El “jefe de Gabinete” se terminó de desdibujar

Donde manda Capitanich, manda marinero

A tiro de desmentida por parte de sus “subordinados”, su rol es absorber el desgaste. Un 2014 con más gasto, más impuestos y más inflación. Timerman y la “inserción” argentina en el mundo.

Donde manda Capitanich, manda marinero
 

Por Sergio Serrichio

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Las pocas e infundadas expectativas de apertura y sensatez que había despertado Jorge Capitanich se hicieron añicos. La dilución de su autoridad se inició a principios de diciembre, con las crisis policiales y los saqueos, y se completó entre fines de 2013, cuando a raíz de los cortes de luz sus palabras fueron desautorizadas por el ministro de Planificación, Julio de Vido, y principios de 2014, cuando el que le enmendó la plana no fue ya un ministro, sino el titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip).

Ricardo Echegaray es un funcionario emblemático del kirchnerismo, al que acompaña desde los tiempos de Santa Cruz, donde recaló y se hizo pingüino tras una serie de escándalos y fracasos como emprendedor privado, incluida una estafa para “apagar” incendios de pozos petroleros en Kuwait. Es también emblemático por la grosera contradicción entre praxis y “relato” y por la violencia y la cara de piedra con que responde cuando, como ocurrió a fin de 2013 en Río de Janeiro, lo deschavan.

Aunque canóniK y repetida, la secuencia no deja de ser irritante: el funcionario que administra de hecho el “cepo cambiario” por el cual todo argentino que quiere o necesita viajar al exterior debe mendigarle para que el Estado le venda al menos una parte de las divisas para hacerlo, viaja en primera clase en una de las líneas aéreas más caras del mundo (Fly Emirates, porque su trunco destino final era Dubai), se da lujos de millonario en Río (antecedentes tenía: ya le había regalado a su hija un Audi importado), en compañía de administradores de depósitos fiscales a los que debería controlar, y contempla, seguramente extasiado, la golpiza de sus acólitos a los periodistas que lo pescaron in fraganti.

Al cabo de esa secuencia, ya en Buenos Aires, el funcionario se victimiza y miente con un descaro casi psicopático.

Pero dejemos la “personalidad” de Echegaray de lado y centrémonos en el objeto de su desautorización al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich: el aumento del impuesto a los bienes personales, que el gobierno pretendía instrumentar cobrándolo sobre la “valuación de mercado” de los bienes inmobiliarios.

El jefe de la Afip había anticipado algo de eso un viernes, Capitanich lo relativizó a la semana siguiente, horas después Etchegaray agregó que la iniciativa -un típico revalúo, para rascarle los bolsillos a la clase media- sería enviada al Congreso. Capitanich “confirmó” entonces lo que había dicho su “subordinado” y horas después el ministro de Economía, Axel Kicillof, desautorizó a los dos invocando un diálogo con la presidenta de la Nación.

El episodio evidencia el desorden y desorientación del gobierno y su voracidad fiscal, que lo hicieron incurrir en un serio error. El revalúo inmobiliario, para recaudar más “bienes personales”, realmente estaba en estudio, pero tenía varias contraindicaciones: 1) hubiera dejado aún más en evidencia las insólitas e inexplicables fortunas de la mayoría de los funcionarios (empezando por la propia presidenta); 2) hubiera enajenado por completo a la clase media; 3) paralizaba la construcción y el sector inmobiliario; y 4) tenía un serio problema de diseño político: los costos eran inmediatos, y el beneficio, una mayor recaudación, hubiera llegado en abril de 2015. El modelo K es al revés: los beneficios primero, para nosotros; los costos después, endosables a terceros.

La ansiedad por recaudar también se nota en otro anuncio de Echegaray, que no fue desmentido: obligar a los exportadores a hacer un “anticipo” del impuesto a las Ganancias.

Mientras tanto, el gobierno quiere convencer a los gobernadores (ya lo hizo en Entre Ríos) para que desconozcan los aumentos salariales prometidos a las policías provinciales, de modo de aliviar la presión sobre las próximas paritarias y las finanzas provinciales y exorcizar el fantasma de las “cuasimonedas” que ya mentó el gobernador de Corrientes, Ricardo Colombi.

Otra muestra de “relato” (ergo, de duplicidad y descaro) fue el anuncio del “Programa de Aumento y Diversificación de las Exportaciones” por parte de los ministros de Economía, Industria y Relaciones Exteriores, de que la Argentina superará en 2015 los 100.000 millones de dólares de exportación.

Entre un Axel Kicillof vacilante y una Débora Giorgi extraviada, Héctor Timerman, el peor canciller de la Argentina desde el retorno de la democracia, denunció el “proteccionismo” de los países centrales y, como muestra del grado de inserción argentina, afirmó que en 2003 había sólo seis países con los que el país intercambiaba más de 1.000 millones de dólares, pero en 2013 fueron veintidós.

La verdad es que la Argentina no hecho más que perder posiciones y credibilidad en el comercio mundial. Nuestras exportaciones representan hoy porcentajes inferiores, con respecto a la región y al mundo, de lo que representaban en la década del noventa, casi todos los ítems de nuestras ventas han retrocedido en los rankings internacionales (salvo algunos pocos del sector agropecuario), el país está más aislado que nunca, habiéndose distanciado incluso de su más entrañable vecino, y la Argentina es hoy el miembro del Mercosur más cercano a quedar descolocado en las negociaciones entre el bloque y la Unión Europea.

A fin de enero vence el plazo para presentar ofertas de negociación. Los gobiernos de Brasil, Uruguay y Paraguay ya se cansaron de las argucias con que la Argentina estira y frustra ese proceso que deja al bloque cada vez más aislado y a contramano de las grandes corrientes del comercio y la inversión mundiales. Hacia afuera, no hay “relato” que valga.

Lejos de cualquier atisbo de recato, el gobierno que más dinero ha dispuesto en la historia moderna de la Argentina, dice que no le alcanza y seguirá aumentando el gasto público y la presión fiscal sobre una sociedad exhausta por la inflación que en 2013 le empezó a ganar a los salarios.