PERFILES Y CURRiCULUM VITAE COMO ACUMULACIÓN

Mostrar, decir, ser

1.jpg

La elaboración de los perfiles personales en las páginas web reviste no pocas curiosidades.Foto: ARCHIVO

 

 

Estanislao Giménez Corte

[email protected]

http://blogs.ellitoral.com/ociotrabajado/

I

Una persona puede decir que es muchas cosas, puede poblar de nombres su nombre, pero no es muchas cosas. Una persona puede hacer muchas cosas, ser versátil, flexible, multifacética, hiperactiva, adicta a la adrenalina de los emprendimientos, insomne, pero antes o después de esta aparatosa dispersión es pocas cosas, o apenas una. Una de las tantas curiosidades de la reciente explosión de las redes sociales es la forma en que elaboramos nuestro perfil, derivación sintética y digital del tradicional curriculum vitae, derivación a su vez de lo que alguna vez se llamó, creo, carta de presentación. Vemos así con cierta curiosidad cómo hombres y mujeres se hunden a gusto bajo el peso de alusiones, antecedentes, (aparentes) facultades y talentos, recubriendo y rodeando el esqueleto originario del mero nombre que los nombra, para decirse ante el mundo. La desordenada acumulación, sin embargo, genera un efecto de sorpresa, primero; de sospecha, después; de llano rechazo, después. Todo es más alevoso, y peor, cuando advertimos que desesperadamente se manotean nominaciones atravesadas por una ostensible proximidad, tareas con similitud y ligazón, conectadas por una lógica de sentido común. Alguien dice ser, por ejemplo, “escritor/periodista/guionista/productor/editor”; otro, “docente/conferencista/investigador/ensayista”. A nadie escapa que algunas de estas tareas son acciones parasitarias o derivadas de una única central. De modo que la enumeración es, cuanto menos, ruido. Una cuestionable tendencia al exceso, atentatoria de una intención original en contrario. Vaya un ejemplo: si alguien es un ensayista, las tareas de expositor, las de investigador, las de docente, las de compilador pueden verse como derivaciones de aquella y, en rigor de verdad, no hacen una suma en sí misma, ya que todas pertenecen a una misma zona de interés. Como todos sabemos, nadie lee jamás un curriculum vitae, pero éste sirve para ciertos procedimientos y protocolos en los cuales se mensura una carrera (en donde tiene sentido su presencia y detalle). En otros lados, en las páginas de Internet, ¿no parece acaso un llamado de atención cuasi-adolescente?

II

Algunas personas queremos creer, revolean discutibles destrezas porque ignoran su arduo aprendizaje. Pero colgarlas de nuestro nombre ofende a los que hondamente se han ocupado de cultivarlas. Con increíble liviandad, se llaman a sí mismos “poetas” o “músicos” (el entrecomillado tiene una intención de subrayar la alevosía). Estas artes, como todos sabemos, han llevado a la locura y a la desesperación a genios de toda calaña. Una esencial vergüenza detiene a toda persona sensible de adjudicarse el mismo título que un Rubén Darío, por caso. Otros firman como cineastas/guionistas/poetas (¡todo en una sola persona!). Otros, como directores/productores/actores/docentes. Qué genio universal podrá, nos preguntamos, abarcar tales artes con fortuna. Un cierto pudor debería detenernos. De lo contrario, estas palabras satelitales sólo generan un gestual rechazo, un principio de malestar estomacal que nos señala este despilfarro, cuando no un poco de indignación. Una persona puede hacer muchas cosas, pero sabe en su fuero íntimo que no “es” esas cosas. No hay tiempo, ni capacidad, ni talento posible para mostrarnos como pequeños renacentistas del ciberespacio, a la pesca de una suma del saber que se nos escapa de sólo pensarlo. Un inútil énfasis, una necesidad de reconocimiento y aprobación que se mendiga parecieran guiar esta conducta. El inconsciente colectivo guarda para los grandes un giro: convierte sus nombres en adjetivos. Así existe lo kafkiano, lo maradoneano, lo fellinesco, lo dylaneano. Ello es sólo para aquellos que han hecho de esa única cosa que se puede ser, una cosa única; para los que han refundado su arte, convirtiéndolo en una práctica imposible de disociar de su nombre. Nosotros, simples mortales, vemos nuestro nombre desnudo, ahí, a la deriva, en el frío anonimato de la tormenta digital. ¿Con qué palabras, con qué manta pretendemos recubrirlo, rellenarlo, dotarlo?