TEXTOS, VICIOS Y COSTUMBRES. UN RELATO

El escritor a contraluz

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Tribulaciones del trabajo de autor, en un diálogo imaginario. Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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I

Dice el autor: “Yo, que no existo para el panorama de las letras, ni para los suplementos literarios, ni para las universidades, ajeno a todo, apenas extrañado de esta invisibilidad, consciente de esta incomprensión, asumida sin dolor esta razonable ignorancia, cada mañana me siento, con recóndita felicidad, con expectación, con ansia, en absoluta y deseada soledad, a escribir. Yo, que podría hacer otras cosas, que he sido llamado por ventajas objetivas a otros parajes, rechazo calmadamente todo por esto: por este despertar despojado y leve; por este ver tan lejos de mí a las administraciones, allá en el cemento las oficinas, allá y para otros los urgentes eventos de la próxima hora. Para escribir. Para escribir con estas dudas en las manos, con esta insuficiente formación para ejecutar las órdenes que deberían recibir estas manos, yo, sin método ni escuela, sin contratos ni tutores, yo solo, en las mañanas, acomodado el cuerpo en esta silla, siento venir de lejos una fuerza de mil vientos; siento que a veces llega hasta mí apenas como tibia brisa, o como tierra en remolinos, o como fresca bocanada de aire que me arrastra aquí y a esto. Yo, inmóvil, siento que esta libertad, que esta espera me corroe placenteramente; siento que vienen hacia mí mínimas partículas en el vientito, ecos atrasados, imágenes y resplandores, señales, músicas, rostros, recuerdos, lugares. Amigables fantasmas me piden que los diga. Yo quiero que esta lenta apertura se dilate: quiero ver en ella y detrás de ella y después de ella. Yo dejo que este descansado oficio sin normas y sin beneficio aparente suceda. Yo, que no existo en mapa alguno, ni en ninguna línea histórica, ni para ningún sello, ni para ningún crítico, espero que improbables fuerzas, que vagas ideas, que este deseo persistente me tome finalmente de las espaldas, desde los pies hacia arriba, desde los poros de la piel hacia adentro y, lenta o furiosamente, como el vino que ingresa al organismo y despide su cálido abrazo en extremidades, como la adrenalina segregada frente a una situación de tensión, me impulsen a escribir, breve sensación en que pareciese abrirse una grieta en el concreto, boceto que sale del rectángulo del papel inesperadamente, punto que sabe hacerse línea, sangre que de pronto fluye y se acelera”.

II

Ella dice al autor: “Nada hay de gesto romántico en tus aparentes renunciamientos: sos absolutamente inútil para cualquier otra cosa. Ello puede ser y es un elogio: vos, autor, sos alguien incapaz de abordar otra empresa, alguien que subterráneamente, todo el tiempo, piensa en hacer una sola cosa. Alguien que es enteramente esa sola cosa”.

III

Dice el autor: “Yo no encuentro en ninguna cosa algo que se asemeje a este momento previo, a este segundo en que, quieto, imagino y siento físicamente que infinitesimales energías se mueven hacia mí, que microscópicas memorias yacientes en el subsuelo de mi ser despiertan para ayudarme, que voces de antes y de otros vienen murmullando en el éter para ofrecerme ideas y sonidos”.

IV

La obra dice al autor: “Nunca vamos a ser grandes, ni vamos a ser un clásico, ni vamos a destacar extramuros y vos, autor, no vas a ganar fortuna alguna ni vas a ser reconocido o valorado. Tendremos severos problemas para publicarnos y poquísimos lectores. Pero vos, autor, vas a seguir la misma parábola que cientos de miles que te antecedieron en esta terca manía. Yo también, seguramente. Tendré un lugar en un catálogo, en el vértice de un local, en el quinto estante de una biblioteca, invisible entre la muchedumbre. Pero vos, autor, vas a hacer algo único: vas a llevar esta llama anónimamente y la vas a dejar a otros. Vas a tratar de hacerme mejor. Me vas a cuidar, a subrayar, a leer en voz alta; me vas a odiar, me vas a cortejar, me vas a maldecir; me vas a criticar, me vas a defender, me vas a explicar. Este amor tormentoso acabará algún día, cuando vos, autor, me dejes ir a mí, botella al mar. Pero vos, autor, me vas a extrañar. Me vas a esperar, me vas a llamar, sentado desde la mañana. No voy a volver. Ya vas a encontrar a la siguiente. Así debe ser”.