Las fotos del viaje

Las fotos del viaje
 

La gente que viaja no sólo está empeñada (en más de un sentido, a veces) en contarte minuto a minuto los quince días de vacaciones, sino que, además, te van a refregar sus fotos felices en tu cara santafesina, acalorada y amosquitada. Sonrían, que sale el pajarito.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Yo creo que la amabilidad va a condenar al mundo. Uno es amable y pregunta: ‘¿Cómo les fue en el viaje?‘. Y, en consecuencia, uno que es amable debe luego aguantarse todos los detalles de un viaje cuyas bondades o defectos son, en general, intransferibles. Pero supongamos que, amables como somos (la palabra es otra, pero aquí está autocensurada), no podemos oponer la más mínima resistencia a la capacidad de transferencia de los veraneantes, tostaditos y saludables encima, los cretinos. Y éstos, no contentos con decirte que la pasaron bárbaro (y a vos ni te preguntaron qué tal la pasaste, mientras tanto), encima quieren mostrarte las fotos. Un rollo, dos rollos, ícuatro! De golpe, a uno le da lo mismo mirar la cordillera de Mar del Plata, la playa de La Quiaca, pues después de un rato de prolijas descripciones, vos tenés tal matete en el marote (en el camarote, si fueron en yate) que lo único que querés es que se terminen las fotos de una vez.

Porque a poco de empezar a explicarte dónde estás y quién es menganito y no sabés lo que nos pasó ahí (no, no sé, incontinente, y no quiero saber), además los señores pretenden que aprecies el arte de la fotografía que dominan mejor que Cartier Bresson. O sea, que no sólo tenés que bancarte la postal, sino, también, el encuadre, la composición y la luz elegidos.

Entre los sacadores de fotos de viaje (y no me digan que no militan en este amplio grupo: todos sacamos fotos), tenés los temáticos. Los vagos tienen la idea fija y, si son arquitectos, te van a sacar cuarenta casas y ni una sola cara. Tenés los paisajistas, tipos empeñados en captar lo que ya está captado mejor, más profesionalmente y hasta más barato con las postales que te venden en cualquier centro turístico del mundo, Argentina incluida (pese a nuestras ínfulas, formamos parte del mundo).

Tenés los que se incluyen en cuanto lugar común existe, así que están el lobo y Martita, el cu-cú y Martita, las cataratas y Martita, el mar y Martita. A la cuarta foto, odiás a Martita, clamás porque se la morfe el lobo, la picotee el cu-cú, le agarre un vahído estratégico en la pasarela de las cataratas o la tape una ola oportuna.

A los amantes de los autos les da lo mismo estar en Calamuchita o en Providencia: sacan autos o detalles de autos, fotos crípticas que sólo entienden ellos y el mecánico que debe luego interpretar la modificación fotografiada.

Encima, ahora promueven safaris fotográficos, con lo cual le apuntás a pájaros que están a dos kilómetros y después nos querés hacer creer que esos puntitos negros son cóndores. íVamos!

Yo estoy convencido de que la tecnología en este rubro (en el de la fotografía casera) es finalmente beneficiosa: ahora las cámaras digitales esquivan el revelado y, en consecuencia, nunca o casi nunca llega la instancia de papel. Como nadie anda con una notebook a cuestas para mostrarte las fotos que bajó a la compu, todo queda en el ámbito recatado de cada casa o sólo te pasan algunas por e-mail.

Por otra parte, esas máquinas ya hacen todo solas y no sólo te acomodan la luz, el encuadre, el contraste, sino que hasta sacan una mano para peinarla mejor a Martita y ponerla más cerca del lobo o insta al cu-cú a aparecer para embellecer el producto (Martita y la foto). Bueno, ya está: todo este preámbulo no es más que una excusa culposa para decirte que acá te traigo los veintitrés álbumes de fotos de mis vacaciones. ¿Tenés un ratito, no?