Preludio de tango

Domingo Federico

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El bandoneonista Domingo Serafín Federico.

foto: archivo

 

Manuel Adet

En 1963 los tangueros pudimos disfrutar por radio El Mundo de la resurrección de la Orquesta de las Estrellas, esa genial creación de Miguel Caló y Enrique Mario Francini que contaba con la presencia, entre otras luminarias del tango, de Armando Pontier, los cantores Raúl Berón y Alberto Podestá y el bandoneonista Domingo Serafín Federico. La experiencia duró apenas tres meses, pero los iniciados en ese privilegio sabíamos que todos los lunes y jueves a las 21 podíamos disfrutar de ese verdadero seleccionado de campeones.

Domingo Federico para esa fecha era una de las grandes personalidades del tango, una pasión que lo dominó desde pibe gracias a las enseñanzas de su padre, Federico, que lo inició en los secretos del violín, el piano y, finalmente, el fueye. Años más tarde, se destacará por musicalizar algunas películas, como es el caso de “Embrujo en Cerros Blancos”, “El cantor de mi pueblo”, “El morocho del Abasto”, “La historia del tango” o “Al compás de tu mentira”.

Un artista se define por su talento, pero también por los maestros que lo forjaron. La biografía de Federico -nacido en Buenos Aires el 4 de junio de 1916- confirma en toda la línea este principio, porque a las lecciones de su padre, le sucedieron luego las de Pedro Maffia y Sebastián Piana, dos nombres sobre los cuales estimo que es innecesario hacer consideraciones.

Si al talento de “natura” y la influencia de los maestros se les suma una voluntad de hierro, una asombrosa capacidad de trabajo, los resultados son previsibles. Su hermana al respecto asegura que el muchacho estudiaba en aquellos lejanos años alrededor de catorce horas diarias. Una vocación tan avasallante no deja lugar a otras distracciones por más nobles que sean. Federico había empezado a estudiar medicina, pero el tango derrotó sus aspiraciones, una derrota que muchos años más tarde habría de lamentar porque siempre consideró que el título de médico era una de sus grandes asignaturas pendientes. Conclusión: la Argentina perdió a un médico, pero ganó a un músico. Los tangueros, agradecidos. El alumno de Maffia y Piana debe de haber sido bueno y atrevido, porque poco tiempo después, con su hermana Nélida, forman la Orquesta de Señoritas que debuta en el Café Marzoto. De todos modos, su ingreso a las primeras divisiones del tango se produce con la orquesta de Juan Canaro, previo pasaje breve por las formaciones musicales de Brignolo y Scarpino, el autor de “Canaro en París”.

Si Canaro fue su punto de partida en los grandes escenarios, su consagración se produce cuando en 1941 es convocado por la orquesta de Miguel Caló, en la que se habrá de quedar hasta 1943, cuando ya se sienta con la seguridad necesaria para formar su primera orquesta. De su paso por Caló quedan algunas grabaciones que los coleccionistas se disputan, pero importa consignar que es allí donde se perfila como un eximio compositor.

En efecto, es para esos años que compone, por ejemplo, “Al compás del corazón”, que la orquesta estrena gracias a una virtuosa corazonada de Francini que luego Caló aprobará a libro cerrado. También en aquellos años nace su relación creativa con Homero Expósito, relación cuyos frutos serán inestimables para la historia del tango: “Yuyo verde”, “Tristeza de la calle Corrientes” o “Percal”, por mencionar los temas más destacados, así lo prueban. Ser el compositor de Expósito en los años cuarenta, era una discreta pero efectiva credencial de calidad, ya que estamos hablando de uno de los poetas más innovadores del género, por no decir el primero.

Decía que en 1943, Federico forma su primera orquesta y debuta ese año en el café Select Buen Orden. En la línea de bandoneones, además de su presencia rectora, se destacan los nombres de Corti, Priori y Thompson; en los violines Cantore, Pardo, Tallaferro y Tarnaski; Garcés en el piano y su padre, Francisco, en el contrabajo, un instrumento que había aprendido a ejecutar ya de grande. El cantor emblemático de la orquesta fue Carlos Vidal, pero también pasaron por allí Ignacio Díaz, Alfredo Castel , Alberto Tagle, un Oscar Larroca muy jovencito, Mario Bustos y Enzo Valentino, por mencionar a los más conocidos.

La orquesta de Federico no puede negar la silencia de Caló y Fresedo, pero como todo creador él le otorga su propio sello. De formación musical prolija, era una de esas orquestas de los años cuarenta que se gozaba bailando y se disfrutaba escuchándola, incluidos sus cantores, que hacía rato habían dejado de ser estribillistas. El primer disco lo graba en 1944. Se trata de un “78” que en la cara A tiene “Saludos”, un tango instrumental que, a su expreso pedido, lo habrá de despedir en el cementerio sesenta años más tarde, y en al cara B, “La culpa la tuve yo”, interpretado por Ignacio Díaz, la única interpretación de este cantor.

Los coleccionistas aseguran que la orquesta de Federico debe de haber grabado alredor de ciento veinte temas, de los cuales, para su pesar, sobreviven diecisiete. ¿Motivos? Cuando el señor Ricardo Mejías se hizo cargo del sello discográfico y, entre otras iniciativas, propuso fundar “El Club del Clan”, un éxito económico pero un fiasco musical, grabó los temas de los flamantes “astros juveniles”, sobre las cintas grabadas por la orquesta de Federico.

A la fama conquistada en la radio y la televisión, el maestro le agrega las giras por el interior del país, Europa y Japón, donde se asegura que brindó alrededor de ciento veinte recitales con la orquesta de Francisco Canaro y, luego el quinteto “A lo Pirincho”. La animación de los consabidos bailes de carnaval y las presentaciones en locales nocturnos y clubes de barrio son la manifestación más elocuente del favor que le dispensaba el público. A su maestría musical, Federico incorpora su amplia cultura, motivo por el cual será convocado casi hasta el final de sus días para dictar conferencias o participar en mesas redondas y seminarios.

En 1957 se instala en Rosario e inicia uno de los capítulos más importantes y fructíferos de su vida, además de brindarnos a los santafesinos la satisfacción de contar con su presencia cotidiana. No se sabe si se fue a Rosario porque se casó con Haydée Cardón, o, a la inversa, porque se casó con ella es que decidió instalarse en Rosario. Infatigable, allí funda su propia orquesta con la participación de músicos rosarinos y dos cantores importantes: Rubén Sánchez y Rubén Maciel.

En 1980 es declarado, para honra de Rosario, ciudadano ilustre de la ciudad. Y en 1994 la Universidad Nacional de Rosario lo convoca para dictar la cátedra de bandoneón, una asignatura que lo contará como su maestro hasta el día de su muerte, el 6 de abril de 2000. A la cátedra, le sucede la creación de la Orquesta Juvenil de Tango donde se destacaron los cantores Héctor Catáneo, Eduardo Vila, Graciela Rey y Carlos Calcagno. La Orquesta Juvenil será uno de los grandes lujos musicales de la universidad rosarina. Sus presentaciones en el Sheraton y el Teatro San Martín o sus giras por Europa así lo testimonian.

Federico se mantuvo activo hasta momentos antes de su muerte. Incluso, se dice que internado en el sanatorio le pidió a su mujer que le acercara papel y lápiz para escribir una melodía que le zumbaba en los oídos. Murió en la primera semana de abril. Fue una muerte imprevista, como lo demuestra el hecho de que para el 30 de ese mes estaba programada una presentación estelar en el Teatro El Círculo. No pudo ser.

Los restos de Domingo Federico descansan en el panteón de Sadaic del cementerio La Piedad, de Rosario. Una multitud se hizo presente para despedir al maestro de tantas generaciones. Los acordes de su creación “Saludos”, lo acompañaron en el inicio del viaje al silencio.