A PROPÓSITO DE LA RELACIÓN INTUICIÓN/POESÍA

Una emoción que es forma

2_EFE_280108_1731.jpg
 

Estanislao Giménez Corte

[email protected]

http://blogs.ellitoral.com/ociotrabajado/

“¿Me llegará el conocimiento, si es que me llega, por un incómodo ejercicio de intuición y no ya por esta querida costumbre de la lectura?” (Charles Lamb)

I

A lo largo de la historia se ha repetido que la labor de los poetas estriba en “una suerte de adivinación”. Se los ha calificado como a profetas y/o videntes; se los ha considerado en “estado de posesión”. Para Aristóteles, de hecho, el arte es “un habitus [...] que hace que el hombre posea [...] ya que la poesía es también una forma de posesión divina”. No menos bella que las que anteceden es la definición de Platón: la poesía, lo poético, dice, es “una música”. Así, los orígenes de la poesía, según algunos pensadores, “tiene sus fuentes en la vida preconceptual del intelecto”. Nada cuesta entender que habría aquí un señalamiento al poner estos autores y otros el énfasis en una función o tarea no racional o no lógica que se denominará, con variaciones, intuición creadora o intuición poética. Para Jacques Maritain, la emoción es esencial en la percepción de la belleza y la importancia del proceso creativo (en la consideración de lo poético como entidad genérica que trasciende a la ejecución de una técnica), y ello constituye un “goce que está comprendido en una visión”. Se trata, para el autor francés, “de una emoción que es forma”.

II

En su famoso Breviario de estética, Benedetto Croce define, circunscribe y defiende la noción de arte como intuición. Es importante mencionar que puede verse cómo, desde escuelas, tiempos y disciplinas disímiles, la filosofía y la psicología han pretendido abordar nociones generales sobre qué es finalmente la intuición, como concepto y como práctica. Es de destacar que, en algunos casos, se presentan asombrosos parecidos conceptuales y terminológicos. Croce define a la estética, primeramente, como una ciencia de las imágenes; como una ciencia del conocimiento basado en la intuición, en contraposición al conocimiento de los conceptos presentes en la lógica, por caso. Para el autor, en nuestra conciencia hallamos impresiones, datos sensoriales que, al clarificarse, se convierten en intuiciones. Este proceso equivale a la creación artística, estableciendo la fórmula a partir de la relación entre: “intuición = expresión”. Así, el arte es un proceso donde una impresión se intuye para formar una expresión.

Croce parte de una sentencia a priori sencilla, pero definitiva y trascendente, una suerte de fórmula sintética y, de algún modo, incontestable: “arte es visión o intuición”. Desde allí, critica y reconstruye múltiples implicancias a propósito de lo dicho. “Intuición, visión, contemplación, imaginación, fantasía, figuración, representación, son palabras sinónimas cuando discurrimos en derredor del arte”, asume. Pero estas respuestas, que podrían ser consideradas como algo enigmáticas o básicas (o inclusive limitadas), importan justamente por lo que la respuesta niega: “[que el arte es intuición] niega ante todo [...] que el arte sea un fenómeno físico; y niega que pueda ser un acto utilitario”. Pero, continúa el autor, “la más importante de las negaciones [es que] se niega que tenga carácter de conocimiento conceptual. El conocimiento conceptual [...] es siempre realista [...]. Pero intuición quiere decir precisamente indistinción de realidad e irrealidad. Al contraponer el conocimiento intuitivo y sensible al conceptual o inteligible, la estética a la ética, se trata de reivindicar la autonomía de esta forma de conocimiento”, explica el filósofo italiano.

Para el autor, el espíritu matemático y el espíritu científico son los enemigos declarados del espíritu poético, debido a que trabajan con categorías, normas y métodos muy diferentes. Por eso, critica fuertemente la visión conceptualista del arte, que aparatosamente trata de entender fenómenos en lo absoluto diferentes y reivindica su carácter “alógico”. Estas experiencias y estos juicios críticos pueden compendiarse técnicamente en la fórmula de que lo que da coherencia y unidad a la intuición es el sentimiento, la elaboración de una forma con la finalidad de conmover.

III

Hemos visto muy sintéticamente cómo, en volúmenes diversos de autores diversos de tiempos diversos, pareciera evidenciarse una misma reflexión sobre la naturaleza del proceso artístico como tal, como si de un sistema circular se tratase. Puede verse inclusive, una elección de conceptos y terminología afín o idéntica en algunos casos: donde un autor alude a intuición estética, otro refiere al conocimiento intuitivo estético; donde uno sostiene que el arte habla en el idioma de la intuición, otro destaca cierta preeminencia en el proceso de la intuición poética -la intuición creadora no es más que la intuición poética en función de lograr una manera de expresarse-; donde uno alude a la lógica de la primera infancia, otro ve dos modelos de razón (una razón “‘calculante”, lógica, formal y una razón intuitiva); donde uno habla de intuición poética o intuición creadora, otro refiere a la intuición lírica.

Podemos sospechar o tener por cierto, con todo, que esa afinidad verbal o gramatical tiene un origen muy concreto: la misma naturaleza del tema que se trata parece eludir las categorías de análisis y disiparse o desvanecerse apenas se lo nombra. ¿Por qué causas ello ocurre? Quizás por esto: lo intuitivo se percibe y se nombra; se lo rodea, se lo asedia conceptual, retórica, filosóficamente, pero la esencia ulterior de todo lo que de ello podemos decir se nos escapa, debido a que su propia naturaleza -si tal cosa existe en algún sitio más allá del propio texto o del propio pensamiento- se nos escapa.

Ahora, estos mismos autores, tras todo este esfuerzo, tras un agotador recorrido por tiempos, escuelas, teorías, no pueden hacer otra cosa que decir que “la intuición es intuición”, llamémosla lírica, poética, creadora, estética, y que ese proceso está allí, en algún lugar, que es el lugar del comienzo del proceso creativo, que inferimos, sospechamos, vemos, nombramos, pero cuya dinámica profunda apenas podemos circunscribir o definir. Al hablar de esa intuición como de una intuición creadora, sostenemos que el comienzo del proceso se representa en esa construcción terminológica, pero, lo mismo que a los autores vistos, nos queda la sensación de haber rodeado un fenómeno, de haberlo auscultado de lejos, en derredor, pero no llegar al corazón del mismo, acaso porque es imposible. Pero, igualmente, podemos cerrar así estas reflexiones: como en tantos otros aspectos de la ciencia y el arte, en la poesía lo emotivo introduce lo cognoscitivo; lo intuitivo antecede a lo racional; lo bello coexiste con lo útil. El origen de todo el proceso proviene del interior profundo del autor, que trata, primero, de dar curso en la escritura a una perplejidad frente al fenómeno que observa, como aquello de Mujica, “escribo para saber”; esto es, se escribe de alguna manera para entender qué es lo que sucede, para poner en palabras esa observación a la que hacíamos referencia. Y, luego, de indagación en el lenguaje, al interior del lenguaje, para decirle a otro -para explicar “con palabras de este mundo”, al decir de Pizarnik- lo que éste experimenta.

1_EFE_280108_1733.jpg

Ilustraciones de Alfredo González para una edición de “Poeta en Nueva York”, de Federico García Lorca, del editor Pedro Tabernero (2008). Fotos: ARCHIVO