Sensación térmica

Sensación térmica
 

Tipo jactancioso y fanfarrón el argentino. No conforme con la temperatura a secas, o con la humedad a mojadas, el señor quiere además sensación térmica. ¡Te voy a dar yo sensación térmica!

TEXTOS. Néstor Fenoglio ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Así que de pronto los señores se me ponen mimosos: 37 ó 40 grados de temperatura, la que conocemos desde siempre y que nos calienta y nos recocina impiadosamente, no son suficientes y quieren la palmada cariñosa y masoquista de saber cuánto hay de sensación térmica, un invento que bien podría ser argentino dada su sonora inutilidad y dudoso cálculo, así como difusos y generalizados beneficios.

¿Qué corno es la sensación térmica? Resulta que es una tablita, tipo Martínez de Hoz para los que tienen buena memoria, en que a tanto de temperatura y tanto de humedad y con tanto de viento, le corresponde determinada sensación térmica, por arriba o por debajo de la temperatura. A mí, las ensaladas con muchos ingredientes me encantan, qué sé yo: remolacha, con huevo duro, chauchas y zanahorias y granos de choclo, uñas de tortuga y cartílago de surubí rallado. Eso es la sensación térmica: un invento que combina distintos factores climáticos para arrojarnos uno nuevo, más complejo y acorde con la época, porque a quién se le ocurre quedarse con cálculos tan simples y sencillos como la temperatura. Y tengo un par de sugerencias para el termómetro, de golpe devaluado o relativizado, cuestionado por su honestidad: “¿Cómo que 36 grados ‘nomás’?!” “¿Y la sensación térmica?! ¿42? Ahh, ahora sí te creo, si hace un calor bárbaro...”.

La sensación térmica, para que se entienda bien, es como ese pequeño masaje o fricción con el algodoncito que te hace la enfermera después de clavarte una aguja de dos kilómetros y medio de largo: con todo respeto, ya la tenés adentro y lo que hagas después es más una palmadita (bueno: depende de la enfermera) que algo estrictamente necesario.

Pero no sé si se dieron cuenta de que, de un tiempo a esta parte, desde la aparición de la sensación térmica, uno hasta mira con desprecio el valor del termómetro, como si no fuera el que siempre nos dio la precisa. Es más, hay un toque personal y subjetivo en la sensación térmica, algo más argentino y canchero, si se quiere, que el seco y siempre aburrido registro que propone el mercurio subiendo o bajando. Y si nos dicen la temperatura, ya exigimos también la sensación térmica, porque explica mejor por qué no le prendió el peinado a la Tola o se le dilató el callo plantal más de la cuenta al Cholo.

Pareciera que más de cuarenta de sensación térmica le da mayor entidad a nuestro agobio, y justificativo a la transpiración o a las pocas ganas de laburar, aunque en este rubro tenemos también una polinómica bárbara que siempre encuentra nuevos motivos para no trabajar.

Si me permiten, la sensación térmica, al menos la santafesina, no sirve para nada. Acá con la temperatura, la humedad y el viento no explicamos el pollo entero, con su tinto respectivo, que se bajó doña Marcia al mediodía, ni tampoco los catorce porrones que ejecutaron los muchachos en el turno de fútbol cinco.

Así que en Santa Fe, para el cálculo de la sensación térmica, sugiero que se le agreguen la edad de Garay en el momento de fundar Santa Fe (y adentro esos yelmos que te dibujan en las revistas, otra que sensación térmica padecía el señor, lo cual podría explicar su inconsciencia al dejarnos acá, donde estamos), los litros de cerveza promedio diarios que consume el santafesino, los yuyos, la falta de corte de yuyos y las explicaciones por la falta de corte de yuyos, temperatura del asfalto con y sin bache, intensidad del tránsito céntrico a horas pico, recorrido del camioncito que te lleva el auto si estacionaste mal, corte de calles de piqueteros o empleados de alguna empresa que rompe para arreglar algo (el resultado es parecido) y otros muchos elementos estrictamente nuestros. Si la vamos a hacer, hagámosla bien: acá nos sobran elementos para hacer subir la temperatura con o sin tablita.

Y ya me pusieron nervioso: en el laburo el aire acondicionado no anda, el termómetro está siempre puesto en lugares en los que no vamos a pisar nunca o estamos a catorce cuadras de asfalto y brea derritiéndonos despacito a nivel piso, llegaron las facturas igual y tengo la sensación térmica de que me estoy calentando en serio. Tengo como 36 grados de calentura estándar, aunque con la humedad y la falta de viento, seguro que es bastante más.