante asombro. En Borges, como diría Sandor Márai, percibo cada vez sus palabras verdaderas, ésas que le conciernen personalmente, que emergen de lo más profundo de la conciencia; las palabras del artista, del creador, que pasan huracanadas por encima de tantas obras mudas, nefastas e inútiles que, como las falsas amistades, no sobreviven.

El último día del año tomo al azar un libro de Borges: “Biblioteca personal”.

Una vez más me cautiva lo que podemos llamar (un poco groseramente) su “capacidad de síntesis”; en realidad se trata de una inquisitiva mirada que permite el apretado asimiento de lo fundamental. Un relámpago de penetrante visión.

Los numerosos escritores que recuerda son honrados con sus interpretaciones, a menudo tan concisas que semejan aforismos. Veamos. Por ejemplo: “El destino de Kafka fue transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas (...). Es el gran escritor clásico de nuestro atormentado siglo.” De Gilbert Keith Chesterton apunta que hubiera podido ser Kafka y que su obra no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad. Al referirse a Maeterlinck nos recuerda que Aristóteles sostuvo que la filosofía nace del asombro de ser, de ser en el tiempo, de ser en este mundo, en el que hay otros y animales y estrellas. Y resume: “En el caso de Maeterlinck, como en el de Poe, ese asombro fue el del horror.”

Ya es lugar común que cuando Ibsen, en “Casa de Muñecas”, hace que Nora Helmer le diga a su marido Torbaldo: “Siéntate, vamos a hablar”, da comienzo el teatro moderno. Conocido es el escándalo desatado en aquella época (1879). Se considera al teatro de Ibsen como “de tesis”, pero apunta Borges: “La invención de la fábula precede a la comprensión de su moraleja. En el caso de Ibsen las invenciones nos importan más que las tesis”. Eso, pienso, se percibe más claramente en “El enemigo del pueblo”. Borges considera a Peer Gynt la obra maestra del dramaturgo.

Acerca de H.G. Wells opina que en su obra lo patético importa menos que la fábula: “Su hombre invisible es un símbolo, que perdurará mucho tiempo, de nuestra soledad”. De Dostoievski declara: “Leer sus libros es penetrar en una gran ciudad que ignoramos, o en la sombra de una batalla”. Respecto de O’Neill: “Es el más imprevisible de los autores. Pasó del naturalismo a lo simbólico y lo fantástico (...). O’Neill ha renovado y sigue renovando el teatro del mundo”. Más adelante, considera que “Bartebly”, de Melville (autor de la imponderable Moby Dick) es un relato que prefigura a Kafka. Indudable. De Joseph Conrad (uno de mis amigos favoritos) extraer que “Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas)” es acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado. Resume luego a Oscar Wilde definiéndolo en una frase: “Los largos siglos de la Literatura nos ofrecen autores harto más complejos e imaginativos que Wilde; ninguno más encantador”.

Bernard Shaw (“que predicó la longevidad y murió a los noventa y cuatro años”) inspira a Borges estas palabras: “Los escritores de nuestro siglo se deleitan en las flaquezas de la condición humana; el único capaz de imaginar héroes fue Bernard Shaw”. Retrocediendo en el tiempo, acude a Quevedo: “Era un hombre sensual y hubiera querido ser un asceta, ya que algo de monacal había en él. Saboreaba cada palabra del idioma español. La germanía del hampa y el dialecto de Góngora, su enemigo, le interesaron por igual”.

Y así discurre esta “Biblioteca Personal”. Problemas de espacio me obligan a dejar en carpeta otros escritores que pueblan el volumen, entre los que se encuentran Cortázar, Lugones, Juan Rulfo, etc. Yo comento hoy esta glosa sin otra intención que la de invitar a su lectura a quienes desconocen el libro, pues a mi juicio introduce un don inquietante para los lectores serios, es decir para quienes la Literatura no es sólo un objeto de conocimiento, sino un estímulo para cambiar de miras, para liberarse del tedio de una vida inane y, desde luego, para despejar la mente de estereotipos, prejuicios y fuegos fatuos. En suma, para quienes la Literatura no es un elemento reactivo.