AUTORES Y MEDIOS. UNA RELACIÓN CONFLICTIVA

El periodismo cultural o el contrato es el nombre

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Tomás Eloy Martínez.

Foto: ARCHIVO

 

Estanislao Giménez Corte

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I

El periodismo cultural es un género, subgénero o “suma de géneros” que ha tenido y tiene diversas denominaciones y múltiples derivaciones, bifurcaciones asociadas a esta construcción nominativa, que consideraremos muy someramente. La posible ramificación de nombres y categorías a partir de éste implica una cantidad de posibilidades que excede el marco de esta nota. Sin embargo, es importante establecer una serie de referencias de aproximación a ellas. Entre las múltiples probabilidades aludidas podemos mencionar al Nuevo Periodismo, al Periodismo Literario, al Periodismo Narrativo, al Periodismo de Autor.

En el denominado Periodismo Cultural y sus zonas de influencia, que ciertamente no son pocas y que, bien entendidas, han dado, al género y a los medios en general, parte de la mejor producción textual de todos los tiempos, puede vislumbrarse una suerte de principio rector que excede de por sí las categorías. Sencillamente, porque hay, detrás de los registros, de los géneros, de las clasificaciones, en los que cultivan este trabajo, es decir, en las personas que trabajan dentro de esa “zona” llamada periodismo cultural, una cierta prepotencia de trabajo, como diría Arlt. También, una búsqueda de y por la construcción de un relato, del texto (periodístico en este caso), que excede o trasciende por mucho, justamente, las categorías en las que se lo pretende incluir. Como si el Periodismo Cultural estuviera de alguna forma por fuera de los rígidos esquemas que suelen elaborarse en los manuales de estilo, y “desde fuera”, introdujera en el periodismo formas y modos de contar extraordinariamente importantes que luego son tomados por el periodismo convencional. Para Rivera, “el mejor periodismo cultural es aquel que refleja lealmente las problemáticas globales de una época, satisface demandas sociales (...) apelando para ello a un bagaje de información, un tono, un estilo y un enfoque adecuado a la materia tratada”. A priori, puede decirse que un juicio, una información y un estilo lo definen.

II

Para Tomás Eloy Martínez, por caso, hay una nominación más adecuada que la que utilizamos aquí. Sostiene el autor que “lo que se llama Nuevo Periodismo y, en mejor forma, Periodismo Narrativo, no es algo muy nuevo. Y para analizarlo, no podemos separar el medio donde se reproduce con el trabajo periodístico en sí mismo”. Las primeras grandes formas de periodismo narrativo, las crónicas, en Latinoamérica, como se sabe, aparecen hacia 1880, a través de la figura de un pionero: José Martí. De allí en adelante, la historia del periodismo de autor en Latinoamérica dará extraordinarios ejemplos, de Rubén Darío y sus ensayos a Osvaldo Soriano y sus contratapas de Página 12. Amén de ello, importa destacar el énfasis que Martínez imprime a un hecho sustantivo en el devenir del periodismo: la importancia del nombre, que no sólo acentuaba (y acentúa) la capacidad de autofinanciamiento del periodista/escritor, sino la consideración más genérica de la profesionalización de su figura, dato no menor en el proceso de establecimiento del periodismo como oficio y profesión en el marco de la Modernidad. Dicho de otra forma: lo que señala el autor es que su firma era (y es) su “marca” y ésta tenía (y tiene) un valor irreemplazable, inclusive para su propia subsistencia.

El nombre del periodista, más que el medio o en iguales dimensiones que el medio (léase, que el perfil editorial, que el posicionamiento ideológico de éste) establecerá un verdadero contrato de enorme repercusión en el devenir de las diversas vertientes del periodismo de autor y en las estrategias de autoconfiguración del propio autor en el universo de los medios. El contrato con el autor, en el caso específico que estudiamos, se impone, entendemos, sobre la naturaleza del contrato con el medio.

Podemos decir entonces que en algunos casos específicos del periodismo cultural, y a razón de un trabajo de autor que trasciende los límites y rigores del periodismo tengamos en cuenta el trabajo de escritor que lo antecede o secunda- el lector tiende a responder a una firma específica, que no necesariamente representa la naturaleza del medio o su perfil editorial, pero que forja una relación que está dada por un pacto entre el autor y el lector.

Puede explicitarse, amén de lo dicho, que existen al menos dos instancias fundamentales que de alguna forma enmarcan la relación o tensión periodismo y literatura: los límites o la inexistencia de límites entre una y otra práctica, cuestión que se relaciona esencialmente con las aplicaciones de procedimientos o recursos de un área en otra y que, entendemos, más que con las prácticas se relaciona con los géneros, esto es, con las fronteras entre el periodismo y la literatura (aquí es obvio recordar los casos de Capote, Walsh y el Non Fiction Novel: la utilización de recursos literarios en investigaciones periodísticas). Y una larga lista de consagrados autores como José Martí, Roberto Arlt, Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Osvaldo Soriano, T. E. Martínez, Alejandro Dolina, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Ernesto Sábato, y tantos más, por sólo nombrar algunos ilustres latinoamericanos.

III

En el caso específico del periodismo cultural, el autor va a contar una historia respecto de algo que vivencia, cuya influencia le llega, ya por lecturas, ya por la asistencia a un evento determinado, ya por un diálogo, etc. Es decir, cuenta con esa información de base (experiencial, conceptual); tiene esa información porque ha procurado conseguirla, pero a partir de ello, es decir, de un panorama marco o de una instancia de base compuesta por datos, informaciones preexistentes a menudo inconexas, lecturas precedentes, influencias y competencias culturales, el autor emprende la escritura en concreto de su texto, forzando una apertura del mismo que no sabe con certeza cuál será. Y es en esta instancia en la cual, más allá de las fórmulas que cada quien pudiera tener para sí, aparece la impronta de autor en toda su dimensión. Ésta es una tarea de indagación, de búsqueda, en donde el primer paso es esencial. De alguna forma, en la escritura del texto se completa ese trabajo iniciado con la observación, procesado por las emociones o informaciones (o prejuicios) que trae el periodista. Alberto Giordano interpola esta expresión a la naturaleza del ensayo. Explica: “El ensayista, solemos decir, escribe para saber”.

En el caso de un relato determinado, el autor procura ciertas informaciones, trata de organizar las ideas, los eventuales personajes (la incorporación de personas que pueden transformarse en historia de vida o personalizaciones); determina el tema, lee sobre el tema, pero, una vez más, al momento de escribir, se van incorporando nuevos elementos que suponen, claro, un descubrimiento. Pero ello se debe, de alguna forma, a la predisposición natural del autor/enunciador, toda vez que, de alguna forma, alguien que hace periodismo (en especial el periodismo cultural), naturalmente está llamado a trascender los límites de su campo e involucrarse con la escritura en sentido genérico. Dentro del género del Periodismo Cultural, casi por definición, el nombre del autor sobrepasa y se impone por sobre los criterios eventuales del perfil editorial del medio. Y el foco de la importancia del ocasional entendimiento entre el lector y el medio obedece a que el medio incluye en su oferta una serie de firmas que pueden ser interesantes para el lector. Pero que esas firmas, asimismo, no pertenecen al medio en el que se las incluye: esas firmas circulan autónomamente en el panorama de los medios, factibles de ser incluidas en diversos soportes de prensa y en medios de diversa posición ideológica, porque lo que antecede a éstos es el propio peso de la firma.